madrid
Actualizado:– Venimos a votar, pero ya ves tú para qué. Si ya sabemos el resultado.
– ¡Pues porque lo que toca es votar y punto!
– Bueno…
– ¡Leches!
Lourdes y Juan, marido y mujer de unos sesenta años, salen del CEIP Sagunto, colegio electoral del barrio, con la sensación de haber cumplido. Evitando los agujeros en la acera tapados con tablas y las bolsas de cemento abandonadas de la calle y las hierbas de beleño rebeldes entre las grietas de los baldosines, encaran con paso firme la calle de Paterna y bajan hasta El Rincón del Mar, donde se piden dos dobles de cerveza acompañados con una tapa de pequeños langostinos blancos: la cuenta es de cinco euros exactos.
A unos 18.000 kilómetros de allí, Juan también (pura casualidad), que tiene 37 años, aunque, dice, "llevo toda la vida en este barrio", entra con sus zapatillas Jordan I blancas en el pabellón del CEIP Pintor Rosales. Tras ejercer su derecho a voto, cruza de vuelta el patio del colegio, que tiene las líneas de la pista de baloncesto perfectamente pintadas de verde y las rejas adornadas con rosales, y sale a la calle de Gabriel Lobo, donde entra en una hamburguesería premium, en el cártel pone que se llama Freaks Burger, de cuyo precio no podemos decir mucho más: no podemos seguir observando a Juan porque no tenemos reserva.
Madrid amanece gris y con chiribiri. El chiribiri es esa lluvia constante y fina que, sin llegar a molestarte como tal, termina por calarte hasta los huesos si estás demasiado expuesto al raso.
Es 28 de mayo, día de elecciones autonómicas y municipales, y los expertos dicen que la lluvia puede ser mala para la participación, pues puede emperezar a la gente a no salir de casa; pero que también puede ser buena para la participación, pues puede insuflar esperanza en un momento de graves episodios de sequía en toda España. En fin. El caso es que las elecciones, al menos en Madrid, no se viven igual en todos los puntos, pues el chiribiri, ese goteo constante que viene del cielo no es igual, disculpen mi aliteración, en todos los puntos.
Con más de tres millones de habitantes, la capital de España es una de las ciudades más desiguales de nuestro país. En ella, podemos encontrar desde el barrio con la renta per cápita más alta de toda la península (hablamos de El Viso, con más de 42.000 euros al año), a otros con algunas de las más bajas (hablamos de San Cristóbal de los Ángeles, con poco más de 6.000).
Desde este último hemos empezado la jornada. Son poco más de las 11 y, oculto en una esquina entre las vías del tren y la carretera, el CEIP Sagunto, colegio electoral de muchos de los vecinos del barrio, se esconde entre los portales con restos de moho en sus esquinas.
San Cristóbal, a pesar de su baja renta per cápita y de su mala fama (entre los que no bajan nunca hasta aquí), descansa y amanece tranquilo entre Villaverde Alto y Bajo. En su campo de fútbol, lo de las elecciones pasa más o menos desapercibido, en segundo plano, pues el partidito del domingo parece más importante.
En la parada, donde acaba la línea 59, el autobús urbano escupe a pasajeros vestidos de chándal y vaqueros de sus entrañas: sus suspensiones blandas suenan al hacerlo.
En un callejón cercano, uno sin salida que se agranda y forma una especie de soportal con columnas azules y bares y restaurantes de kebabs, una señora le informa a otra de cómo debe ir a votar:
– ¡Es en el Sagunto, en el Sagunto! ¡Todo para abajo y a la derecha!
Todo para abajo y a la derecha, las gotas del chiribiri van recorriendo los barrotes azules del colegio, que tiene tres banderas roídas (de la Comunidad, de España y de Madrid) colgando de la fachada. Por dentro, al menos, todo parece ir bien.
– La verdad es que la participación está siendo muy baja – asegura a Público un chico, asegura también no ser del barrio, que lleva en el cuello una acreditación de apoderado de Más Madrid –. Es pronto, pero, de momento, es lo que yo noto.
– Todavía no hemos comprobado la participación, pero diría que también – recalca mientras se mira el reloj, pues son las 12 de la mañana, Luis, apoderado del PSOE que sí es del distrito de Villaverde.
"Nada, no ha habido ningún tipo de problema", sigue contando desde el interior del pabellón del colegio, que es donde han situado las mesas. "Muchos de los vecinos del barrio se conocen, aquí no pasa nada".
Al otro lado de Madrid, tanto literal como metafóricamente, se encuentra el CEIP, llamado antes Colegio Nacional, de Pintor Rosales. Aunque las mesas electorales están, al igual que en el Sagunto, colocadas en el pabellón, El Viso, barrio en el que se encuentra, tiene una pequeña diferencia respecto a San Cristóbal: mientras que el segundo es el barrio más pobre de Madrid, el primero, ubicado entre los distritos de Salamanca y Chamartín, está considerado el más rico.
Mientras en San Cristóbal la gente acudía a votar con ropa de calle (se veían chaquetas Asics y pantalones Rebook pardos ya del desgaste), en las calles de El Viso, que tienen balcones adornados con yesería y portales tatuados de mármol, la gente sale bien vestida. Pero que muy bien.
Se ven jerseys blancos Lacoste, zapatos castellanos e, incluso, gabardinas de la firma de lujo Fendi (la lluvia nos está obligando a todos a sacar la ropa de invierno del armario, vaya).
– Aquí gana siempre la derecha, pase lo que pase – me asegura un apoderado de Vox que prefiere no dar su nombre tras escuchar que me identifico como periodista de Público.
En el interior del pabellón del Pintor Rosales, las colas para votar son gigantescas, los niños juegan en las espalderas del pabellón chillando como velociraptors desatados y los policías locales observan el panorama desde fuera.
– Aquí tampoco ha habido ningún problema.
– Cierto, está todo muy tranquilo – aseguran, primero una y luego otra, Nuria y Eva, apoderadas de Unidas Podemos en el pabellón.
– Bueno – se autocorrige la primera –, la verdad es que al principio ha habido un problemilla con una mesa. Uno de los presidentes ha llegado… no sé… estrambólico. Pero nada más, la verdad es que está todo tranquilo. La participación nos está pareciendo también alta, sobre todo ahora, que se está animando la cosa.
– Ah, ¡y ha venido a votar Florentino Pérez! – añade también la segunda antes de seguir a sus cosas.
De nuevo en el impoluto patio del Pintor Rosales, las señoras de mediana edad empujan las sillas de ruedas de sus madres, que llevan bolsos viejos de Gucci, mientras los maridos, centrados en la conversación, encienden puritos finos y comentan con sus amigos – o socios – cosas que no entiendo, como algo sobre un impuesto a la plusvalía. Todo, bajo el chiribiri que no molesta, pero sí cala, que parece que va a durar toda una eternidad en Madrid.
A las gentes de El Viso, a decir verdad, parece que sí les gusta.
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