Entrevista a Amparo Sánchez, niña de la guerra"Saber de dónde vienes impide que otros te cuenten la Historia a su manera"
Iba a nacer en Valencia, pero por causas de la Guerra Civil terminó haciendo lo propio en Barcelona. Aquel 11 de abril de 1938 comenzó una vida incombustible, la de Amparo Sánchez Monroy, quien pronto se convertiría en refugiada, viviría la Segunda Guerra Mundial con un padre luchador en el maquis francés y llegaría a estar detenida en España a su regreso.
Activista de la memoria, creó la primera asociación de hijos e hijas de republicanos y niños exiliados. Con un dulce acento francés, esta octogenaria a la que arrebataron hasta el nombre repasa las vicisitudes de una biografía que sigue escribiendo, con buena letra, para no olvidar ni un ápice del horror que vivió. Ahora comparte su testimonio tras su paso por el I Congreso Internacional La Desbandá que se ha celebrado en Mollina, Málaga.
Amparo, con apenas un año traspasa los Pirineos tras haber nacido cerca de Barcelona bajo las bombas. ¿Cómo fue aquello?
Pronto llegué a los campos de concentración franceses, a esa vida ruin y mísera que nos esperaba a todos los refugiados involuntarios, los exiliados forzosos. Sé que cruzamos la frontera el 7 de febrero de 1939, con las tropas sublevadas pisándonos los pies y con la aviación fascista bombardeando nuestra columna de refugiados. Tres días después, los franceses cerraron la frontera.
Yo cumplí mi primer año de vida en Argelès sur Mer, a donde nos destinaron a mi padre, mi madre y mi abuela materna. Francia era una democracia, una república con el lema "Libertad, igualdad y fraternidad", pero no eran tiempos de humanismo. Nos encontramos repletos de desesperación y desengaño.
¿Recuerda algo de la vida en ese campo de concentración?
Yo era demasiado pequeña para tener un recuerdo propio, pero sí sé que mis padres me dijeron después que fue una vida de miseria y dolor. Francia nos catalogó como "indeseables" nada más llegar, y como tal nos trató. Fueron las instituciones las que fallaron, porque también hubo algunas personas que nos ayudaron. Mi sensación era que nos toleraban poco a nivel general, nos trataban como gente que estorba.
Sé que separaron a mi familia, como a las miles que llegaron a Argelès sur Mer. Añadían dolor sobre dolor. Mi padre se quedó en ese campo y nosotras tres fuimos a parar a otro campo en la mitad norte del país. Ellos quieren llamarlo ahora campo de reagrupamiento, pero en realidad hay que denominarlos de concentración. Esa es la apelación auténtica que decidió el Ministerio de Asuntos Exteriores de la época y la denominación con la que aparece en todos los documentos.
Será difícil de resumir, pero ¿de qué forma le marcó la Guerra Civil?
Yo, aunque viva mil años, estaré marcada por ella. No hay que olvidar que después de nuestra Guerra Civil llegó la Segunda Guerra Mundial, que ya sí viví de pleno y consciente. Recuerdo perfectamente cuando los alemanes se llevaron preso a mi padre y cómo fusilaron a un hombre y una mujer en un cruce cercano a donde estábamos viviendo en ese momento.
La Guerra Civil nos marcó a todos. Yo soy hija de luchadores antifascistas, mi padre y mi madre eran republicanos convencidos, y he estado criada en un entorno de refugiados políticos donde había una mezcla increíble de comunistas, anarquistas, demócratas... Hasta gente que ya no creía en nada.
Aquello fue de una riqueza intelectual fabulosa. Frente a una miseria física tremenda, porque pasamos hambre, frío, humillaciones, racismo y xenofobia, todos esos males que por desgracia siguen sufriendo los refugiados, tuve la suerte de estar rodeada de un ambiente muy enriquecedor intelectualmente hablando.
¿Qué aprendió de todo aquello?
Yo viví discusiones sobre cómo rehacer el mundo, pero también una fraternidad extraordinaria, esa solidaridad de la que únicamente son capaces los pobres, incluso por parte de gente considerada como enemigos políticos. Después la vida me ha reservado momentos mucho mejores que esos primeros, pero eso jamás podrá salir de mí, quedó incrustado en lo más hondo, la fraternidad y solidaridad de todos.
Su padre se reorganizó desde los primeros momentos de estar internado en el campo de concentración.
Sí, él militaba en el Partido Comunista de España (PCE) y durante la Guerra Civil fue teniente de asalto. Ya se sabe que los primeros en levantarse contra los ocupantes nazis de Francia años después fueron los republicanos españoles.
Hay que reconocer también que el PCE fue una de las primeras organizaciones en reorganizarse en el exilio, junto al PSUC y los pocos que quedaban del POUM, y la CNT también. Esto lo sé porque tengo una tesis al respecto.
Mi padre estaba en el maquis de Francia. Repartía propaganda e intentaba reorganizarse, pero un día fue apresado por una patrulla alemana. Era 1944 y los nazis subían hacia el norte, a Normandía. En ese tránsito, tenían que pasar por zonas controladas por el maquis, y se lo llevaron como rehén junto a otros tantos.
Mi primer recuerdo personal es verle mi madre y yo pasar en la columna de alemanes por una carretera no muy lejos a donde estábamos viviendo. Allí mismo fusilaron a los dos hombres y una mujer. No sé el motivo, imagino que era para asustar a cualquiera que intentara algo.
Mi padre consiguió saltar del camión que les llevaba, saltaron los demás y se armó cierto revuelo. Y, como conocía mejor el territorio que los nazis, se pudo ocultar hasta bien entrada la noche.
Pero el espíritu de reconquista de su padre era irrefrenable.
Él fue uno de los casi 5.000 don quijotes que en octubre de 1944 se lanzaron a los Pirineos por el Valle de Arán para intentar reconquistar España. Y ahí habría mucho que decir sobre el comportamiento de los dirigentes de un partido que tiene mucho por aclarar aún.
¿A qué se refiere?
A toda la polémica que suscitó. A lo que han escrito unos comunistas y otros. Yo tengo los escritos de mi padre, que no solo fue testigo de aquello sino actor de ese hecho histórico.
Más allá de esas disputas, su vida cambió al entrar en la escuela.
Eso es. La gran suerte de los niños y niñas refugiadas fue el hecho de que existiera una escuela pública, laica y obligatoria en Francia. Si no hubiera sido así, ninguna de nuestras familias hubiera tenido medios para mandarnos a una escuela privada, además de que no querrían que estudiásemos en escuelas confesionales.
Solo yo sé lo que les debo a mis maestros de entonces. Gracias a ellos, además de una cultura familiar y el círculo de refugiados, he tenido cultura literaria y formadora en la escuela laica.
¿Por entonces ya había cambiado el maltrato hacia los españoles?
Bueno, nos llamaban "españoles de mierda" y decían que habíamos llegado para comernos el pan de los franceses. Nada que no se diga ahora de los refugiados.
Cuando nuestras familias, por ejemplo, reclamaban que se les pagara dignamente por su trabajo bien hecho, les decían que si no les gustaba así, se podían ir con Franco. Recuerdo que eso fue motivo de mis primeras peleas en el colegio, porque mi juventud fue peleona.
¿Siempre supo lo que era?
Mis padres nunca me ocultaron nada, ni por qué luchaban. Para ellos y la gente de mi ambiente aquello no era un exilio, sino una retirada con la intención de volver a la lucha, porque la guerra no había terminado en febrero de 1939.
Respecto a mí, sabía quién era y de dónde venía, pero hubo un tiempo que no sabía si era española o francesa, o las dos, o más que las dos. En esos tiempos esas cuestiones eran inevitables.
A los pocos años regresó a España y la detuvieron. ¿Qué ocurrió exactamente?
Acababa de cumplir 18 años y llegué a España en 1956, justo el año en el que comenzaban los disturbios en las universidades. Para mayor casualidad, voy a Toledo con el hermano de mi padre, Isidro, quien había estado preso en el penal de Burgos.
Cuando salimos de ver una zarzuela, se acercaron tres hombres con sombrero y gabardina. Uno me cogió el hombro con la mano y me dijo que me iba con ellos. Mi tío se quiso interponer, pero no pudo hacer nada.
¿A dónde la llevaron?
Terminé pasando la noche en el edificio de la gobernación. Sabiendo lo que les ha pasado a otras chicas que conozco, yo no puedo decir que fui torturada de manera física, pero sí psicológicamente.
El problema es que me quitaron mi pasaporte, recién expedido, diciendo que estaba caducado. A partir de ahí, para poder recuperar la identidad, tuve que someterme durante seis meses al Servicio Social de la Mujer.
Y al final volvió a Francia.
Tuvieron que pasar más de dos años para poder hacerlo. Como al principio, ya no quería ser maestra, sino jueza para niños, tras haber visto tanta injusticia.
Aquello era con lo que soñaba, pero la vida real me hizo estudiar Derecho administrativo. Eso es lo que me ayudó a poder recuperar mi verdadero nombre, que desde que pasé a Francia habían cambiado a Marie Sánchez.
¿Sus padres retornaron a España en algún momento?
Lo hicieron en 1977, una vez muerto Franco y poco antes de las primeras elecciones. Debatieron si vivir en Madrid, Toledo o en El Prat de Llobregat, donde yo había nacido. Al final ganó mi mamá. Se quedaron en Catalunya, más cerca de Francia, donde estaban sus hijos.
En 1999 creó la primera asociación de hijos e hijas de republicanos españoles y niños en el exilio. ¿Qué supuso para usted?
Aquello fue lo primero que hice nada más jubilarme. A los diez meses, en el año 2000, hicimos una gran manifestación en la playa de Argelès sur Mer. Vino muchísima gente y un montón de prensa de parte francesa y española.
Eso también fue el detonante para que empezaran a surgir asociaciones de ese tipo como hongos en el bosque. Es importante recordar que el objetivo no es hacer un discurso y cortar un lazo y depositar una flor. Aquí el discurso es la verdad, la justicia y la reparación.
Sabrá que en España el revisionismo histórico está a la orden del día.
Claro que lo sé. Más que revisionismo, el negacionismo. Me preocupa mucho que la extrema derecha esté en gobiernos regionales españoles y poco tardará en crecer aún más en Francia. Cuando ves que esto pasa y has vivido lo que has vivido, sabes lo que supone, no lo puedes mirar sin tener ganas de luchar otra vez.
Esas tesis se las intentan inculcar a los jóvenes, generaciones que no han conocido los hechos más recientes. Todo esto nos debe llamar la atención y hacernos reaccionar. Saber quién eres y de dónde vienes impide que otros te cuenten la Historia a su manera.
Por último, Amparo, ¿qué siente cuando vuelve a España?
¡Pues que estoy en mi casa! Quizá sea común a todos los viejos, que nos sentimos atraídos por nuestras raíces. Incluso he pensado pasar mis últimos años aquí, ya que nací en España... Además, que cuando estoy aquí rejuvenezco: como cualquier cosa, bebo cervezas, me acuesto tarde y no me duele nada.
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