Patria, tifos y violencia: así nacieron los ultras del fútbol español en el Mundial 82
Los 'hooligans' ingleses e italianos influyeron en los más jóvenes, que abandonaron las peñas y crearon grupos radicales.
Madrid--Actualizado a
La decadencia económica de Inglaterra contrastaba, a comienzos de los ochenta, con las soflamas nacionalistas de Margaret Thatcher, nostálgica de un imperio cuyas colonias ya se habían independizado. Si el país renqueaba económicamente, su selección naufragaba sobre el césped. Tras proclamarse campeona en 1966 durante el Mundial celebrado en su país, cuatro años después no pasó de cuartos de final, mientras que en 1974 y en 1978 no llegó a clasificarse. En la Eurocopa no le fue mejor: tercera en 1968, no logró participar en las dos siguientes ediciones y en 1980 cayó en la primera ronda.
Una herida abierta que supuraba agresividad, reflejada en la violencia desatada por los hooligans en sus desplazamientos al extranjero, un "patriotismo defensivo", en palabras del sociólogo John Williams, "ante el declive nacional a escala más amplia". En abril de 1982, estallaba la guerra de las Malvinas y, dos meses después, los hinchas radicales ingleses sustituían al enemigo argentino por franceses, checoslovacos o alemanes, sus rivales en el Mundial celebrado en España, donde también se enfrentaron a los anfitriones. Uno de los altercados más graves tuvo lugar en Madrid el 29 de junio, tras empatar a cero goles con Alemania Federal, lo que provocó la detención de 16 hooligans y la expulsión de cinco.
La prensa también se hacía eco de la intervención de la Policía en un hostal de la capital, donde el conserje se encontró a trece hinchas en una habitación, escondidos bajo las camas, dentro del armario y en el cuarto de baño. En recepción se habían registrado solo dos clientes, aunque "otros fueron detenidos después de que aparecieran desnudos en los balcones [...], en actitudes obscenas y tras haber ultrajado la bandera española", informaba El Periódico. El comportamiento de los supporters escoceses, en cambio, fue pacífico. Apaciguados por el auge del Partido Nacional Escocés (SNP), cuya representación parlamentaria y mayor visibilidad pública podrían haber canalizado la rabia de los aficionados, y con un claro afán de distanciarse de la violencia de los ingleses, optaron simplemente por empinar el codo.
Un hecho diferencial —la calma, no la botella— que se plasmó en el lema de sus pancartas durante el partido contra la Unión Soviética: "Alcoholismo contra comunismo". Sin embargo, el carácter afable, cachondo y carnavalesco de los escoceses no cuajó en la chavalada española, como tampoco lo hizo el jolgorio de la torcida brasileña, eminentemente festiva. Los jóvenes hinchas rojigualdas se fijaron, en cambio, en la estridente y vistosa animación de los italianos, así como en los cánticos y las fechorías de los ingleses, que prolongaron la guerra de las Malvinas en los campos españoles, donde desplegaron pancartas en las que se autoproclamaban como "la fuerza de intervención futbolística".
En nuestro país ya había fracciones radicales que se habían escindido de peñas clásicas, pero los modos y modas exteriores todavía no habían sido asimilados. La presencia de chavales en los campos, las retransmisiones televisivas y la victoria de Italia —cuya liga comenzó entonces a seguirse a través de la pequeña pantalla— influyeron claramente en la gestación de los grupos ultras españoles, a imagen y semejanza de los ingleses e italianos, que encarnaban dos modelos distintos.
Los primeros eran abanderados de "un sentimiento nacionalista exacerbado" que aprovecharon el "nulo control" de la Policía, que no sabía "cómo evitar su comportamiento vandálico en los estadios", escribe Carles Viñas en Ultras. Los radicales del fútbol español (Bellaterra Edicions), donde describe el "uso habitual de prendas con la Union Jack estampada" y los "coros que rememoraban antiguas canciones de alto contenido patriótico con reminiscencias imperiales". Una bandera que, años después, luciría en algunos estadios españoles, donde se homenajeaba la cultura hooligan.
"Luego, el fenómeno y su retórica (organización, indumentaria, cánticos, eslóganes…) se expandió con la participación de los equipos ingleses en las competiciones europeas", explica Viñas a Público. "Ahora bien, pese al rasgo patriótico, no hay una base política articulada. En un momento dado, hubo un intento de cierto entrismo por parte de la extrema derecha, pero no fue más allá", añade el profesor de la sección de Historia contemporánea y Mundo actual de la Universitat de Barcelona, quien traza una distinción para evitar confusiones. "En Inglaterra hay dos variantes: los supporters, aficionados organizados que van a animar a su equipo, y los hooligans, el núcleo violento que ataca a los rivales".
Lo mismo sucede en Italia con los tifosi y los ultras, más politizados que sus homólogos de la Pérfida Albión, reflejo de aquella juventud que vivió los años de plomo, escorados hacia la derecha o la izquierda, siempre extremas. Su modelo más colorista fue importado por Francia, Portugal o España debido a la proximidad geográfica, aunque ambos convergen en el Mundial 82 y, por extensión, en los nacientes grupos ultras de nuestro país. "La diferencia principal es la forma de entender la animación. Los ingleses se centran en el equipo y en los cánticos; los transalpinos, en el grupo, en la pancarta y en el merchandising propio. Sin embargo, aquí se diluyen ambos modelos y se incorpora el trasfondo político de los italianos", matiza Carles Viñas.
"Su forma de entender el fútbol y de animar desde la grada deslumbra a los adolescentes autóctonos, que empiezan a replicarlos", señala el historiador. "Antes, los peñistas entonaban cánticos detrás de un cartel, pero sin el colorido de los tifos [mosaicos], los corteos [marchas], las bengalas, la pirotecnia y el humo, que pasan a ser elementos nuevos", explica el autor de Ultras. Los radicales del fútbol español, quien profundiza en un fenómeno que coincide con un "cierto declive del compromiso político de la juventud".
Los hooligans exportan su violencia y luego los ultras europeos luchan por ser los más agresivos.
Hay una competición al margen del terreno de juego. Esos grupos pugnan por tener más fama y trascendencia, por ser los que más se enfrentan, cazan, humillan y derrotan a sus rivales, literal o simbólicamente, en la grada o lejos de ella.
En España, las entradas baratas para los jóvenes contribuyeron a que se formasen pequeños grupos, alejados de las peñas. Hubo pioneros en Madrid, Barcelona, Bilbao, Gijón y Sevilla, todas sedes mundialistas, así como en Cádiz.
En este fenómeno no podemos olvidar la construcción identitaria. Es un paso de la juventud a la edad adulta, cuando los jóvenes buscan crear una identidad al margen de la establecida. Para ello es fundamental poder desligarse del control parental. Las peñas están integradas por sus padres y tíos, que van al estadio con sus hijos y parientes. Entonces, algunos chavales se reúnen por su cuenta y comienzan a organizarse al margen, algo muy importante para entender el nacimiento y la eclosión del fenómeno ultra.
En el libro comenta que, además, querían dejar atrás el franquismo y vivir una época de mayor libertad.
Abandonan la militancia de sus padres y de sus hermanos mayores y viven una etapa más lúdica, que tiene su reflejo en otros ámbitos, como la música y la movida madrileña, con su aspecto transgresor. Esos chavales quieren dejar a un lado la retórica, la militancia y la politización de la transición, que permite la llegada de influencias foráneas que antes estaban más restringidas, por lo que el nuevo contexto favorece la expansión de estos grupos.
Aunque, paradójicamente, muchos terminarán siendo de extrema derecha.
Cuando el fenómeno se va consolidando, tendrá ciertas connotaciones y un trasfondo político, pero no tan vinculado a la extrema derecha, como ha trascendido. Digamos que no es un fenómeno homogéneo, sino mucho más plural, porque también hay grupos de extrema izquierda, nacionalistas, antifascistas…
Sin duda, las ligas española e italiana han sido donde la política ha tenido más incidencia. Son laboratorios para entender por qué estos fenómenos van más allá del ámbito estrictamente deportivo. No obstante, desde finales de los noventa, en Europa se da un proceso de despolitización de las gradas, como sucedió en Italia con el Atalanta o el Genoa, aficiones de izquierdas que han ido diluyendo ese background.
Esto también ha llegado a España, con grupos que ondean la bandera del apoliticismo, que en realidad no deja de ser una posición política. El fútbol es un reflejo de la sociedad y, de alguna manera, la desafección política se traslada a las gradas.
Ultras Sur y Frente Atlético, por citar dos ejemplos, estaban politizados en los noventa.
Hay que diferenciar la politización de la formación política de sus miembros. Así, el historiador Xavier Casals habla de lumpen político, porque es una gente que no tiene una gran formación política y que lo único que hace es reproducir determinados eslóganes y cánticos, así como exhibir una determinada simbología, pero más por su carácter transgresor, con el objetivo de desafiar, crear alarma, atraer el foco y conseguir notoriedad pública.
¿Frente Atlético, por el Frente de la Juventud?
En ese caso, hubo un debate nominal. En general, los jóvenes que integran estos núcleos fundacionales también aportan un pósito, aunque no es tan politizado como lo entendemos ahora. Sin embargo, se trata de grupos minoritarios. La mayoría se deja arrastrar por esa voluntad de transgredir y de desafiar a lo establecido, al estándar social o al poder. Algunos miembros del Frente Atlético y Ultras Sur, por ejemplo, compartían militancia en Bases Autónomas, porque siempre ha habido vasos comunicantes y personas que fluctúan. Pero, insisto, pertenecen a un ambiente reducido que ha facilitado este tipo de convergencias, porque eran conocidos del barrio, de la escuela, del instituto…
En 1983 se multiplican los grupos ultras. Las prohibiciones hacen que se dejen de usar los mástiles de banderas y se adopten referentes británicos, como los cánticos, las bufandas y las bengalas. Luego llegan los tifos, ligados al modelo italiano.
Eso va evolucionando en paralelo al conocimiento de las instituciones, lo que motiva que se empiecen a aplicar medidas y restricciones a elementos que pueden causar problemas en las gradas. En todo caso, los grupos organizados radicales llevan la voz cantante y las fuerzas de seguridad van a remolque.
Luego, entre 1988 y 1992, surge la cultura skinhead.
Implica la extensión de una estética muy concreta, que se convierte en una moda atractiva.. Además, irrumpe cierta politización al abrigo de estos grupos. Y, evidentemente, hay un pósito de violencia que llega a un punto de inflexión con la aparición de los cabezas rapadas neonazis.
¿Llegan a ser tan violentos como los ingleses e italianos?
La cronología es diferente. Aquí pasa en los noventa lo que sucedía en Inglaterra en los setenta, o lo que está ocurriendo ahora en Europa del Este. El tiempo, el contexto y la sociedad determinan la evolución de estos fenómenos. En todo caso, aunque intenten emularlos, tienen sus diferencias y singularidades.
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