Este artículo se publicó hace 10 años.
Mariano: dos orejas por persona
Había sobredosis de mitines en Madrid este domingo y Rajoy se fue a dar el mitin a la plaza de toros de Las Rozas. Sobraban banderitas y faltaban personas

¿Crucifixión? Dos banderas por persona. En efecto, sobraban banderitas y faltaban personas; había sobredosis de mitines en Madrid este domingo y eso que Mariano se fue a dar el mitin a la plaza de toros de Las Rozas. Si por él fuese, se hubiese ido a darlo a Venezuela. De modo que los encargados del atrezzo que ataviaban a la multitud mediante bufandas y banderitas azules, recordaban el reparto de cruces de La vida de Brian. No preguntaban "¿crucifixión?" porque no hacía ninguna falta; ya veníamos crucificados de casa. Nadie puede dudar de que la economía española marcha viento en popa cuando regalaron material publicitario del PP a más de tres mil personas.
La primera en salir al ruedo fue Esperanza Aguirre, que avizoró a ojo los tendidos contando huecos y sillas despobladas. Algunos de los tendidos de arriba se parecían a la economía nacional: filas y más filas de asientos vacíos y unos cuantos afortunados que, en lugar de los ausentes, agitaban como locos una banderita azul en cada brazo para hacer más bulto. En barrera, como manda el protocolo, a menudo había tres banderas: las dos del PP y la española. ¿Y la europea?
Cuando la lideresa tomó la palabra, el lema de la campaña —"España en serio"— se volvió más serio que nunca. Esperanza Aguirre soltó un montón de chistes (desde que el PP lucha contra la corrupción hasta la herencia ruinosa que le dejaron los socialistas) y no se rió de ninguno. Desde los tiempos de Eugenio, que contaba los suyos con cara de funeral, no se veía un cómico con tal dominio de la gestualidad facial (hasta que salió Mariano al ruedo, claro). Para terminar de convencer a los indecisos, Aguirre clamó al final de su discurso: "Estamos celebrando la Navidad", avisándole al jefe que a lo mejor le tocaba comerse el turrón fuera de La Moncloa.
La segunda espada de la mañana, Cristina Cifuentes, lució un abrigo amarillo limón que, a juego con el tono imperialista de su discurso, daba la impresión de haberse envuelto en una bandera española de la cual hubieran extirpado previamente las bandas rojas.
También extirpó las bandas rojas del PSOE y de Podemos recordando la gran subida de las pensiones proporcionada por el PP (¿crucifixión?, dos euros por persona) y el desastre de los seis meses de Carmena en Madrid: más atascos, más contaminación, más suciedad. Más sequía, más cambio climático, más mendigos, más perroflautas, más tristeza. Adornó el tercio de varas con tres o cuatro capotazos donde aprovechó para anunciar al presidente, al cual presentó con tantas virtudes, potestades y buenos presagios que parecía que iba a hablar un crecepelo. Muchos nos temimos que fuese a aparecer Mariano disfrazado de Papa Noel pero al final salió Papa Noel disfrazado de Mariano.
El Niño de Sanxenxo arrancó su faena recordando a las víctimas españolas en Kabul, esa mala noticia que luego se volvió buena hasta que ya no lo fue tanto. Con precisión de francotirador dijo: "Son nuestro mejor rostro". Se refería a los dos cadáveres, dos muertos a los que dejaron vendidos en la embajada, doce horas bajo el fuego enemigo. Desde Afganistán Mariano transbordó a Venezuela presentando al banderillero Leopoldo López Gil, padre del líder encarcelado y refugiado de lujo del gobierno, a quien ya le han concedido la nacionalidad española. "¡Libertad para Venezuela!" exigían desde el público algunos descontentos que aún no se han enterado que las elecciones ya las ganó la oposición la semana pasada gracias al voto por correo. Una vez captado el voto venezolano, y después de que cruzara ante nosotros un periodista de una televisión suiza, Mariano abandonó la política exterior y se centró en España, ese morlaco resabiado después del descontrol socialista que él enderezó a base de derechazos.
"Se perdían 1.400 empleos al día" bramó Mariano, rebajando la cifra de 1.500 parados que venía utilizando hasta ahora (cómo no sería de pésimo el gobierno de Zapatero que cien parados más han sido abducidos en veinticuatro horas). "El PP no es un invento de hace un cuarto de hora", añadió refiriéndose a esas formaciones advenedizas que han nacido en un plató de televisión o en la puta calle y que no pueden presumir de tesoreros. Lo decía sin corbata y con la camisa desabotonada, siguiendo el efecto Iglesias que tan buen resultado está dando durante la campaña. Cuando empezó a enumerar los indudables logros de su gestión, un montón de subalternos no le permitió acabar chillando a coro "¡Presidente, presidente!" "Vamos a volver a hacer las cosas bien" concluyó sin reírse ni guiñar un ojo ni descomponer la estocada. Hasta la bola. Rompiendo a aplaudir, el público se quitó las orejas y se las tiró a los pies en la vuelta al ruedo. ¿Crucifixión? Dos orejas por persona.
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