Este artículo se publicó hace 8 años.
María Teresa Carbonell, sonrisa y memoria del POUM
La presidenta de la Fundació Andreu Nin repasa para 'Público' sus casi 90 años de memoria del Partit Obrer d'Unificació Marxista y la verdad sobre el maltrato fascista y estalinista al que fue sometido el POUM y su marido, el histórico dirigente Wilebaldo Solano.
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En agosto cumplirá 90 años. Wilebaldo Solano, su Wile, hubiera cumplido 100 en julio. Casi un siglo de historia común, de amor y de pelea valiente por los ideales marxistas frente a la persecución fascista y estalinista a la que fue sometida la militancia del POUM. Se conocieron cuando María Teresa Carbonell (Barcelona, 1926) aún jugaba con muñecas. Sólo les separó la derrota en la Guerra Civil. Y la parca, que se llevó al histórico dirigente del Partit Obrer d'Unificació Marxista el 17 de septiembre de 2010.
Ella vive ahora, para su memoria y la del POUM, de una pensión de viudedad. También del cariño de los militantes de la Fundació Andreu Nin que preside. “Me quieren mucho y yo los quiero mucho a ellos”, afirma. Y convence fácil esta mujer abonada al adjetivo "bonito" y a la risa sin complejos cuando de sus recuerdos se trata, aunque sean dolorosos. Confiesa que está un poco sorda, que ve muy poco —“tengo que estar leyendo con la lupa”—, pero tiene la alegría y la memoria de una cría. La niña feliz que fue durante la República, “una etapa luminosa, ¡bonita!, en contraste con el pozo negro en el que se convirtió España con el franquismo”.
Mamó la izquierda del pecho de su madre, modista y maestra en una escuela para obreros analfabetos que creó el padre de María Teresa en la fábrica de sanitarios Sangra en la que ganaba el jornal. Ella se encargaba de enseñar a leer y a escribir. Él, ateo irreductible, de las clases de matemáticas. Los dos eran militantes comprometidos del POUM, y antes de su creación en el 35, del Bloc Bloc Obrer i Camperol (BOC). “Así que en casa siempre hubo un ambiente muy de izquierdas y —emplea otra vez el calificativo— muy bonito”.
Entre agujas, telas y loza, Luisa y Joaquín se dejaron la piel por la educación de sus tres hijos. “Era la condición de mi madre: ‘La chica como los chicos, tiene que estudiar igual’, decía porque para ella fue una tragedia dejar la escuela”. Y cambia el tono dulce de la voz por otro más grave cuando refiere orgullosa la militancia de su madre en el Secretariado Femenino del POUM. “Se constituyó para llegar a las masas de mujeres obreras que pensaban que la política era cosa de hombres y que no se tenían que meter”.
“Nos inscribieron en las escuelas del Estado que hizo la República. Pero había cola para entrar, así que mis padres encontraron una escuela, el Instituto Montserrat, dirigido por un señor muy progresista que empleaba el método 'montessori'. Pero mi padre exigió que no nos enseñaran la religión para no perder el tiempo”. Se carcajea con la evocación de una maestra, “la senyoreta María". "Cuando había clase de religión no sabía que hacer conmigo. Me mandaba a un rincón y me ponía a dibujar o hacer calceta”, cuenta.
Vuelve a salirle el “bonito” cuando se le pregunta por la Revolución del 36. “Me acuerdo que desde mi casa veíamos el campanario de la iglesia de Sants y se veía la silueta del cura con un fusil que tiraba contra el pueblo. Y mi madre gritaba ‘asesino’ —afina la voz imitando la de Luisa—. “Me acuerdo muy bien de los camiones de milicianos pintados de rojo y negro con las siglas CNT-FAI y de la gente que salía a la calle con el puño en alto. Los primeros tiempos fueron algo fantástico y lleno de grandes esperanzas”.
“A Wilebaldo lo conocí en 1938, cuando empezó la represión estalinista contra el POUM y detuvieron al Comité Ejecutivo. Él era entonces el secretario general de la Juventud Comunista Ibérica (JCI) del POUM y el partido lo escondió en mi casa. Y para nosotros, los tres hermanos, fue la gran juerga. En casa hacía las reuniones; jugaba con nosotros como si fuera un niño. Era como de la familia”. Ella sólo tenía 11 años, pero confiesa la gran admiración que sentía por el joven de 21. “Y ese es siempre el primer paso”, apostilla con otra risa.
La represión que relata Carbonell fue consecuencia de los Hechos de Mayo que desencadenaron la persecución de los marxistas y el secuestro, torturas y asesinato de su carismático líder, Andreu Nin, a instancias del espionaje soviético. Moscú era el principal proveedor de armas de la República y la presión rusa contra el POUM terminaría con su ilegalización, la persecución de sus dirigentes y la calumnia histórica que los vinculó al fascismo. “Los comunistas tenían mucho dinero porque a la URSS le interesaba mantenerlos. Tuvieron mucho poder y lo emplearon para hacer desaparecer el POUM”, se queja.
Tras ocho meses escondido, Wilebaldo fue detenido y trasladado a la prisión barcelonesa de la calle Galileo. María Teresa no perdía oportunidad de ir a llevarle comida o material, como una mesa plegable, para que editase el periódico Juventud Obrera. “La cárcel era un antiguo convento y me contaba que en las celdas había un cartelito que ponía ‘piensa que dios te está mirando’. Pero podía reunirse, discutir. Aquello era una maravilla al lado de las cárceles francesas en las que estuvo después”.
Con la caída de Barcelona, Solano fue trasladado a la frontera. Desde el exilio, escribía a la familia Carbonell y a María. Decenas de cartas en las que narraba sus intentos de reconstruir el partido, primero, y las penurias de su detención y condena por el régimen de Vichy, después. “El juez dijo que, como era tan joven y ‘había hecho tanto daño’, lo condenaba a 20 años de trabajos forzados”. María Teresa adjuntaba, en sus misivas de vuelta, revistas de medicina para que pudiera concluir el año de carrera que le faltaba al salir de prisión.
La buena nueva llegaría el 19 de julio de 1944, cuando fue liberado por un comando de la Resistencia francesa a la que se unió, junto a militantes marxistas y de la CNT, con los que fundó el Batallón Libertad; una compañía de maquis que contribuyó a la liberación de varias localidades del oeste francés. Acabada la II Guerra Mundial, Solano compatibilizó su trabajo de periodista en France Presse con la reorganización del POUM.
Mientras, en Barcelona, la joven María Teresa se empleaba a fondo en sus estudios de Filosofía y Letras y francés. “Cuando terminé la carrera pedí una beca para cursar Literatura francesa en La Sorbona. Y el 6 de octubre de 1950 —cómo iba a olvidar esa fecha— me reencontré con Wile en París”. No obstante, dice Carbonell que ella aún estaba en otra cosa. “Veía de vez en cuando a Solano que ya se había convertido en el secretario general del POUM, discutíamos, pero yo estaba obnubilada porque era libre. Aquí en Barcelona si querías salir una noche tenías que ir acompañada de un hermano o de una carabina. Allí no. Allí los jóvenes vestían como se viste ahora aquí. Era genial ver a un joven y no saber, por su indumentaria, si era hombre o mujer”.
La ciudad del amor hizo, sin embargo, su trabajo. María Teresa y Wilebaldo se casaron en el 52; en el 54 ya tenían dos críos y una casa convertida en sede de la izquierda internacional. “Trabajé mucho para el partido en el exilio. El POUM tenía muchos contactos con muchos partidos de muchos países y mi casa siempre estaba llena. Venía gente de América Latina, sindicalistas de Japón… Y gente de España, como Felipe González o Alfonso Guerra. ¡Carillo, no! —exclama—. Carrillo enviaba a su machacante, un secretario mejicano, para restablecer relaciones. Pero Solano no quiso jamás”.
Muerto el dictador, el Partido Obrero de Unificación Marxista trató de reconstruirse de nuevo en España, pero apenas jugó papel alguno durante la Transición, más allá de la pesca que hizo el PSOE entre su militancia. “¡Que se arrepintió después!”, dice María Teresa. No logró representación en las elecciones democráticas del 77 y, tras las autonómicas catalanas de 1980, abandonó la actividad. Pero no se disolvió ni renunció a la restitución de su memoria.
“En 1988 se creó la Fundación Andreu Nin porque se pensó que era la mejor forma de reagrupar a los que pensábamos igual y mantener a la vez el legado histórico y político del POUM”. Y vuelve su presidenta a la represión estalinista. Y a la mentira azuzada por el comunismo: “Con los años —porque muerto Franco ni el Partido Socialista se atrevió a hablar de nosotros— hemos conseguido sacar a la luz la verdad sobre Nin y sobre el POUM. Ha costado, pero lo consideramos no sólo un asunto de memoria sino de justicia”.
A pesar de que en unos meses se convertirá en nonagenaria, María Teresa sigue paseando su tesón entre conferencias, libros… Ayer mismo participó en la presentación de Bienvenido Mr Loach, sobre el making off de la película de Ken Loach, Tierra y Libertad. Y aunque dice que no es una pitonisa, se atreve a predecir un futuro tan luminoso como sus sonrisas: “Vivimos un momento muy interesante. No sólo por los hechos políticos sino por la evolución de la gente, de la conciencia colectiva que está avanzando y, con ella, la política”. Vuelve a reír generosa cuando concluye: “Yo estoy muy esperanzada. Y sólo espero vivir unos añitos más para verlo”.
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