MADRID
María Jesús Montero se estrenó este último viernes como nueva Portavoz del Ejecutivo con soltura. Lejos de intimidarla la sala de prensa del Consejo de Ministros (lo que sí le pasó a su predecesora, Isabel Celaá, el primer día, según ella misma confesó), la también ministra de Hacienda cumplió su papel con tranquilidad y naturalidad, como si llevara meses en este puesto que, según dijo en su día Alfredo Pérez Rubalcaba, es el más difícil del Gobierno.
Pero, la prueba más complicada no la tendrá los martes. En las próximas semanas tiene por delante buscar, en primer lugar, un acuerdo para que salga aprobado el techo de gasto y, posteriormente, conseguir que los Presupuestos Generales del Estado superen el trámite de la enmienda a la totalidad en el Congreso y que no sean devueltos al Gobierno.
El talante negociador de Montero ya es conocido y, de hecho, una buena parte del acuerdo con Unidas Podemos para el Gobierno de coalición se debe a su trabajo. Y en ello confía Pedro Sánchez para conseguir los votos de ERC, que se antojan imprescindibles.
De hecho, la ministra, es plenamente consciente de que depende de los republicanos catalanes, ya que sí espera conseguir el voto de los partidos que apoyaron la investidura. Al ser preguntada por Público el pasado lunes tras su toma de posesión si veía alguna posibilidad de contar con Ciudadanos, la ministra fue realista y dijo que no cuenta con los votos del partido naranja. Por tanto, todo está en manos del partido independentista.
Su trayectoria política avala para que logre su objetivo por su capacidad política y negociadora. Nacida en Sevilla en 1966, Montero es médica y ha dedicado la mayor parte de su vida adulta a la gestión sanitaria. Ella cuenta que es en esos asuntos en los que se siente como en casa, como pez en el agua. Fue nueve años consejera de Salud en Andalucía, entre 2004 y 2012, y cinco de Hacienda, con tres presidentes (Manuel Chaves, José Antonio Griñán y Susana Díaz) antes de dar el salto al Gobierno de Pedro Sánchez, como ministra de Hacienda.
Sobre su fichaje para el Ejecutivo, circulan versiones muy diferentes, según a quien se pregunte, pero hasta donde ha podido saber Público, hay dos hechos ciertos: la decisión de llevársela al Ejecutivo la toma el propio presidente Pedro Sánchez. Y Susana Díaz, de cuyo gobierno formaba parte en aquel momento, le da el visto bueno a su marcha a Madrid.
Feminista y de izquierdas
La ministra es una mujer de profundas convicciones que podrían definirse como de izquierdas. Es feminista, cree en la redistribución de la riqueza y en la justicia social. Busca formar equipos de trabajo cohesionados, que responden a altos niveles de exigencia y que suelen dar la hora en punto.
Montero fue cocinera antes que fraile. Antes de entrar en el Gobierno de Manuel Chaves como consejera de Salud, fue viceconsejera con el entonces consejero Paco Vallejo, un político hoy malogrado (condenado por el caso ERE), pero que contaba con numerosos talentos y cierta visión a medio y largo plazo. Antes Montero había sido gerente del Virgen del Rocío y antes aún subdirectora médica del Hospital de Valme, ambos en Sevilla, su ciudad.
Montero entró en el Gobierno andaluz como independiente (sin carné del PSOE) y así se mantuvo muchos años, todos los de Chaves como presidente. Hoy sí es militante socialista.
Durante su etapa al frente de la sanidad andaluza (antes de la caída de Lehman y la crisis y las políticas de austeridad impulsadas por Alemania) vivió tiempos de esplendor. Se promovieron investigaciones punteras con células madre, entre otro ámbitos; los hospitales ejecutaban operaciones de alta precisión; y el sistema de trasplantes funcionaba como un reloj. Además, Montero lanzó una Ley de Muerte Digna, con la que llegó hasta el límite de las competencias autonómicas, que causó algún revuelo en ambientes católicos y conservadores, y vino a reivindicar desde el sur el legado empático, humano y laico del doctor Luis Montes, vilipendiado, maltratado por la derecha.
Luego, cuando Díaz llegó al Gobierno la colocó como consejera de Hacienda y Montero pasó de gestionar un presupuesto a distribuirlo, a organizarlo. La expresidenta de la Junta siempre ha apreciado el rigor y el trabajo serio y disciplinado de Montero. De hecho, exconsejeros que han compartido durante años consejos de Gobierno con ella la recuerdan hoy defendiendo sus propuestas con rigor y conociéndolas al dedillo.
No le gusta lo orgánico
La ministra ha tenido en todos los puestos que ha ocupado posiciones responsables y disciplinadas con las posiciones políticas del PSOE, partido en el que nunca ha ocupado puestos ejecutivos, y cuyos cuadros y militantes aprecian su trabajo duro. Montero fue capaz, mientras estuvo en el Gobierno de Díaz, de configurar tres presupuestos, con bajadas de impuestos, que Ciudadanos acabó votando y también, en el mismo periodo, de cerrar un acuerdo para la financiación de Andalucía con Adelante Andalucía y PP, que se aprobó en el Parlamento.
Hoy, Montero, junto a Díaz, es el objetivo número uno para el PP en Andalucía. Desde el ministerio tuvo hace unos meses un tropiezo con las entregas a cuenta a las Comunidades Autónomas, que el PP, que hoy ocupa el gobierno de Andalucía junto a Ciudadanos, trata de rentabilizar. La estrategia es confrontar con el Ejecutivo de Sánchez y quién mejor diana para la derecha que la portavoz.
Su nombre, después de que Díaz perdiera el Gobierno andaluz, está en todas las quinielas para liderar el PSOE de Andalucía y ser la futura candidata a la Presidencia de la Junta de Andalucía. Pero Montero dice en público y en privado que no entra en su planes echar un pulso a Díaz, incluso, aunque se lo pidiera Pedro Sánchez.
El trabajo duro, entregarse a la actividad y responsabilidad que tiene entre manos es lo que le gusta hacer, y nunca ha sido mujer de luchas orgánicas internas por las que tendría que pasar, quisiera o no, si diera el paso de liderar el partido en Andalucía. De momento está centrada en sus responsabilidades, porque el futuro y el presente del Gobierno pasa, en buena medida, por sus manos.
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