Cuántas veces en las últimas semanas habremos leído en redes sociales u oído a nuestros conocidos o vecinos que sí, que la inflación baja, y que muy bien esos gráficos que salen publicados en medios, pero que esa bajada en infografías no se traduce luego a ninguno de los recibos. Vas al supermercado y te sigue costando todo mucho más que hace dos años. Ni hablar de la gasolina, puede bajar el precio del barril de petróleo, pero la gasolina, una vez la suben, ya no vuelve a bajar o no lo hace al mismo ritmo al que suele subir.
Esto pasa en todo el mundo, no solo en España. Y esa podría ser, digamos, la "buena" noticia. La mala es que las explicaciones que se nos dan a este fenómeno no lo explican del todo, sino sólo en parte.
Porque ¿qué es lo que nos llevan contando desde hace casi tres años ya, cuando empezó la pandemia?
Que la pandemia dañó las cadenas de suministro, bajó la oferta, subieron los precios, nos afecta a todos y cada uno.
Poco después de la pandemia empezó la guerra de Ucrania que lo terminó rematando todo. Así, la covid-19 y la guerra, volvieron inevitable la inflación, el aumento de precios de absolutamente todo, la escasez de algunos productos y, en algunos casos, hasta el hambre.
Pero resulta que hay un problema con esta explicación.
La covid-19 y la invasión rusa a Ucrania, si bien tuvieron un impacto negativo en los precios de los alimentos en todo el mundo, no son las principales causas de la inflación. Los precios de los alimentos ya llevaban varios meses aumentando de forma considerable antes de la guerra, mientras que más de 800 millones de personas en todo el mundo padecían hambre. ¿Por qué?
Porque hay sectores enteros interesados en aumentar sus ganancias y cargar sobre los hombros del consumidor cualquier atisbo de inflación. Para ilustrarlo, me voy a hacer eco de dos informes recientes de Oxfam. En septiembre publicaron uno para desmentir los principales mitos sobre el sistema alimentario global. Y revelaron que desde el estallido de la pandemia las principales empresas de alimentos (esas que estaban afectadas por la cadena global de distribución rota, que no se nos olvide), literalmente, se forraron.
Los beneficios fueron tan altos que, mientras millones de personas en el mundo luchaban por tener un plato de comida diario, aparecieron en el sector de alimentos y agronegocios 62 nuevos multimillonarios alimentarios. Su riqueza colectiva aumentó en total un 45% (unos 380.000 millones de dólares, para ser más concretos).
Por ejemplo, la empresa más grande de alimentos del mundo, Cargill, que vio aumentar su fortuna unos 20 millones de dólares al día desde que empezó la pandemia. Procesan cereales, soja, maíz, cacao, carne, pescado y lo venden a grandes cadenas. En el año 2021 marcó su propio récord histórico de ganancias netas obteniendo casi 5.000 millones de dólares, según los cálculos de Oxfam.
Otro gran comerciante, cuyo nombre también nos suena, es Bunge, que aumentó sus ingresos en un 19% entre 2021 y 2022.
Este lunes, cuando arrancó el Foro Económico de Davos, Oxfam Intermón publicó otro informe que va en sintonía con el de septiembre, aunque es mucho más amplio. Se titula La ley del más rico y contiene una cantidad de datos que son difíciles de leer sin entrar un poco en cólera.
Su principal conclusión es que desde 2020 las fortunas de los ultra ricos se dispararon drásticamente a la vez que lo hicieron la pobreza y desigualdad. El 1% de los más ricos acaparan el doble de riqueza que el 99% restante. Calcula Oxfam que la fortuna de los multimillonarios aumenta unos 2.700 millones de dólares cada día, mientras que los salarios de miles de millones de trabajadores crecen más lentamente que la inflación.
A la inflación le tienen dedicado todo un capítulo titulado Inflación de la codicia: las grandes empresas están detrás de la inflación rentabilizando el sufrimiento.
Y vaya, resulta, siempre según Oxfam, que una de las principales causas de la inflación no es la cadena de suministros deteriorada ni la guerra en Ucrania. Una de las principales causas de la crisis del coste de vida son los beneficios empresariales que están alcanzando niveles sin precedentes.
La inflación real baja, pero las grandes empresas no tienen ningún interés en bajar los precios, porque a ellas les supone quedarse con un margen muchísimo más amplio.
Así, calculan que en EEUU el 54% de la inflación se debe directamente al aumento de los ingresos de empresarios. En España en 2022, según Comisiones Obreras, los ingresos empresariales fueron responsables del 83.4% de la inflación.
Aquí entramos en un campo de blindaje empresarial y mediático mutuo en el que cualquier propuesta que no suponga dejar hacer a las grandes empresas lo que les venga en gana, es tachada de comunismo o de alguna de sus versiones más modernas (chavismo, bolivarianismo, etc.), olvidando, convenientemente, que el gravar las grandes fortunas forma parte esencial del llamado estado del bienestar.
En muchas ocasiones se trata de un puñado de grandes compañías que funcionan como oligopolios: puesto que no hay competencia (porque, pese a lo que se nos diga, este sistema tampoco es puramente capitalista), se puede mantener elevadísimos márgenes de beneficio.
Pues de esta manera, según calculó Oxfam Intermón, en 2022 las principales empresas repartieron entre sus directivos unos 257.000 millones de dólares en dividendos. La familia Walton, dueña de la mitad del grupo Walmart, una de las principales cadenas de supermercados de EEUU, recibió en 2022 un módico ingreso de 8500 millones de dólares en dividendos.
Pero el problema, como ya bien nos contaron en nuestros medios, es un sintecho que roba comida en el supermercado, o la pandemia, o la guerra. Y se centran en ello porque los grandes magnates de los medios de comunicación, al igual que los grandes magnates del sector alimenticio o energético, sí tienen conciencia de clase (eso si además no resulta que son los mismos los que poseen tanto supermercados como medios).
Y como ellos sí tienen conciencia de clase, el trabajo consiste en proteger sus intereses y moldear la opinión pública a través de los medios de información. Se les considera, como suele recordar la derecha, "generadores de riqueza". Pero viendo estos datos, no estaría del todo mal pensar que una descripción más precisa sería "generadores de pobreza" por sus prácticas abusivas.
Por cierto, esto es una de las principales insistencias de Oxfam: subir los impuestos a los ricos para reducir esa tremenda desigualdad. Porque resulta que señores como Jeff Bezos, el dueño de Amazon, tributa a un tipo inferior al 1%, y no precisamente porque cobre poco, que le da para pagarse un viaje al espacio y aún así llegar a fin de mes sin aparentes problemas. ¿Saben cómo lo hace? Aprovechándose de las lagunas existentes en la legislación de EEUU. Gente como Bezos o Elon Musk obtienen la mayor parte de su dinero porque el valor de las acciones de sus empresas sube.
El aumento de valor de las acciones se considera en EE.UU. una renta de capital no materializada: mientras no vendas las acciones, no tributas. Pero puedes usar esas acciones como aval bancario para conseguir préstamos. Así, ni Bezos, ni Musk se pagan sus sueldos: viven de préstamos bancarios que los bancos están muy felices de dar a gente como ellos, utilizando como garantía sus acciones. De esta manera, Elon Musk tributó entre 2014 y 2018 a un tipo de un 3,27%, según calcularon periodistas del portal estadounidense ProPública.
Pues una de las causas podía ser, como menciona nuestro compañero Owen Jones en La demonización de la clase obrera, que las grandes fortunas en países como el Reino Unido tributaban a unos porcentajes hoy totalmente impensables, de más del 80% (para que luego se quejen los Youtubers).
Es decir, que en la época del crecimiento y el florecimiento del capitalismo y la época dorada de la industrialización en todo Occidente, cuando la guerra fría estaba en pleno apogeo y había que demostrar al bloque comunista la superioridad del capitalismo, los países más capitalistas adoptaban políticas que serían consideradas hoy en día casi bolivarianas, en fin, aten cabos y se imaginarán por qué.
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