parís
Actualizado:Las encuestas son unánimes: Marine Le Pen no se convertirá en la primera mujer presidenta de la República francesa. Con una diferencia de más de 20 puntos respecto a su rival, el centrista Emmanuel Macron, la candidata del Frente Nacional se quedará a las puertas del Elíseo si no se produce un cataclismo de última hora.
Le Pen perderá estos comicios pero, ¿puede calificarse de derrota haber aupado a un partido marginalizado hasta hace pocos años hasta convertirlo en una de las principales opciones políticas de Francia? Votar a la ultraderecha en Francia ya no produce vergüenza sino orgullo en buena parte de su electorado, y la transformación comenzó cuando ella tomó las riendas del Frente Nacional.
La benjamina de la familia Le Pen ha desarrollado su carrera siendo “la hija de” y probablemente siempre lo será, pero ha logrado lo que su padre Jean-Marie Le Pen, fundador del partido ultraderechista en los años setenta, nunca consiguió: normalizar el discurso de un partido paria, minoritario, hasta introducirlo en el debate público nacional contagiando al resto del espectro político francés, que se ha visto obligado a virar más y más a la derecha para no dejarse ganar la mano.
A los 48 años, Marine Le Pen es una mujer hecha a sí misma, divorciada en dos ocasiones y madre de tres adolescentes, que vive con su pareja, Louis Aliot (otra cara conocida del partido y uno de sus principales asesores) sin estar casada. Estas han sido sus bazas principales para presentarse en las elecciones como “la candidata de las mujeres”, una mujer moderna que mira por su país como mira por su progenie, una patriota que quiere una “Francia para los franceses”, pero alejada de las oscuras connotaciones racistas y antisemitas que lastraban a su padre.
Los desencuentros con Jean-Marie Le Pen, su principal valedor cuando entró en política, acabaron consumando el divorcio entre padre e hija en 2015, cuatro años después de que Marine se hubiera hecho con las riendas del partido. Las enésimas declaraciones del exdirigente ninguneando la importancia de las cámaras de gas nazis se tradujeron en su expulsión del partido, del que paradójicamente sigue siendo presidente honorífico.
En 2011, Marine Le Pen se convertía en presidenta del Frente Nacional. Había entrado en el partido como consejera jurídica en la ciudad de Hénin-Beaumont en 1998, tras estudiar Derecho y ejercer brevemente como abogada. Posteriormente fue ascendiendo en las filas de la formación, convirtiéndose sucesivamente en vicepresidenta, eurodiputada y parlamentaria de la Asamblea Nacional francesa.
Una infancia difícil, una juventud turbulenta
El título del primer capítulo de su biografía À Contre flots, “Bienvenida a un mundo sin piedad”, denota hasta qué punto la marcaron sus primeros años, el atentado contra la casa familiar cuando tenía ocho años, la separación de sus padres (la madre, Pierrette, se fugó con el biógrafo de Jean-Marie) y verse en la picota desde la más tierna infancia, con un padre ausente y al mismo tiempo de presencia abrumadora cuyo nombre la seguía adonde quiera que fuese. La conciención de su identidad desde muy temprano hizo calar en ella la idea del “nosotros contra ellos”.
“Ser hijas de Jean-Marie Le Pen ha supuesto un gran número de obstáculos en nuestra vida, nos ha forjado un carácter más combativo”, afirmaría la candidata ultraderechista de ella y sus dos hermanas.En La política pese a ella, una biografía no autorizada sobre la joven Le Pen, los periodistas David Doucet y Mathieu Dejean dibujan una cara poco conocida de la líder del Frente Nacional, sus primeros pasos como abogada en el bufet de un amigo de su padre -el único que quiso contratarla- y en el que trabajó durante un tiempo defendiendo a emigrante sin papeles en riesgo de expulsión.
El libro también da cuenta de su alocada vida de veinteañera y de su giras nocturnas por las mejores discotecas de París y Trinité-Sur-Mer, donde la familia tenía una vivienda vacacional, en noches de alcohol y excesos por locales de moda con nombres como Keur Samba, “el mejor club afro” de la capital francesa en los años noventa.
Pero la imprevista pelea entre Jean-Marie y la primogénita Caroline cuando el Frente Nacional se escindió en dos, dio un vuelco a la vida de Marine y la puso, a los 30 años, en el carril rápido para convertirse en la heredera del partido.
Hacia la desdemonización del Frente Nacional
Desde que empezara a ganar responsabilidad de la formación, la obsesión de Marine Le Pen ha sido normalizar y suavizar la imagen del diabolizado partido. Con ella se acabaron las referencias antisemitas de su progenitor, mientras que la hostilidad a los inmigrantes se camufla en alusiones a la inseguridad y el terrorismo. “Yo estoy con todos los franceses, sean del origen que sean, siempre que se comporten como patriotas”, aseguró la candidata presidencial en uno de sus últimos mítines de campaña en París.
Rodearse de colaboradores más jóvenes y aperturistas, como su pareja Louis Aliot o Florian Philippot, vicepresidente del partido y homosexual declarado, le han permitido acercarse a otros estratos sociales tradicionalmente alejados del Frente Nacional, como el electorado femenino o los franceses de origen extranjero.
Para la campaña, la candidata ha hecho un esfuerzo para feminizar y dulcificar su imagen: ha perdido peso, se ha cambiado el peinado y, pese a haber repetido que odia las faldas, en su cartel de campaña aparece mostrando pierna. También ha prescindido del apellido familiar en un intento por alejarse de la herencia de su padre: en el póster se presenta simplemente como Marine.
Mientras, el discurso antieuropeo y antiglobalización le ha granjeado el favor creciente de la Francia rural, castigada por la desindustrialización, el paro y el retroceso del Estado. Le Pen se autodenomina la “candidata del pueblo” frente al “candidato de las finanzas” que encarna Macron, aquella que va a defender a la población abandonada por los partidos tradicionales de izquierda y derecha de la malvada Europa devolviendo al país la gloria y la identidad perdidas.
Las sombras de la candidata
Pero Marine Le Pen guarda aún numerosos cadáveres en el armario. Aunque oficialmente se ha desmarcado de los grupúsculos neonazis íntimamente vinculados al partido desde su fundación, el libro Marine est au courant de tout, (“Marine está al corriente de todo”), de los periodistas Marine Turchi y Mathieu Destal desvela las conexiones aún existentes como personajes como Philippe Péninque, militante del GUD (Grupo Unión Defensa), un grupo estudiantil de ultraderecha de los años setenta conocido por su extrema violencia.
Al mismo tiempo, se encuentra implicada en numerosos escándalos: financiación ilegal de campaña, un caso de empleos ficticios en el Parlamento Europeo, ocultación de patrimonio, agresiones a periodistas… Los pleitos judiciales se acumulan para la candidata del Frente Nacional, que podría ver retirada su inmunidad parlamentaria.
Patinazos como sus declaraciones restando importancia a la deportación de judíos en Francia durante la Segunda Guerra Mundial hace pocos días o el tono excesivamente agresivo adoptado en el debate televisivo con Macron este miércoles, suscitan dudas sobre si la ideología del Frente Nacional se ha moderado tanto como Marine Le Pen pretende hacer creer.
Y aunque se presenta como una política pragmática y realista frente a los desmanes y el histrionismo de Jean-Marie Le Pen, para especialistas como el sociólogo Jombin Jöel, “los diferendos entre padre e hija, en último término, son más estratégicos que políticos”.
En cualquier caso, pese a la campaña masiva en su contra, Marine ha superado con creces el resultado del exdirigente del Frente Nacional en 2002 con más de 7,5 millones de votos en la primera vuelta presidencial. En la segunda vuelta, “logrará un resultado honorable, lo cual es una victoria personal para ella. Por otro lado, ha logrado implantar el discurso frentista en el debate público, un éxito para un ‘partido lobby’ como es el Frente Nacional”, considera el sociólogo especializado en extrema derecha Sylvain Crépon.
Al cierre de campaña el viernes (el sábado no está permitido difundir sondeos), Le Pen se situaba en torno a un 40% en intención de voto, una diferencia de 20 puntos respecto del candidato centrista Emmanuel Macron que excluye una victoria electoral de la candidata ultraderechista. Le Pen no ganará esta elección presidencial, pero en cierta forma ha ganado la batalla cultural: desdemonizar a su formación maquillando su discurso xenófobo, normalizar el discurso de ultraderecha y contagiar de esa deriva al resto de partidos franceses.
En un mes tendrán lugar las elecciones legislativas en Francia en las que se espera el Frente Nacional aumente considerablemente su representación en la Asamblea Nacional. Marine Le Pen tiene cinco años para preparar su candidatura a la presidencia en 2022.
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