BILBAO
Actualizado:Felipe, Juan, Pablo y Alfonso de Todos los Santos son una misma persona. Así se escribe el larguísimo nombre de bautizo de quien ahora encarna el espíritu, la imagen y la agenda de la monarquía española. No en vano, hace exactamente cinco años se convirtió en el máximo representante de una institución que se mantiene aferrada contra viento y marea, obviando los reclamos de quienes buscan pronunciarse en un referéndum y ni siquiera son consultados en las encuestas.
Aquel 19 de junio de 2014 quiso marcar un antes y después para la monarquía. Se iba el campechano y llegaba el rostro joven, moderno y profesional. “Aficionado al deporte en general, fue miembro del equipo olímpico de vela en clase Soling en los Juegos de Barcelona de 1992, en cuya inauguración desfiló como abanderado del equipo español. Terminó en sexto lugar y obtuvo por ello un Diploma Olímpico”, relataba el extenso dossier que elaboraron de manera conjunta la Casa Real y el Gobierno de Mariano Rajoy para explicar cómo sería la proclamación del nuevo rey.
Antes de aquel acto de proclamación, que –según consta en ese mismo dossier- prometía combinar la “solemnidad y la dignidad que requieren unos acontecimientos históricos junto a los criterios de austeridad que recomiendan los tiempos que corren”, habían pasado muchas cosas. En mayo de ese mismo año, Podemos había irrumpido en el Parlamento Europeo con cinco diputados. El movimiento 15-M había dejado sus huellas en las plazas y la crisis económica y social seguían marcando el día a día del país. Entonces, Juan Carlos I –cuya imagen también estaba en declive- decidió hacerse a un lado y abrir la puerta a la llegada de su hijo.
“Hubo una operación muy clara para mantener a Felipe VI en un segundo plano”
“En junio de 2014 había una crisis brutal del sistema político que tocaba directamente a la monarquía”, afirma a Público el politólogo e historiador Alejandro Quiroga, profesor de Historia de España en la Universidad de Newcastle. A juicio de este experto, desde entonces “hubo una operación muy clara para mantener a Felipe VI en un segundo plano”. “No tenía el capital político de su padre, pero tampoco la Casa Real ha intentado inventarse un rey campechano, simpático o popular. En líneas generales, han preferido mantenerlo con un perfil bajo”, subraya.
En tal sentido, Asier Blas, director del Departamento de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco (UPV), considera que “el nuevo rey venía a responder a la necesidad de cambio, sobre todo con el ascenso de los movimientos sociales, la irrupción de Podemos… De hecho, hicieron ese cambio de forma rápida, antes de la nueva legislatura, para que no hubiese un 10% de diputados y diputadas que pudieran pedir un referéndum”, sostiene.
En aquel contexto, el Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España aprovechó el primer aniversario de la proclamación del rey para presentar los resultados de un “análisis de la presencia de la monarquía en la prensa internacional”. Tras estudiar las informaciones publicadas en un amplio número de medios extranjeros, el documento llegaba a la conclusión de que “las relaciones internacionales del Rey Felipe VI, como las visitas de Estado, han sido la principal fuente de noticias en el exterior”.
No obstante, allí figuraba otro dato significativo: la prensa internacional comenzaba también a prestar atención al escándalo en el que se veía inmersa una de sus hermanas, la Infanta Cristina. En efecto, uno de los tragos amargos que tuvo que soportar el rey Felipe VI fue el caso Nóos, que acabó con la condena y envío a prisión de su cuñado, Iñaki Urdangarin.
Estilo Rajoy
“La táctica fue muy parecida a la utilizada por Mariano Rajoy con los casos de corrupción: apartar a la persona directamente implicada, luego decir que uno no tiene nada que ver, vincularlo al pasado e intentar que no tenga ningún coste político”, sostiene Quiroga, quien destaca que esta faceta del reinado de Felipe ha estado marcada por una “táctica de inmovilismo”.
A esos escándalos se sumaron otros en formato audio: las grabaciones realizadas por el comisario Villarejo a Corinna Sayn-Wittgenstein, amiga del rey emérito. “El desgaste fue enorme”, señala Blas. En tal sentido, el profesor de la UPV cree que la receta para tratar de tapar estos escándalos tenía forma de bandera. “Muchas veces, la mejor manera de zafarse de los escándalos es apelando al nacionalismo español y a las bajas pasiones. Esa apelación normalmente se construye en base a otro, y ese otro es Catalunya y el independentismo catalán”, subraya.
¿El 23-F de Felipe VI?
Ahí llega, precisamente, el otro momento sublime de estos primeros cinco años de reinado: la declaración realizada el 3 de octubre de 2017 ante la situación en Catalunya. “En vez de atemperar los ánimos y buscar que hubiese un diálogo que facilitase una mayor estabilidad al propio Estado español, hizo lo contrario. Buscó el provecho a corto plazo y se alineó directamente con una parte”, señala el responsable del Departamento de Ciencia Política de la universidad vasca. “Eso, desde el punto de vista de las formas de cualquier jefe de estado –continúa-, queda bastante feo, sobre todo si estamos en un sistema parlamentario”.
Por su parte, Quiroga cree que aquella intervención “muy torpe y poco dialogante” del monarca “no tuvo continuidad”. “Si buscaron en algún momento que ese fuera el 23-F de Felipe VI, desde luego que se equivocaron”, apunta este profesor. En ese contexto, Blas añade desde Euskadi otro matiz: “aquello supuso la constatación de que el Estado español es uninacional”. “En vez de actuar como suelen hacer los jefes de estado para poder interlocutar entre diferentes partes que están en conflicto, actuó muy de parte, a favor del gobierno español e incentivando las posiciones más nacionalistas españolas”, sostiene.
Ni urnas, ni encuestas
Catalunya, Nóos, Corinna… y una escasa voluntad de consultar a la ciudadanía –ni en las urnas ni a través de encuestas- sobre si está dispuesta a mantener la monarquía o si prefiere vivir en una república. “Eso es algo que llama la atención, sobre todo teniendo en cuenta que el número de republicanos en España probablemente sea muy alto”, añade Quiroga. Cinco años después, Felipe VI no quiere ni oír hablar de ese asunto.
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