Madrid
Actualizado:Paulino López Sánchez engrosó las filas de la columna de Hierro de València al fracasar el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. En aquella unidad anarquista, a la que llegó desde Cuenca en bicicleta, luchó los casi tres años que duró la contienda. Poco después daría con sus huesos en uno de los campos de concentración que el franquismo creó a lo largo y ancho del país. Terminó en Mallorca, obligado a trabajar de manera forzada, e hizo las carreteras por las que, actualmente, transitan miles de turistas al año. Ahora, el Gobierno de las Islas Baleares ha colocado toda una serie de señales a lo largo de los 300 kilómetros de carretera construidos mediante mano de obra de presos para indicar que ahí, justo ahí, ese pavimento fue realizado por republicanos cautivos.
Miquel López Crespí es el hijo de Paulino. A sus 75 años, recuerda cómo su progenitor tuvo algo de suerte. "No está claro, pero según he investigado, pudo estar solo unos dos años interno porque salió en 1942, porque por extrañas circunstancias conoció a la que sería mi madre, de una conocida familia de derecha del pueblo", relata.
Aquel no fue el único golpe de suerte que tuvo Paulino. Su afición, cuasi profesional, a la pintura le granjeó cierto reconocimiento en el campo de concentración. "De jovencito se había ganado la vida pintando paisajes y bodegones, así que los militares le tenían cierta consideración porque siempre le pedían que le pintaran la foto de la mujer o de los hijos", relata Miquel. Pese a ello, las penurias en estos campos no arreciaban, y si el preso no tenía un contacto fuera, difícilmente podía subsistir por el hambre y la falta de atención médica.
Campos de concentración sin prisioneros de guerra
Maria Eugènia Jaume, historiadora que prepara su tesis doctoral sobre los campos de concentración y trabajo forzoso en las Islas Baleares, añade que esta región fue una de las primeras en las que aparecieron: "Los primeros prisioneros que fueron a parar aquí no eran de la Guerra, sino gubernativos que estaban en las prisiones de Palma de Mallorca". Y todo eso pese a que en la normativa de diciembre de 1936 especificaba que en estos campos de concentración debía haber presos de guerra.
Según esta historiadora, se deben diferenciar dos tipologías de sistemas represivos: los campos de concentración, por un lado, de competencia militar, y los destacamentos penales por el otro, de competencia civil. "El mismo diciembre de 1936 comienzan los trabajos forzados. La finalidad era hacer las principales carreteras de Mallorca, el circuito estratégico, lo que ahora son las carreteras más utilizadas por los turistas", incide Maria Eugènia Jaume.
Su investigación le ha llevado a objetivar que todas las obras de trabajo forzado por parte de presos republicanos son obras públicas, como la construcción de defensas en las islas para evitar un posible desembarco enemigo en las islas, primer republicano y, más tarde, por parte del bando aliado en la Segunda Guerra Mundial.
"Al final, los presos republicanos, consideradas personas desafectas al nuevo régimen, se vieron obligados a construir el régimen franquista", añade Maria Eugènia Jaume. Además, cabe recalcar que la gran mayoría de estas personas no fueron sometidas a juicio alguno. Tal y como explica la experta, "solo se clasificaba por afectos o desafectos, y los considerados peligrosos para el régimen eran encerrados en prisiones o campos de concentración".
En funcionamiento hasta 1942
No todos los campos eran iguales, aunque eso dependiera de la buena voluntad de sus guardianes. "He encontrado casos en los que la alimentación era correcta, pero otros en los que se les privaba la correspondencia y los paquetes que les enviaban, incluso hay otros en los que les obligaron a luchar en el frente de guerra al lado de los sublevados", se explaya la investigadora.
La adaptación de grandes edificios existentes, como casas de campo y propiedades señoriales, fue la forma que el incipiente franquismo tuvo para dar un mísero cobijo a los presos. También hubo otros centros improvisados con tiendas de campaña militarizadas y barracones de madera. "El único campo que se construyó como tal y nos quedan vestigios es el de Son Morey, en Artà. En general, en las Islas, estuvieron funcionando desde diciembre del 36 hasta diciembre del 42, así que actualmente se cumplen 80 años de la clausura del último campo", explicita la historiadora.
Este declive se produjo, además de porque cada vez estaba más claro que los aliados no liberarían al país del franquismo, debido a que España necesitaba a todas estas personas: hombres en edad de trabajar, por lo que muchos saldrían en libertad tras disolverse los batallones disciplinarios de soldados trabajadores (prisioneros capturados al regreso de un breve exilio y sometidos al sistema de reeducación, a partir de 1940, y obligados a hacer el servicio militar sin acceso a las armas).
Básicamente, los prisioneros procedían de estos batallones, otros eran presos gubernativos (encerrados primero en prisiones, de la que salían o con orden de fusilamiento o internados en estos campos) y los restantes provenían de los batallones de trabajadores (prisioneros de guerra procedentes de la península, clasificados como desafectos y capturados en un lugar bélico, a partir de 1937). "Es difícil dar una cifra exacta, pero por las Islas Baleares pasaron más de 10.000 personas llegadas de toda España para realizar trabajos forzados", relata Maria Eugènia Jaume.
Sin identidad, entre el hambre y el castigo
Gabriel Riera fue la última persona que realizó trabajos forzosos de la que se tiene conocimiento. Murió este mismo febrero, a los 103 años. Según rememora Maria Eugènia Jaume, "recordaba que aquí le trataron mejor que cuando estuvo destinado en Marruecos, pero también decía que les quitaron la identidad, que dentro de los campos no tenían nombre ni apellidos, que solo eran un número".
El historiador Juan Carlos García, autor de Desafectos. Batallones de trabajo forzado en el franquismo (Comares, 2022), concreta que estos batallones solían estar compuestos por entre 600 y 700 personas, aunque algunos alcanzarían el millar. "Estaban en unas condiciones de trabajo terribles, con castigos y hambre, incluso ejecuciones ejemplarizantes", relata el autor de la obra. Al fin y al cabo, los militares querían imponer así la idea de que la nueva España que venía era la de ser un trabajador, un padre de familia, disciplinario y que no se revelara.
Para sorpresa de este experto, Mallorca fue el único lugar en el que los sublevados pensaron en el uso posterior que darían a las carreteras una vez terminada la contienda. "En la documentación se ve, que hay un interés militar pero también turístico, porque esa zona ha atraído turismo y después deberá tenerlo de nuevo", relata García.
Su investigación, que estudia esta realidad a nivel estatal, determina que uno de los principales motivos por los que la movilidad de los prisioneros era tan alta, pues siempre les alejaban del lugar del que procedían, se correspondía con el sentimiento de derrota: "Así la gente iba a trabajar sin ninguna esperanza, estaban perdiendo la guerra, a cientos de kilómetros de sus casas o en islas que ni siquiera conocían...". Y eso es lo que ocurrió con Riera.
Él, como tantos otros, hizo las carreteras mallorquinas, pero también baterías de defensa, nidos de ametralladora y pequeños búnkeres aún presentes en las playas, de los que se conservan al menos 130. "Yo creo que la gente no sabe las condiciones en las que se construyeron estas carreteras, así que ya es hora", finaliza Maria Eugènia Jaume.
El reconocimiento, 80 años después
Esta opinión es compartida, como no podía ser de otra forma, por Jesús Jurado, secretario autonómico de Memoria Democráticas en las Islas Baleares. "Los franquistas vieron en 1936 que no había una red de carreteras que circunvalara la costa, algo muy deficiente si necesitaban enviar sus tropas ante un previsible desembarco. Para levantarlas necesitaron mano de obra barata, que la sacaron de las prisiones y los juzgados", dice el propio Jurado.
Por el momento, solo en Mallorca han contabilizado poco menos que 300 kilómetros de carretera levantados con el sudor y la sangre de los presos republicanos. Y la gente apenas lo sabía. Así continúa el secretario de Memoria Democrática: "Teníamos que darlo a conocer con pedagogía, así que hemos hecho una serie de paneles informativos, escritos por historiadores, y los hemos instalado en puntos concretos de estas comarcas por las que pasan las carreteras". Han preparado hasta un símbolo para la ocasión: un pico y una pala cruzadas y unidos por una cadena.
Maria Antònia Oliver, presidenta de la asociación Memoria de Mallorca, ve con buenos ojos todas estas iniciativas encaminadas a dar a conocer las desastrosas consecuencias de la Guerra y la dictadura: "Yo conocía lo de las carreteras porque un ateneo libertario hacía las rutas de la vergüenza e introducía estas carreteras, pero no mucho más". Tal y como ella misma concluye, "saldrán más cosas como estas, y ojalá que por toda España, porque aunque se priorice el tema de las fosas debido a la edad de los familiares, dar a conocer cómo trató el franquismo a los presos también es esencial".
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