a coruña
Actualizado:El triunfo del PP en las elecciones andaluzas ha tenido en Galicia un efecto paradójico. Porque si bien los resultados han dejado claro que el partido de Feijóo es capaz de anclar una mayoría absoluta en una comunidad que llevaba décadas gobernada por la izquierda, la volatilidad del electorado pude hacer que la comunidad de donde salió el nuevo líder del partido se comporte a la inversa que la de Moreno Bonilla.
Con Feijóo, que arrasó en Galicia con cuatro mayorías absolutas consecutivas, ese miedo parecía inexistente. Pero su sombra es alargada, y aún es una incógnita si su sucesor será capaz de consolidar un perfil propio que le permita asaltar con garantías la Xunta de aquí a dos años -las próximas autonómicas están previstas para el 2024-.
Alfonso Rueda (Pontevedra,1968), gobierna en Galicia con la mayoría absoluta más amplia que tiene el PP en las comunidades donde esa formación tiene el poder. Casi un 48% de los votos, por encima de Díaz Ayuso en Madrid (44,7%) y de Moreno Bonilla en Andalucía, y a distancia sideral de López Miras en Murcia y de Fernández Mañueco en Castilla y León, quienes con el 32% y el 31%, respectivamente, tienen que apoyarse en Vox.
Rueda dirige el gobierno autonómico del PP más votado, pero su influencia, conocimiento y ascendencia en el partido no se acerca ni de lejos a la de los cuatro líderes anteriores. Sobre todo porque no fue él quien obtuvo esos resultados -se presentó a las elecciones como número tres por Pontevedra-, y porque carece del carisma de Feijóo.
"Ojo, que lo de Juan Espadas [candidato del PSOE en Andalucía] puede pasarle aquí a Rueda", apunta un veterano militante del PP gallego que trabajó en varias campañas electorales. "Rueda es más gestor que político, al revés que Feijóo, y tiene poca base territorial porque lleva más de seis años alejado de la vida orgánica del partido. Hacer política no es sólo presidir el Consello de la Xunta, tiene que convencer al partido de que es capaz de armar un proyecto de partido ganador", explica.
La red clientelar que ha tejido el PP en Galicia durante los 25 años de gobiernos de Fraga y los trece años de Feijóo se parece mucho a la que urdió el PSOE en Andalucía. Y hay quien teme que puede venirse abajo si Rueda no es capaz de consolidar un liderazgo sólido.
El principal escollo para él es que a pesar de que lleva trece años de conselleiro y nueve como vicepresidente de la Xunta, tiene un conocimiento ciudadano que se antoja muy escaso, menos del 76%, por debajo del 78,6% de la líder de la oposición, la nacionalista Ana Pontón. Y sus primeras actuaciones tras tomar posesión el pasado 14 de mayo no están contribuyendo a mejorar su valoración ni a superar la imagen de funcionario gris y en ocasiones antipático de la que adolece.
Valgan tres ejemplos. Ante el colapso de la sanidad pública que sufre la comunidad tras trece años de recortes, y en previsión de que la situación se agrave este verano por el aumento de población en las zonas costeras y las vacaciones de los sanitarios, en vez de contratar médicos sustitutos para atención primaria, lo que hizo Rueda fue ofrecer a los que quedan un plus de 10.000 euros para que atiendan a más pacientes.
Cuando los facultativos, la oposición, los sindicatos y las asociaciones defensa de la sanidad pública objetaron que esa no era la solución, y que hacerlo ponía aún más en riesgo la calidad asistencial, Rueda respondió en una entrevista que el problema de la falta de personal es que los médicos no quieren aceptar los sueldos de "65.000 euros más guardias" que la Xunta les ofrece. Los galenos de atención primaria, que llevan años denunciando que están desbordados y que padecen una enorme precariedad, muchos con contratos por días y con nulas perspectivas de estabilidad, le respondieron que las nominas de la mayoría no alcanzan ni las tres cuartas partes de esa cantidad.
Rueda también mostró una insólita bisoñez cuando a principios de este mes de junio criticó que el Gobierno se negara a transferir a Galicia las competencias sobre el dominio público hidráulico del litoral de la comunidad, e intentó venderlo como un agravio con respecto a Canarias, Baleares y Andalucía, que ya las han asumido.
Lo cierto es que lo que el Gobierno le ha dicho a la Xunta es que Galicia debe reformar antes su Estatuto, como ya han hecho esas comunidades, para que contemple esas competencias y pueda legalmente transferírselas. Acto seguido, PSOE y BNG recordaron a Rueda el tiempo perdido, porque durante los trece años de Feijóo él ocupó la vicepresidencia responsable de reclamar transferencias del Estado y en todo ese tiempo no obtuvo ni una más.
Los traspiés del nuevo presidente suman y siguen y ponen en duda que pueda construirse ante el electorado con esa imagen amable de "presidente de todos" que precisa un líder ganador. Tercer ejemplo: Rueda ha ninguneado a la Confederación Intersindical Galega (CIG), el mayor sindicato de la comunidad en delegados y afiliados, al no invitar a esa central a la reunión que mantuvo hace unos días con los líderes de UGT y CCOO. "Rueda tiene que abandonar la política de apartheid", critica el líder de la central, Paulo Carril. Por cierto que la CIG es mayoritaria también entre el funcionariado de la Xunta que Rueda preside.
El nuevo presidente de la Xunta se la juega en las municipales de 2023. Salvo en Ourense, donde apoya a Gonzalo Pérez Jácome, el PP no gobierna en ninguna gran ciudad -la villa más grande con alcalde popular es Arteixo, 33.000 habitantes-, y sólo una Diputación Provincial, la de Ourense, en manos de José Manuel Baltar. Si no mejora esas ratios, el liderazgo de Rueda puede tambalearse.
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