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"Mi historia es la del mito de Sísifo". Pedro Sánchez se definió de esta manera a mediados de diciembre en la presentación de su nuevo libro. Una manera de reivindicar, desde la mitología, su capacidad de resistencia y perseverancia en política. La historia de Sánchez está llena de desafíos imposibles y este año 2023 lo ha vuelto a ejemplificar.
Sánchez acaba el año como lo empezó. Sigue siendo presidente del Gobierno. No es poca cosa. 2023 ha estado marcado por dos citas electorales. La primera, el 28 de mayo. El PSOE no tuvo nada que celebrar aquella noche. La alianza de PP y Vox le arrebató una gran mayoría de comunidades autónomas y ayuntamientos.
Algunos mejoraron sus resultados pero no fue suficiente. Solo se salvaron Castilla-La Mancha, Asturias y Navarra. A nivel municipal solo lograron conservar, en lo que ciudades grande se refiere, Las Palmas de Gran Canaria, A Coruña o Vigo. Posteriormente llegaron a la Alcaldía de Barcelona con Jaume Collboni, gracias a un pacto in extremis. Un batacazo general que dejaba casi todo el poder territorial en manos de la derecha.
La lectura en Ferraz fue clara. Había vencido el antisanchismo. Había vencido el lema "Que te vote Txapote" y el odio, casi personal, a la figura del presidente del Gobierno. Por ello, esa misma noche y en un movimiento que quedará en la historia política, Sánchez decidió adelantar las elecciones generales de forma inmediata. Un todo o nada en toda regla.
El líder del PSOE se remangó durante la campaña. Se quitó el corsé al que le había sometido Moncloa durante tres años. Decidió dar la batalla personalmente. Por el camino le ayudó, qué duda cabe, un José Luis Rodríguez Zapatero desatado contra la derecha.
Y allí le pudimos ver, enfrentando cara a cara al antisanchismo en territorios hostiles como los programas de televisión El Hormiguero, El Programa de AR o Espejo Público. Lugares que no había pisado antes mientras esa burbuja antisanchista crecía.
¿Por qué no lo hizo antes?, le preguntaron en alguna ocasión. Porque estaba dedicado a gobernar en situaciones muy difíciles (la pandemia, una guerra, etc), contestó alguna vez. Otras, Sánchez reconoció que su error había sido "no haber prestado atención al factor corrosivo y al veneno que iban metiendo en la sociedad con esto del sanchismo". "[Algo que] en definitiva no deja de ser el no hablar de lo que hemos hecho", añadió.
La disyuntiva, y eso lo explotó el PSOE, era elegir continuar con un Gobierno progresista o darle el Gobierno a la alianza de la derecha y la extrema derecha. PP y Vox ya estaban formando ayuntamientos y gobiernos autonómicos. Ya habían mostrado algunas de sus intenciones en llamativas decisiones anticlimáticas, contra el feminismo o los derechos LGTBI. Eso, sin duda, ayudó a Sánchez.
Esa imagen de seriedad, de bola de partido para la ciudadanía española, Sánchez la acompañó con su versión más cercana, relajada y, aunque suene a típico, humana. Era otra de las cosas que no había hecho durante años. Participó en varios programas con un formato más cercano al entretenimiento como Hora Veintipico y, especialmente, un podcast llamado La Pija y la Quinqui, muy seguido entre el público joven. Algunas voces en Ferraz señalan ese programa como punto de inflexión en la campaña.
Vimos ahí a un Sánchez cercano, risueño como prácticamente nunca y capaz de darle la vuelta a uno de los memes que precisamente el antisanchismo había querido explotar contra él. El famoso "Perro Sanxe". El famoso "más sabe Perro Sánchez por Perro que por Sánchez". Días después, en Ferraz se cantó el "No pasarán". Los números del 23J eran endiablados. Pero dos cosas había claras. Una, que el PSOE había obtenido muchos más votos que en 2019. Otra, que era imposible que el PP y Vox sumaran para formar gobierno.
Alianzas imposibles y normalización de otros socios
PSOE y Unidas Podemos ya habían, por la vía de los hechos, consolidado bastante las alianzas parlamentarias con PNV, ERC, EH Bildu y otros grupos. Pero entraba en juego Junts. El partido de Carles Puigdemont no tenía relación ninguna con el Gobierno. Sus posiciones maximalistas y las consecuencias del procés en Catalunya generaron una barrera.
Pero Sánchez se propuso "hacer de la necesidad virtud" y tras semanas de silencio defendió públicamente la ley de amnistía que le exigían esos partidos para la investidura. Poco a poco se fue abriendo camino hacia Moncloa. El nombramiento de Francina Armengol o el nuevo reglamento de lenguas cooficiales en el Congreso allanaron el camino.
En paralelo, la partida se jugaba también en Bruselas con Puigdemont. El secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, se reunió varias veces con el expresident. Una de ellas con foto incluida, un punto de inflexión. Mientras tanto, también se negociaba con ERC y Sánchez llamó a Oriol Junqueras -líder del partido catalán- por primera vez desde el procés y su salida de la cárcel. El siguiente hito será ver juntos a Sánchez y Puigdemont, algo que el presidente ha confirmado. Eso sí, será después de la aprobación de la amnistía.
También 2023 ha servido para dar un paso más en las relaciones con EH Bildu. Algunas voces socialistas y de Moncloa reclamaban más pedagogía y normalización. Ya se había negociado, y pactado, con el partido vasco muchos asuntos fundamentales. Pero este año ha acabado con dos imágenes simbólicas. La primera, en el Congreso. Sánchez se reunió por primera vez personalmente con un dirigente de EH Bildu. En este caso sus portavoces parlamentarios Mertxe Aizpurúa y Gorka Elejabarrieta.
Tres días antes de que acabara este año, Pamplona visibilizó también una posible nueva etapa. El PSN pactó con EH Bildu una moción de censura para desalojar del Ayuntamiento a Cristina Ibarrola, de UPN. Los socialistas no entraban en el Gobierno de coalición de EH Bildu, Geroa Bai y Contigo Zurekin. Pero su apoyo era imprescindible. El PSOE separa completamente este pacto de otros asuntos como la investidura o las elecciones vascas y lo circunscribe a un ámbito local concreto. Pero a nadie se le escapa el importante paso dado.
En lo que a la coalición de Gobierno se refiere, Sánchez ha cambiado a Unidas Podemos por Sumar. El espacio que lidera Yolanda Díaz ha sufrido una ruptura interna, con la salida de Podemos al Grupo Mixto, fruto de la exclusión del partido morado del Consejo de Ministros y su denuncia de que Sumar los orillaba para hacer política. Es un nuevo partido inesperado con el que tendrá negociar el PSOE. Está por ver qué consecuencias tiene en una legislatura que ya era, antes de esta decisión, de una complejidad extrema.
Tampoco lo tendrá del todo fácil Sánchez para negociar a la interna. Sumar, en apenas un mes, ya ha explicitado diferentes desacuerdos con los socialistas. En asuntos internacionales como el Sáhara Occidental, en las negociaciones del decreto anticrisis, en una operación como la del Puerto de València o en el nombramiento de la directora del Instituto de las Mujeres. Los socialistas tratan de normalizar las diferencias en una coalición y Sumar trata de marcar posición y perfil propio. 2024 se prevé tan intenso para Sánchez (si no más) como 2023.
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