Opinión

Emprendedores de la "nueva" política

Iñigo Errejón durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. Imagen de archivo. A. Pérez Meca / Europa Press
Iñigo Errejón durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados. Imagen de archivo. A. Pérez Meca / Europa Press

Por Víctor Sampedro Blanco

-Actualizado a

Los orígenes: “Vamos a hacer historia y a jodernos la biografía”. Eso le dijo Iñigo Errejón a Rita Maestre entre bambalinas. Fue antes de salir al mitin de celebración de la victoria de Podemos en las elecciones europeas de 2014. Doy fe. Sucedió ante “el Reina Sofía”. Ahora, suena a prehistoria. Materia de un museo de biografías desguazadas. Resuenan en la última exposición inaugurada en “el Reina”: Esperpento.

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Tras la compasión, admiración y reconocimiento para el movimiento feminista. Demuestra ser, junto al activismo por la vivienda, el remanente quincemayista, la movilización social más activa. Al menos en el plano destituyente: de Rubiales a Errejón. Ahí es nada. Necesitábamos superar las versiones edulcoradas de la historia reciente, encapsuladas en la serie Cuéntame. Era necesario, aunque no basta, el Cuéntalo de Cristina Fallarás y demás colegas. En el programa de TVE, la ciudadanía (espectadora, pasiva y menor de edad), pide a los abuelos cebolletas de la santa Transición que les adormezcan con una fábula. Cuéntalo, en cambio, produce pesadillas a las oligarquías que, con suerte, acabarán afectadas por el MeToo.

Conscientes son las feministas de los peligros del linchamiento y la involución que acarrearía un akelarre de brujas, esta vez incineradoras de Torquemadas. Mandarían a todo dios (en especial, a las políticas y periodistas progres) al purgatorio. ¡Otra purga! Examen de conciencia y propósito de enmienda. Escarnio público y autos de fe para pagar un silencio encubridor y cómplice. Sería el regocijo de la (ultra)derecha. Sin paternalismos ni autocomplacencia feminista, cabe evitar ser las tontas útiles que le hacen el trabajo sucio a los de siempre.

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La compasión que reclamábamos requiere un primer paso, para romper filas. ¿Nos dejamos de guerras culturales? Desertemos de esta. Tenemos todas las de perder si no actuamos desde la crítica a las oligarquías partidarias, no solo al patriarcado. Podemos, Sumar, las siglas y los municipalismos posteriores no son más jerárquicos que el PP o el PSOE; véanse la FAES y el “PSOE caoba”. Pero la contradicción resulta mayor en quien se reclama como “alternativa”. No lo será con más “comunicación” (ruedas de prensa, declaraciones, tuits…), sino con organización institucional: una nueva plataforma electoral, ligada a cooperativas y sindicatos, fundaciones y organizaciones del tercer sector. Su eficacia no debiera mermar la transparencia y la apertura, la participación desde abajo y la cooperación entre sí.

Hablemos, por favor, de la ley de hierro de las oligarquías. Aquél a quien mencionábamos lo entenderá. No hay politólogo que la niegue. La formuló Robert Michels (1911) y sostenía que tarde o temprano, sí o sí, los partidos acaban controlados por las elites de una forma natural. Así acabó abrazando a Mussolini. Maestro en convertir la tarea de representación política y servicio público en la dominación y suplantación de las de abajo.

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La comunicación política es lo opuesto al marketing electoral imperante. Consiste en dar voz (no suplantar) a una comunidad. El objetivo reside en que cobre entidad y voz, para participar (tomar parte) en el devenir colectivo, en igualdad de condiciones y con resultados justos. La izquierda rehúye o se muestra incapaz de institucionalizar la indignación. Crece y está cambiando de bando. Vendrán más Danas y nos harán más fachas. Necesitamos valores y organizaciones para hacerles frente.

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