Opinión
Armas nucleares rusas en Bielorrusia: ¿un paso más hacia el desastre?
Por Inna Afinogenova
Periodista
Actualizado a
El 21 de marzo pasado, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, y el secretario general del Partido Comunista chino, Xi Jinping, firmaron una declaración conjunta tras varias horas de negociaciones bilaterales en el Kremlin. El texto, además de hacer hincapié en los beneficios de una mayor cooperación chino-rusa, contiene todo un capítulo (VII), dedicado a la no proliferación nuclear. Comienza advirtiendo que "en una guerra nuclear no habrá vencedores" y continúa con una afirmación que Putin tardaría exactamente cuatro días en pasarse por el arco de triunfo: "Las potencias nucleares no tienen que alojar su armamento nuclear fuera de sus territorios nacionales y deben retirar de otros países el que ya tienen instalado".
El 25 de marzo en una entrevista al canal Rossiya-24 el presidente ruso anunció el despliegue del armamento nuclear táctico en Bielorrusia. Dijo que 10 aviones de las Fuerzas Aéreas de Bielorrusia ya estaban listos para transportar armamento nuclear, que Moscú le había entregado a Minsk el sistema de misiles balísticos Iskander y que antes del 1 de julio completaría la construcción de un depósito especial para ese tipo de armas en el territorio del país aliado.
"Hacemos lo que EE.UU. ha venido haciendo desde hace décadas", afirmó el presidente ruso que hasta hace bien poco era muy crítico con el despliegue de las armas nucleares tácticas de EE.UU. en seis bases militares repartidas entre Bélgica, Alemania, Italia, Países Bajos y Turquía, y presumía de no haber tenido el mismo modus operandi que Washington en este asunto. Una vez más, Vladímir Putin reivindicando el derecho de Rusia a comportarse tan mal como lo hace EE.UU., con la titánica contradicción que todo ello supone. ¿Qué le ha hecho cambiar de opinión? Según sus palabras, ha sido el líder de Bielorrusia, Alexander Lukashenko: "Lleva tiempo solicitando alojar armamento nuclear ruso en el territorio de su país".
Más allá de lo rocambolesco que supone imaginar a Lukashenko, acorralado en su propio país y sostenido durante los últimos años por el Kremlin, pedirle a Moscú nada que no fueran créditos financieros, la noticia sobre el despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia no es ninguna novedad para los que siguen la actualidad militar de la región. Se veía venir desde finales de febrero del año pasado, cuando se introdujeron enmiendas en la Constitución bielorrusa que eliminaron la neutralidad nuclear del país. La duda era cuándo se movería esa ficha.
¿Respuesta al uranio empobrecido?
Le tocó mover luego de que la ministra de defensa de Reino Unido, Annabel Goldie, revelara el pasado 20 de marzo que junto con los tanques Challenger-2, Londres entregaría a Ucrania proyectiles perforantes que contienen uranio empobrecido, "altamente efectivos a la hora de destruir tanques y carros de combate contemporáneos". El anuncio fue calificado por Moscú como un paso más hacia una escalada nuclear, como una violación del derecho humanitario internacional y como una declaración de intenciones de seguir en guerra "hasta el último ucraniano", en palabras de Putin. Y si bien es cierto que las municiones de uranio empobrecido ni están prohibidas, ni se consideran armamento nuclear ni químico, son altamente tóxicas y son una amenaza, en primer lugar, para los soldados que operen con ellas, y en segundo, para el territorio en el que se usen y para cualquiera que lo quiera habitar una vez se recupere la paz, ya que su período de semidesintegración es de unos 4500 años.
Al impactar en el objetivo ese tipo de proyectiles esparcen polvo, que, en caso de ser inhalado en grandes cantidades, aumenta los riesgos de padecer cáncer de pulmón. Este metal denso fue citado como uno de los causantes de enfermedades oncológicas de excombatientes de las guerras del Golfo, en las que se usó. En 2018 el presidente serbio, Alexander Vucic, dijo que él nunca creyó demasiado en esas denuncias, pero resulta que en su país los casos de cáncer eran más comunes en niños cuyos padres nacieron en 1990. En 1999 la OTAN arrojó 15 toneladas de uranio empobrecido sobre el territorio de la antigua Yugoslavia. Todo podría ser mera coincidencia, tal y como sugirieron algunos estudios científicos, incluído el de la OEIA. Sin embargo, al hacerse públicos los planes de Reino Unido de enviar esas municiones a Ucrania, la propia ONU se mostró preocupada por "cualquier uso de uranio empobrecido en cualquier lugar". Para ser un armamento poco nocivo, la inquietud de la ONU resulta todavía más inquietante, valga la redundancia.
¿Es un farol?
El anuncio de Putin, o mejor dicho, su "respuesta positiva" a "la petición" de Lukashenko habría que analizarlo dentro de un amplio contexto en el que están implicados todos los que, directa o indirectamente, participan en esta guerra. Decirlo en ningún caso le quita responsabilidad a Putin por haber iniciado la invasión. Pero desde hace tiempo ha dejado de ser él el único en escalar la intensidad de la guerra. Las apuestas se suben en estricto cumplimiento de ciertas formalidades: el despliegue de armas tácticas en Bielorrusia no viola el régimen de la no proliferación, puesto que no se aumenta el número de ojivas nucleares, sólo se mueven a otro territorio. Los proyectiles con uranio empobrecido son legales, no están prohibidos, solo hay serios cuestionamientos acerca de sus efectos nocivos a largo plazo. La entrega de tanques a Ucrania no es una escalada, ni lo es la suspensión del tratado nuclear New Start, todo se hace "en legítima respuesta a los actos hostiles del adversario".
La pregunta es en qué momento esta espiral de escaladas puede llegar a desembocar en una confrontación nuclear. La doctrina nuclear rusa considera las armas nucleares exclusivamente como un medio de disuasión y solo contempla cuatro escenarios en los que se podría recurrir a su uso: llegada de datos fiables sobre el lanzamiento de misiles balísticos en dirección a Rusia, el uso de armas de destrucción masiva contra territorios de Rusia, ataques a la infraestructura crítica cuya destrucción socavaría la respuesta de las fuerzas nucleares y, por último, una agresión contra el territorio ruso con armas convencionales, si la existencia del Estado se pone en riesgo. En este último punto es en el que habría que fijarse: un ataque con armas convencionales contra lugares como la península de Crimea, que Rusia considera parte de su territorio y que alberga su principal base naval en el Mar Negro, ¿pondría en peligro la existencia del Estado? El mayor think thank de EE.UU., Rand Corporation, que asesora al Pentágono, considera que Moscú lo interpretaría así.
Llegados a este punto, no parece que el envío de armas nucleares a Bielorrusia cambie mucho las cosas. Y no parece que se trate de algo que vaya mucho más allá de una demostración de fuerza. Pero visto lo visto, teniendo en cuenta la nula voluntad que hay de desescalar el conflicto por todas las partes y el poco valor que se ha demostrado que tiene la palabra del Kremlin, resulta verdaderamente complicado hacer predicciones a medio plazo. Por lo pronto, la respuesta de EE.UU. a todo esto ha sido muy cauta: el Pentágono simplemente ha afirmado que no ha visto "razones para elevar el nivel de alarma nuclear". Podría ser un dato para la esperanza de que la cosa no vaya a más. Esperemos que sea eso, y no un capítulo más en el camino hacia el desastre.
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