Jorge Fonseca
Profesor de Economía Internacional y Desarrollo, Universidad Complutense de Madrid, y miembro del Consejo Científico de ATTAC
Para alguien que venía de la Argentina sometida al terrorismo de estado neoliberal de Videla, aterrizar a principios de los ochenta en una clase de economía política con un enfoque crítico que pone en el centro a la humanidad, era como pasar del infierno al cielo sin escalas. Esa fue la sensación que tuve al incorporarme al doctorado del Departamento de Economía Internacional y Desarrollo de la facultad de Económicas de la Complutense, que debe su existencia y su impronta a José Luis Sampedro, hecho que a los profesores Martínez Cortiña, Ángel Tablas y Carlos Berzosa les encantaba pregonar. Gracias a ellos tuve la oportunidad de compartir con él en varias oportunidades y comprobar su infinita generosidad, sencillez y estatura intelectual, lo que me permitió comprender por qué era tan admirado y apreciado.
Hace unos años, para un curso de verano en El Escorial le invité a participar con la lección inaugural del curso y aceptó encantado. Pero Martínez Cortiña, director de la Fundación de la Universidad, y amigo de Sampedro, pensó que era la oportunidad de ofrecerle la conferencia inaugural del programa y rendirle un gran homenaje y así me lo planteó y se lo propuso. José Luis se negó de forma radical porque pensaba que aceptarlo implicaría faltar a la palabra que me había dado. Fue necesaria una larga conversación y mucha insistencia de mi parte para convencerle de que ganábamos todos, y que su temor a que yo actuara presionado por Cortiña era infundado. Sólo accedió cuando le convencí que no era así en absoluto. Este pequeño gran gesto expresaba que para él toda persona era igual de importante y que la palabra dada es algo humanamente valioso. Felizmente tuve varias oportunidades de compartir con él, y con su gran compañera Olga Lucas, en las que despertó en mí la aspiración de llegar a parecerme a él.
Además de encantarme su doble vertiente de científico social y escritor, con lo que me sentí rápidamente identificado es con su rebeldía y disposición a remar contra corriente: 'He sido algo disidente a lo largo de mi vida' (...) 'He hecho como Ulises al embarcarse, abrir los ojos y taparse los oídos a las versiones oficiales de las cosas... y mirar con ojos nuevos, si fuese posible de niño, con ojos sin prejuicios... Es el viaje que recomiendo a todos, el viaje a uno mismo, el viaje que tenemos todos que hacer... El esfuerzo es ser lo que se es y el premio es darse cuenta constantemente de que la brújula interior va bien, la brújula de Ulises, la brújula personal de cada uno. (...) Y si nuestro barco es solamente un velero, naveguemos al menos hacia las playas convenientes para nosotros... Así se empieza a tomar consciencia... para saber lo que somos... Aceptarse como se es, con realismo, es el principio de la fuerza'
Su actitud crítica frente al orden social existente que le llevó a las asambleas del movimiento 15M, donde se le ama y con el que se identificó, se reflejan en su rechazo a la neutralidad cómplice, tanto dentro la academia como en la vida social: 'No hay comentarios imparciales en las ciencias sociales. Sólo los ingenuos (o los hábilmente intencionados) aseguran creer en la existencia de una ciencia social neutral', escribió. También descreía de la 'neutralidad' de los medios: Con dinero 'se dominan medios de comunicación, y en vez de opinión pública se tiene la opinión mediática, que condiciona la opinión pública. Así lo que resulta en las elecciones no es lo que quiere el pueblo, sino lo que le han dicho al pueblo que quiera' (...) 'No hay más grave dependencia que la colonización mental', advertía y, años antes que el 15M tomara las plazas, ya señalaba el camino: 'Es en la calle donde la toma de consciencia ha de acabar con esa colonización. Hace más de un siglo el Manifiesto Comunista pudo concluir con la archisabida exhortación: ‘Proletarios de todos los países ¡uníos!. No tenéis que perder más que vuestras cadenas'. Hoy las cadenas modernas aparecen tan recubiertas de dorado en nuestras mentes condicionadas por la publicidad, que no sólo no deseamos romperlas, sino que pagamos por cargar con ellas'.
'Los valores se han convertido en intereses y se opera de acuerdo a éstos', decía. Cómo no pensar en ello hoy cuando diariamente esos intereses echan de sus casas y dejan en la calle a familias enteras para satisfacer a la banca, cuando los jóvenes son expulsados del país, cuando la sanidad, la educación, los cuidados a los dependientes, se sacrifican en el altar de los que especulan con la vida humana. Todo barnizado de falsa legitimidad democrática y con el pretexto del pago de una deuda contraída por esos especuladores pero que pretenden que paguemos los demás. Por esto, aunque defendía la economía social de mercado mediante 'la intervención correctora de los gobiernos', Sampedro era escéptico de las posibilidades de que ella permitiera humanizar el capitalismo, debido al poder del dinero para influir en los gobiernos: 'Es como si en una jaula donde el mero hecho de que el pájaro ocupe un nido muy alto significa más comida y toda clase de ventajas, se creyera que la desigualdad se corrige pintando los bebederos de apacible color verde'. Y ante el pesimismo de la razón, apelaba al optimismo de la voluntad: 'Estamos en la fase de la hegemonía (financiera)...Es la fase final de la crisis, lo mismo que el Imperio Romano del siglo III fue el final de la crisis del sistema montado en torno al Mediterráneo'.
Nuestras clases de economía del desarrollo, las asambleas del 15M, tienen un aire extraño estos días. A sus seguidores, menos y más jóvenes, por una parte nos afecta la tristeza por la pérdida del querido maestro, pero por otra nos inunda la alegría de saber que su halo de Ulises rumbo a Ítaca circula por aulas y plazas, y nos invita a continuar el viaje, en combate por la alegría que debe ganarle a la tristeza, que es lo que reparten los personeros del sistema. Pero Sampedro fue un Ulises disidente del mito, más en línea con el Ulises del poema de Cavafis que con el de Homero: más importante que llegar a Ítaca es el propio viaje. 'Súbanse en la barquita y vamos a navegar un poquito'.
Por su invitación a navegar contracorriente, por su apelación a tomar consciencia en la calle, por ese coraje cívico, por esa inmensa humanidad...por todo ello es que ¡amamos tanto a Sampedro!.
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