Opinión
¡A los piquetes, inquilinas! La revuelta ha comenzado

Por Valeria Racu y Alberto Martínez
Militantes del Sindicato de Inquilinas de Madrid.
-Actualizado a
Desde hace meses, el conflicto por la vivienda ha dejado de ser un debate técnico para convertirse en una confrontación abierta. En un juego de suma cero sin punto intermedio ni tercera vía. En un choque de legitimidades del que van a saltar chispas el próximo 5 de abril. O te rindes ante el rentismo, o te organizas contra él.
La crisis habitacional no es un accidente ni un error de regulación. Es el resultado de décadas de políticas diseñadas para beneficiar al sector inmobiliario. La narrativa oficial nos dice que el problema se resuelve con parches: más incentivos fiscales a los más ricos, promesas de construcción de vivienda pública que nunca llegan, regulaciones que luego son papel mojado por falta de inspecciones y sanciones. Pero la realidad es clara: los alquileres han alcanzado niveles insostenibles mientras miles de viviendas siguen vacías, se destinan al turismo o son convertidas en activos de inversión. Mientras tanto nos siguen echando de casa todos los días. Los políticos y el mercado no tienen ninguna solución… y los precios siguen subiendo.
Los sindicatos de inquilinas llevamos años denunciando esta situación. Se ha negociado, se ha presionado, se han propuesto leyes y mociones, se han arrancado pequeñas pero importantes victorias. Ahora, hemos llegado a un punto en el que la única respuesta viable es la desobediencia civil organizada. Si es legal cobrar 1.500 euros por un piso de 40 metros cuadrados, si es legal expulsar a familias enteras al finalizar un contrato, si es legal transformar barrios en escaparates para turistas mientras miles de personas no podemos pagar nuestras casas, entonces es evidente que la legalidad está del lado de los especuladores y, entonces, solo nos queda desobedecer.
Por si fuera poco, nos hacen creer que no hay alternativa, que debemos resignarnos a una vida de precariedad e incertidumbre. Pero no lo aceptamos. No aceptamos que la vivienda sea un lujo mientras miles de pisos siguen ofertándose en Airbnb o permanecen vacíos a la espera de que los precios suban. No aceptamos que nos echen de casa porque un casero quiere hacerse más rico a costa de nuestro trabajo. No aceptamos que los alquileres temporales nos condenen a la inestabilidad. Y no aceptamos que grupos de matones operen impunemente para ejecutar desalojos arbitrarios sin garantía judicial alguna.
Si todo esto es "legal", entonces la única respuesta legítima es la desobediencia. No vamos a esperar el permiso de nadie para defender nuestro derecho a lo más básico: un hogar estable y seguro. Un lugar donde dormir, cocinar, trabajar, llorar, regar plantas, colgar cuadros, amar a quien queramos. Un lugar donde formar una familia, o donde huir de ella.
No estamos únicamente ante un conflicto entre caseros e inquilinos. Es un conflicto de toda la sociedad. O apostamos por el derecho a una vida digna y al futuro, o defendemos la acumulación salvaje de riqueza de unos pocos. Algunas queremos que la vivienda sea un derecho. Otros quieren que siga siendo un negocio a costa de nuestros sueños, de nuestra libertad, de nuestra salud mental y hasta de nuestra identidad. No hay término medio. No hay punto neutro. Toca elegir bando. Toca plantar cara.
Y no hace falta improvisar. Tenemos un plan. Nuestra desobediencia es organizada, metódica y efectiva. Lo empezamos a demostrar en 2021, cuando conseguimos a través del conflicto y la negociación colectiva que más de 200 inquilinas torcieran el brazo al mayor casero del mundo. Lo seguimos demostrando en los Bloques en Lucha de Tribulete, Buenavista o San Ildefonso, que llevan años resistiendo a abusos, subidas y desahucios. Lo han demostrado recientemente las vecinas de Casa Orsola, en Barcelona, mediante la unidad, la organización y la lucha. Y lo vamos a seguir demostrando con las huelgas de alquileres.
Desde hace meses, cientos de inquilinas de Nestar y La Caixa se han organizado para empezar a golpear donde más duele, respectivamente, al tercer y al segundo mayor casero del país. Nuestros mayores adversarios son los grandes rentistas del país: quienes más capital acumulan y más dinero están ganando a nuestra costa. Quienes arrasan nuestras ciudades comprando edificios enteros y empujando al alza los precios. Por eso, nuestro objetivo en los próximos meses será lograr huelgas en bloques de un mismo propietario, interrumpiendo la acumulación de riqueza que se sostiene con nuestros salarios.
Con este objetivo hemos creado los piquetes inquilinos, que saldrán por primera vez a las calle el próximo domingo 2 de marzo. Los piquetes son grupos de vecinas organizadas para impulsar huelgas de alquiler en sus barrios, y su primera misión será recorrer, uno por uno, los 30.000 bloques de propiedad vertical que hay en la ciudad de Madrid para convertirlos en miles de Casas Orsola, en trincheras desde las que defender el derecho a una vivienda fuera del mercado. Pero no será la última: el objetivo es multiplicar los focos de conflicto, explorar nuevas formas de resistencia, hacer que las huelgas de alquiler vuelvan a ser una herramienta sindical eficaz para cientos de miles de personas. Hasta conseguir que la huelga llame a tu puerta.
Será un proceso largo, pero estamos preparadas para hacer historia. La estamos haciendo ya: este plan ya ha empezado. Los piquetes inquilinos están en marcha. El movimiento huelguista avanza. La organización crece, dentro y fuera de Madrid. El 5 de abril vamos a demostrar que la gente que movemos este país no nos resignamos a seguir siendo esclavos del rentismo y que contamos con una fuerza organizada en cada ciudad, en cada barrio y en cada bloque. Estamos dispuestas a desobedecer hasta cambiar las reglas de juego.
Que suenen los llaveros: ¡a los piquetes, inquilinas! La revuelta ha comenzado.
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