Opinión
El pasmo y esta nueva idea del conservadurismo


Periodista y escritora
No tenemos ni idea de quién será el siguiente hombre en declararse nazi. Después de que el rapero Kanye West, tras aparecer llevando a su hembra en pelotas como ornamento, haya declarado públicamente "soy nazi" y "soy racista", el siguiente podría ser un artista plástico vestido de payaso o de Versace, un mago mundialmente famoso segundos antes de desaparecer para siempre, un director de orquesta en horas bajas, un arquitecto estrella en horas altas, un actor de comedia norteamericano, un escritor de noir escandinavo o el coro de los niños de Viena. No estoy bromeando. Si cualquiera de los anteriores saliera, como West, mañana a declarar que es nazi, o fascista, o racista, o machista misógino o violento en general, ya no nos sorprendería demasiado. O nada, no nos sorprendería en absoluto.
No sabemos qué esperar. No tenemos ni idea de lo que pasará mañana. Podría ser que la Inteligencia Artificial de repente se "deshinchara" y nos informaran de que no va a ser para tanto –¿para cuánto?– porque gasta mucho, o porque no sirve, o porque no hay agua suficiente para darle de beber. Ah, pero también podría suceder lo contrario, que de repente, nos viéramos obligadas a usarla inmediatamente porque nuestro teléfono nos indica que es la única manera ya de gestionar a la vez el Bizum, el pago con tarjeta y la conexión a redes sociales. Tanto la primera como la segunda opción nos parecen realistas, pueden suceder. ¿Cuándo? Pues mañana mismo. Nos parece posible que sucedan mañana mismo.
Porque también nos parece posible que mañana mismo Estados Unidos cambie de idea y decida no convertir Gaza en una macro "ciudad de vacaciones", sino en una mega cárcel infantil para criaturas latinoamericanas nacidas de padres deportados, o en una descomunal desaladora para dar de beber a todas las máquinas sedientas de datos para la IA. No sabemos, no tenemos ni idea. Podría ser que, fruto de su decisión, grupos radicales musulmanes pasaran al ataque y volvieran a sembrar de balas o cuchillos las capitales europeas y/o norteamericanas, o que decidieran encerrar en sus lujosos hoteles a los jugadores de las copas (ignoro cuáles) españolas que se han trasladado a tierras árabes como rehenes caviar. O lo contrario, que se sumen y monten entre todos una coreografía violenta de camaradería en un vestuario de caballeros.
Este fin de semana se ha reunido en Madrid lo más granado de la internacional facha, con Santiago Abascal, Marine Le Pen, Mateo Salvini y Viktor Orbán a la cabeza. Su presencia y el hecho de que dicha presencia no cause estupor ni espanto forma parte del mismo pasmo, este magma del no-saber en el que con dificultad nos movemos, esta realidad espesa que se nos mete por las narices y los oídos, que nos entra en los ojos formando capas de inmundicia pringosa que nos impiden pensar con claridad, tomar decisiones. Pero, ¿se pueden tomar decisiones cuando el futuro inmediato se ha vuelto absolutamente impredecible?
El pasado 6 de noviembre, un dúo formado por Donald Trump y Elon Musk ganó las elecciones norteamericanas y se hizo con la presidencia de los Estados Unidos. A partir de ese momento, lo que algunos describían o describen como la gran disrupción tecnológica –llámelo como quiera– tiene a los mandos a dos machos ultrarricos enloquecidos y, por supuesto, imprevisibles; dos criaturas caprichosas jugando a la pelota con el mundo.
Las consecuencias en lo pequeño, en lo íntimo, lo local, lo familiar, lo "nuestro", empiezan a ser, y serán, una parálisis evidente y cada vez más aturdida. Y a quien no se mueve, a quien quiere proteger lo que existe, lo que se ha conseguido, aquello a lo que estamos acostumbradas y acostumbrados, o sea conservar, se le llama "conservador". Trump y Musk llegan, arrasan, toman decisiones enloquecidas, actúan a manotazos y dejan pasmado a todo aquel que no los había visto venir, que creía sólidos e inamovibles los valores democráticos, las bonitas ideas de igualdad y fraternidad. Así que, de repente, ahí los tenemos, vestidos de revolucionarios frente a los muermos, mientras Europa no atina siquiera a balbucear su propio nombre. Quizás no sabemos lo que pasará mañana, pero yo sí tengo claro en qué estado de estupor no debemos permanecer.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.