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ATENAS.- El avión se acerca a la pista de aterrizaje y flanqueando los bordes del aeropuerto ateniense llaman la atención los grandes almacenes de muebles nórdicos o los de bricolaje con apellido de mago que son una demostración de fuerza, de una plaza tomada y sostenida por los procesos económicos que dirigen la globalización.
Si alguien gritara “¿Algún periodista en la sala?” se levantaría más de la mitad del pasaje del vuelo que ha despegado de Madrid. Los hay y de todos los colores políticos. Hermann Tertsch, que antes de embarcar tuitea que está lleno de podemitas: “Todo el vuelo a Atenas lleno de turistas del ideal. Aterrados algunos en la cola ante la certeza de compartir vuelo con el facha odiado”. Pepa Bueno estudia sobre Grecia, con varias noticias que ha cargado en la táblet. También cámaras, redactores, productores y freelancers que han embarcado en una especie de Regreso al futuro de lo que podría ocurrir en las elecciones generales españolas dentro de unos meses.
El viaje hacia el centro de Atenas va dando muestras de los efectos devastadores que ha tenido la crisis y la propagación de la austeridad. Fábricas cerradas, puestos de trabajo evaporados, pulverizados, extendiendo el empobrecimiento a los hogares, a las calles, a proyectos de vida que chocan contra los inflexibles intereses de los bancos que como apisonadoras alisan cualquier obstáculo que dificulte la circulación de sus beneficios.
En el centro de la ciudad, en los alrededores de la plaza Omonia, donde Syriza ha celebrado su gran mitin de cierre de campaña, algunos yonkis sobreviven en el lado más salvaje de la vida europea. El empobrecimiento se ve en los parches del asfalto, en los rostros de hombres que se dejan crecer una descuidada barba, en la oscuridad de la ropa, mayoritariamente en tonos grises y negros, como si todo el país representara un luto colectivo por el fin de la opulencia.
A las siete de la tarde la plaza se llena de gente que espera, de banderas. El último gran mitin ateniense de Syriza se retrasa. En la plaza no cabe un alfiler. Detrás de las cámaras de televisión de decenas de países es curioso observar las reacciones de quienes ven en el posible cambio griego una enorme ilusión. Después del mitin, en el que Pablo Iglesias ha tenido una breve intervención que ha puesto a la gente en pie, el núcleo duro de la campaña de Alexis Tsipras se desplaza a celebrar la recta final de la campaña a un barrio cercano, una zona de restaurantes y bares de copas donde han elegido un local con una enorme terraza desde la que se ve un Partenón iluminado.
Por allí está Tsipras, cercano, dejando que la gente se acerque a saludarlo, con la misma facilidad y cercanía con la que se puede entrar en la sede del primer partido en las encuestas sin que nadie pregunte, sin que un arco de seguridad detecte, sin que un muro de seguridad la separe del pueblo griego. Por allí anda Kostas Isijos, otro líder de la formación de origen argentino, goloso y alegre, ante la llegada de unos comicios que pueden suponer un giro del timón que aleja a Europa de sus políticas sociales.
En la terraza, Pablo Iglesias charla con Ada Colau. Ambos han acudido al país que puede anticipar el cambio. Ella, para visitar algunas experiencias de gestión municipal en los alrededores de Atenas. Él, porque se ha convertido en un referente para una sociedad que necesita soñar con otra gestión más humana de la crisis. Llama la atención cómo en las calles de Atenas los griegos identifican ser español con formar parte de Podemos.
A la mañana siguiente, en el café de una esquina de la plaza Omonia, Atanasi, ateniense de 51 años, me saluda en una mezcla de castellano e italiano. Está sentado junto a una ventana que da a la plaza. Ha llegado desde la periferia para tomar un café en el centro. Si le preguntan por sus ideas políticas dice "No sé, no sé", con el mismo tono evasivo con el que me pide que no escriba su apellido. Como muchos griegos pasa las horas alargando el café, mirando a ninguna parte, en uno de los ejercicios que hoy más molestan a los dueños de las cafeterías, que ven anclados a los desempleados a sus sillas, sin dejar ocupar las mesas a otros clientes.
Este griego, que bebe un café que lleva un rato frío y tiene tres periódicos sobre la mesa, compara constantemente a Grecia con España. "Papandréu y Felipe González, Syriza y Podemos". Atanasi desconfía de lo que pueda ocurrir políticamente en las elecciones del próximo domingo. El empobrecimiento del país le hace pensar que el cambio político no significará el cambio económico.
Sigue mirando por la ventana mientras conversamos sobre esta Europa en la encrucijada, que podría girar su timón hacia otra gestión donde lo económico ceda terreno a lo social. No sabe si votará el domingo, a pesar de que la ley electoral enuncia que el sufragio activo es obligatorio, pero él dice que "No pasa nada, no pasa nada". Si no acude a las urnas no tiene que pagar ninguna multa, por lo que la obligatoriedad es una declaración de intenciones.
De repente, coge el vaso de café y lo utiliza para explicar que ha ocurrido en el país en los últimos cinco años: "Antes este café cuatro euros, ahora un euro y medio". Así explica el deterioro de la economía helena, la pérdida de poder adquisitivo tras unos años de gran actividad económica. Habla de amigos de clase media que hoy son excluidos sociales, del recorte de prestaciones, de la subida de impuestos y señala a la familia como el principal referente de las políticas sociales.
Unas horas en la capital griega bastan para percibir la importancia que tienen las elecciones generales del próximo domingo. El deterioro económico es mucho más evidente que en las ciudades españolas. Vamos a estar aquí hasta el martes, para tratar de entender lo que ocurre, para incorporar otras miradas, para ver si las elecciones griegas son el punto de inflexión de una gestión de la crisis tan cuidadosa con las grandes corporaciones y tan agresiva con las pequeñas vidas.
*Emilio Silva es sociólogo y periodista
Fotografías de Clemente Bernad: visite su web
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