Opinión
Muera la inteligencia, viva la idiocia


Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Decía Borges que, aparte de injusticias, horrores y crímenes, las tiranías fomentan también la estupidez. Por debajo de su escandalosa barbarie, el célebre grito de guerra de Millán Astray (“Muera la inteligencia, viva la muerte”), oculta todo un programa político que fue la viga maestra de la dictadura franquista. Una de las señales más preclaras de ese desmantelamiento neuronal fue la reconversión del Instituto Cajal, uno de los más prestigiosos de Europa, en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, una franquicia del Opus Dei donde no quedó nada del espíritu de nuestro único y último premio Nobel de Medicina (cuando Severo Ochoa lo ganó, ya se había nacionalizado estadounidense).
Después del éxodo forzoso de casi doscientos catedráticos, la expulsión de ciento cincuenta y el fusilamiento de una veintena, la universidad española tras la guerra civil quedó transformada en una sacristía. Del asesinato de García Lorca a la muerte de Miguel Hernández en prisión, pasando por el exilio de centenares de artistas, científicos y poetas, hay docenas de ejemplos del salvajismo y la imbecilidad esenciales consustanciales al régimen franquista. Sin embargo, pocos símbolos más elocuentes de este desprecio a la ciencia y la cultura que el hecho de que uno de los sucesores de Ramón y Cajal, nombrado director del CSIC en 1941, fuese un ingeniero agrónomo experto en vinos.
Por desgracia, el grito de guerra de Millán Astray ocupa ya medio mundo sin necesidad de recurrir a las armas ni de promover golpes de Estado. Gracias entre otras cosas a los concursos televisivos, al auge de la Inteligencia Artificial, al poder de las redes sociales y a las democracias de chichinabo que padecemos, la idiocia triunfa por doquier, a lo largo y lo ancho del planeta, y lo mejor es que nos hemos acostumbrado a ella. Únicamente en este clima de estulticia generalizada puede admitirse que los muñecos de Barrio Sésamo sean motivo de debate en el Congreso de los Estados Unidos.
Ante la propuesta republicana de retirar la ya de por sí paupérrima financiación a los medios semipúblicos, los demócratas decidieron tirar de ironía y preguntar si Epi y Blas formaban parte de la conspiración homosexual, si la Gallina Caponata debía ser despedida por culpa de la gripe aviar o si Elmo es o había sido miembro activo del Partido Comunista. Llegaron a sugerir, mediante un antiguo video de Elmo y Triqui compartiendo unas galletas, que los muñecos de Barrio Sésamo fomentan la ayuda y la cooperación, ideas nocivas que presagian el socialismo. El tono quería ser sarcástico, pero al final resultaba contraproducente ante un gobierno que, desde Trump a Elon Musk, parece un cruce perverso entre Mazinger Z y los Teleñecos.
En España hemos tenido varios presidentes que profetizaban esta atmósfera de imbecilidad irracional en la que andamos metidos hasta el cuello. Un día descubrimos que Aznar no sólo hablaba por la nariz, sino que también pensaba por la nariz, y al poco tiempo lo sustituimos por Zapatero, un señor que quería participar en el 15M cuando el 15M lo habían montado contra él y que soltaba sin cesar frases sacadas de galletitas chinas de la suerte. Luego llegaron Rajoy, un meme con barba y gafas, y Sánchez, el muñeco en una tarta nupcial casado consigo mismo. No hace falta rebuscar mucho para completar un elenco mundial de esperpentos que, de Kim Jong-un a Biden y de Berlusconi a Putin, no eran más que los teloneros de Donald Trump y su horda de oligarcas.
Ni siquiera Borges podía prever que la estupidez iba a convertirse en el santo y seña de nuestra época, una época fascinada por la estupidez hasta tal punto que hemos decidido poner al mando a los más zopencos de la manada. La penúltima burricie del presidente Naranjito es amenazar con invadir Groenlandia si no le permiten comprarla. Pero el horror no es tanto que el imperio estadounidense esté en manos de un millonario enloquecido, sino que, de poder elegir entre un Calígula y un Marco Aurelio -es decir, entre un demente y un sabio-, el pueblo votaría a ciegas por Calígula.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.