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Cuando las cuatro personas están sentadas en el taxi y tratan de pronunciar tres veces, en griego, el nombre de la calle a la que van, el conductor responde bruscamente que mejor se bajen y busquen otro. En ese momento, uno de ellos llama por teléfono a la persona a la que van a visitar y le pasan el móvil al taxista que finalmente accede a llevarlos. Tras unos minutos de conversación alguien le pregunta al hombre que está al volante de la situación por el partido al que va a votar. La respuesta es: "Si os digo a quien voto igual os enfadáis". Y finalmente reconoce que es votante de Amanecer Dorado.
A partir de ese momento y para justificarse, comienza a enumerar las razones por las que su mano llevará hoy a una urna la papeleta de un partido político fascista. Era alto ejecutivo de marketing de una compañía hundida por la crisis. Su situación se fue deteriorando y al final tomó la decisión de hacerse con un taxi. Su inglés es bueno y fluido y llama la atención el hecho de que conduce con un guante de piloto profesional en la mano derecha. Sus argumentos desembocan en los inmigrantes que llegan en edad reproductiva y crían hijos sin parar, mientras la "población griega" envejece y disminuye. "Ellos cada vez son más y nosotros menos".
El resentimiento social del taxista es evidente en su tono de voz, en sus ademanes, incluso en la forma en la que conduce con cierta brusquedad. Lo difícil es entender por qué responsabiliza de las consecuencias del desastre financiero al eslabón más frágil y no a quienes desde los despachos de las grandes corporaciones o los gobiernos complacientes han decidido que sus máximos beneficios pueden ser compatibles con el extremo empobrecimiento de millones de personas. Quizá el uso de la identidad nacional le permite conservar una situación social de superioridad ante los inmigrantes y eso haga que ese pasado de éxito económico y social no se haya evaporado del todo. ¿Es el fascismo un complejo de inferioridad colectivo disfrazado de complejo de superioridad?
"Los troikanos"
En un barrio de clase media, Nora, a punto de cumplir setenta años, y a su hijo Demis, que acaba de cumplir cuarenta, discuten sobre las elecciones. Lo hacen en un amplio salón de un buen edificio. La madre es votante de Nueva Democracia y tiene miedo al cambio. El hijo votará a Syriza y explica sus diferentes visiones de la realidad en una frase: "Los que tienen la vida por detrás tienen miedo, los que la tenemos por delante no podemos soportar que esto no cambie".
Sobre la mesa, una factura de luz de más de cuatrocientos euros en dos meses, la carta de un banco con el interés que cobran las tarjetas que utilizan para deslizar su economía hasta el fin del mes y el café servido en una vajilla de buena porcelana que parece salvada de un naufragio. "Ves ese teléfono"-dice Nora- "hace diez años sonaba varias veces cada semana porque no paraban de llamarnos los bancos para ofrecernos créditos para una segunda vivienda, para un viaje, para un coche nuevo… Y mucha gente que entonces dijo sí ahora si le preguntas si tiene dinero para subsistir te dice que no".
Demis ha estado intentando convencer a su madre de que cambie su voto, de que no puede ser que apoye a los mismos que le han partido la pensión por la mitad, que le han quitado las pagas extras, que le han subido el IVA al 23% y el IBI un 300%. Ella se queda dubitativa cuando escucha esos contundentes argumentos, pero el miedo vence ese racionamiento y se resiste a aceptar que la victoria de Syriza puede mejorar su situación. Y lo explica: "Si gobernara Tsipras y dejara de pagar la deuda yo me moriría de vergüenza por pertenecer a este país".
Y su hijo responde: "Vergüenza es lo que estamos viviendo ahora, con una sanidad de mierda, con gente que no tiene que comer a partir del día quince del mes, con tus dos hijos que han tenido que irse a vivir al extranjero, eso sí que es vergüenza". Entonces ella asiente, por un momento, le da la razón, recuerda las visitas de los hombres de negro de la Unión Europea a los que llama "los troikanos" pero de nuevo el miedo hace su trabajo y repite que no quiere cambiar su voto.
Su hijo explica aceleradamente lo que ha ocurrido con su modo de vida. "La clase media griega era muy amplia. Formaban parte de ella quienes tenían dinero realmente y muchos que ascendían socialmente gracias al crédito. Una vez que esa situación prestada se desmorona, el sector más frágil de esa clase ha desembocado directamente en la pobreza". Su madre le da la razón y explica cómo "ahora miramos cada precio con detalle y el peso de lo que compramos. Y además miramos lo que compran los vecinos, para resentirse si continúa llevándose del supermercado una buena cesta de la compra. Hace un año y medio se sostenía la vergüenza de la pobreza, la gente la escondía, pero ahora el grado de necesidad es tal que la vergüenza ha desaparecido".
Su discusión continúa y Dimas cuenta con ironía que en Facebook se ha creado un grupo griego que se llama El día de las elecciones hay que dejar a los abuelos en casa. Bromea con su madre y afirma que va a intentar que cambie su voto hasta el último momento. "Necesitamos que esto cambie como sea, esta política de Samarás no puede seguir empobreciéndonos".
Está lloviendo y los estudiantes aceleran el paso al entrar a la Universidad Politécnica de Atenas. Aunque es sábado, las aulas de arquitectura están repletas. En ese lugar, el 14 de noviembre de 1973, un grupo de jóvenes inició una protesta, se encerraron en el campus y pusieron en marcha una emisora de radio a través de la que pedían el fin de la dictadura. Durante tres días permanecieron allí, vigilados por tres tanques que trataban de disuadirlos. A la tercera jornada, viendo que no desistían de su empeño y se iban a casa, los tanques recibieron la orden de entrar y uno de ellos tumbó la puerta de acceso. Esa fue la señal que inició un ataque armado del ejército que causó 30 muertos y decenas de heridos.
La puerta de hierro que fue tumbada por el tanque y quedó deforme en el suelo, se encuentra hoy expuesta y oxidada junto al mismo lugar en el que fue reventada, en recuerdo de la lucha de aquellos jóvenes que supuso una herida de muerte en la dictadura de los coroneles griegos.
Cerca de allí está el Museo Arqueológico. En un bar tres hombres hablan. Sin entender lo que dicen es evidente que la política es su tema de conversación. Alguien les pregunta por los sucesos de la Politécnica y casualmente dos de los interlocutores eran estudiantes allí en el año de las protestas. Uno de ellos cursaba electrónica y tras el asalto del ejército tuvo que dejar a su novia, gravemente herida, en las urgencias de un hospital, y esconderse para no ser detenido y torturado por la Policía. Cuando la conversación se centra en la actualidad política sentencia duramente: "Lo que están haciendo con Grecia no es cuestión de una situación difícil; lo que están haciendo con Grecia es un crimen".
Urnas llenas de realidad y deseo
Pedro Olalla lleva veinte años residiendo en Grecia. Durante estos días atiende amablemente a decenas de entrevistas, muchas con periodistas españoles que tratan de que su interpretación del futuro de Grecia pueda trasladarse al futuro de España. La pasión por la cultura helénica que le convirtió en griego viene de lejos. "Me cautivó desde pequeño. En las asignaturas de matemáticas o de lengua siempre se hablaba de algún griego".
Camina por una calle que parece un zoco árabe hasta que tuerce por un callejón y por un extraño pasillo accede a un bar, sin un solo turista, desde el que se contempla maravillosamente el Partenón. Durante meses, su blog ha sido una interesante referencia para conocer y entender lo que estaba ocurriendo en Grecia. "Creo que lo más urgente en este momento es desalojar del poder a Nueva Democracia porque su política está siendo nefasta para la sociedad griega. El deterioro que se ha producido en los últimos años hay que detenerlo inmediatamente".
Pedro acaba de escribir el libro Grecia en el aire, donde hace una lectura de la Grecia actual desde la Grecia clásica. Su compromiso con la mejora de las condiciones sociales del pueblo heleno es patente. Mientras los intelectuales españoles progres apuntalan el mito de la transición para salvar el recuerdo de su buena convivencia con gobiernos socialistas y populares "porque la cultura es otra cosa", en esta Grecia que se asoma al abismo de la pobreza pasa algo parecido, pero con otros comportamientos. "Aquí no hay una fuerza política emergente que denuncie un régimen como el del 78 español -explica Pedro-. Aquí los intelectuales tienen vínculos con partidos tradicionales, aunque hoy se reúnan con otras siglas, y eso elimina una buena parte de sus conflictos. Se echa de menos una postura más activa, crítica y vigilante, porque el reto de Syriza comienza al día después de que gane las elecciones".
Por la noche, en un café del centro, la camarera se acerca a un grupo de españoles y les cuenta que los clientes le han pedido que se entere de dónde son. "La gente –explica- está muy emocionada por el hecho de que hayan venido extranjeros a vivir nuestras elecciones". Así que por fin hoy, las urnas griegas se llenarán de realidad y de deseo, como la vida misma; veremos quién vence.
*Emilio Silva es sociólogo y periodista.
Fotografías de Clemente Bernad: visite su web
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