Opinión
El lobo ha venido

Directora de la Fundación PorCausa
Ha venido el lobo. Después de tantos años avisando ya no nos lo creíamos.
Miro estupefacta el vídeo de los padres desesperados de la joven británica encarcelada en un centro de detención de migrantes estadounidense durante 19 días, sin que la familia pudiera hacer nada para ayudarla. En Bluesky me topo con un hilo de científicos de todo el mundo asegurando que es peligroso ir a conferencias en Estados Unidos, porque hay problemas administrativos que pueden acabar con episodios desagradables en frontera. Una compañera canadiense nos comenta por videollamada que existe temor de que Trump realmente invada Canadá. Y pienso: “Y si invade Canadá, ¿qué hacemos?”.
“¿Qué crees que cambiaría si nos invadiera Estados Unidos y gobernara Elon Musk? Nada, bueno, no mucho, no sé”. J.M. tiene 14 años, es hombre blanco. Según dicen las encuestas podría ser un futuro votante de Vox. Su hermano E.M, de 16, lo tiene más claro. Tiene muchos amigos de origen latino, rumano, algún “moro”, como dicen ellos. Todas las semanas les para la Policía, les pide los papeles y los registran. Alguno de sus amigos está en el CIE ahora, “esperando”. Otros trabajan de forma irregular, con y sin papeles. Pero sabe que todavía sería peor, “quitaría derechos, deportaría a todos mis amigos, sería malo para ti, que eres mujer”.
Llevamos desde 2015 escuchando que viene el lobo. Que si hay un resurgimiento del fascismo, que si la ultraderecha, que si es lo mismo que lo de 38, que si no lo es. Ganó el brexit, pero solo perdieron los ingleses. Ganó Trump una primera vez, pero la covid y la mayoría demócrata en el Congreso no le permitieron ser del todo él mismo. Hungría parece que está muy lejos. Meloni es muy fotogénica. Durante los últimos años el lobo se ha ido disfrazado de labrador, muy ladrador y poco mordedor. Mucho insulto, mucha amenaza, pero “hay que ver entre la paja”, me dijo uno, “no van a cambiar nada esencial y pueden mejorar algunas cosas, y si no, pues estamos en una democracia y con dejar de votarles ya está”. Pero ahora ha llegado Trump, con su criptobro Elon, para dejar claro que sí que van a cambiar cosas esenciales y que quizás, incluso, se las pueden llegar a apañar para que no se les vuelva a votar, pero ni a ellos, ni a nadie. Lo impensable ha sucedido, el lobo ha venido esta vez y lo está devorando todo, incluidos a sus propios hijos (y no es una metáfora…).
En España esto se traduce solo en aspiracionales venidos a más. Un caso claro es el de Carlos Mazón esta semana pasada. Este epítome de la impunidad política ha decidido pactar con Vox en unos términos moral y éticamente inaceptables. Por suerte para todas las personas de este país, algunos de los términos de ese pacto también son ilegales y, por ejemplo, Mazón tendrá que acoger en el País Valencià a los menores que le indique el Ministerio de Juventud e Infancia, que acaba de concluir un pacto de distribución de recursos y responsabilidades relativos a los menores extranjeros a nivel nacional -¡aleluya, gracias señora ministra de Juventud e Infancia!-. Pero las propuestas de Mazón han abierto una ventana narrativa que hasta ahora estaba cerrada en los espacios gubernamentales autonómicos. Ha alzado la voz de Vox en una conferencia de prensa, otorgándole la legitimidad que tiene un gobierno regional elegido democráticamente. El País Valencià tiene 3,7 millones de votantes y solo 310.184 personas votaron a Vox. Pero Mazón les ha regalado el poder de las declaraciones solo para evitar ser defenestrado y potencialmente dejar de estar aforado. Igualmente a Trump solo le votaron 77 millones de personas de los 245 millones de votantes que tiene Estados Unidos, y solo representa a un tercio de los votantes americanos -por no hablar de Elon Musk, convertido en un advenedizo vicepresidente de facto, sin haber sido parte de la candidatura.
La llegada al poder de Trump esta segunda vez es un punto de inflexión. Ya está, ya no hay duda, la franquicia antimigratoria es fascismo, y todas sus propuestas aspiran al autoritarismo. Ahora la duda es si esta certeza llevará a un despertar mundial o seguiremos pasmadas, asustadas y pasivas, pensando que así resistiremos al cambio. Todas las expresiones sociales que están teniendo lugar dan lugar a pensar que será lo primero. Pero además es que ya toca.
Nuestra historia reciente está plagada de despertares que han cambiado muchísimas cosas y han configurado gran parte de los derechos que ahora mismo se entienden como universales. Sin embargo tendemos a olvidar esta parte de la Historia o a denostarla, como si fuera irrelevante. Durante los 60 fue la corriente hippie como respuesta a la Guerra Fría. En Europa culminaron con las movilizaciones de las primaveras y de Mayo del 68. En Estados Unidos este movimiento está ligado a la mayoría de las movilizaciones contra el racismo y la guerra de Vietnam, que tuvieron lugar en las décadas de los 60 a los 70, culminando con Woodstock en el 69. En los 90 fueron los movimientos sociales de las grandes ONG mundiales como respuesta a la crisis económica y del petróleo de principios de los 80 y la gran crisis de la deuda externa de los países en desarrollo. Y en 1994 el genocidio de Ruanda fue el activador de un movimiento mundial de protesta ciudadana. En España en esta época tuvo lugar la primera gran expresión ciudadana de nuestra democracia, la acampada del 0,7. Se estima que más de 100.000 de personas participaron en las acampadas que en el año 1994 se extendían en Madrid desde Atocha subiendo por todo el paseo hasta la Castellana. Esta protesta exigía una subida de la ayuda al desarrollo hasta llegar al 0,7% del PIB de España. Este fue el inicio del gran boom de las grandes ONG que aspiraban a participar en los grandes foros internacionales políticos y económicos. En los 2010 hubo un levantamiento mundial reactivo a la crisis del 2008, esta vez apoyado en las nuevas capacidades comunicativas que ofrecían las nuevas tecnologías, smartphones e internet. Esta respuesta ciudadana mundial dio lugar a movimientos locales extremadamente fuertes, como las mareas ciudadanas y el 15M en España, el Occupy Wall Street en EEUU, las primaveras árabes en Oriente Medio.
Como decía, todas estas expresiones pacíficas ciudadanas han sido históricas y han marcado la ruta de la lucha por los derechos y la justicia y la igualdad, pero han acabado aplastadas por el sistema. Este modelo capitalista es individualista y antinatural, pero posee la capacidad de protegerse a sí mismo, como si fuera un virus, de un modo autoportante. El sistema está diseñado para provocar la precariedad de los movimientos sociales que se ven desbordados física y vitalmente. La movilización implica un sobreesfuerzo que agota a las personas que participan. Como suelo decir cuando hablo de porCausa, fundación que dirijo, hay mucha gente y muchos poderes dispuestos a invertir en el odio, pero son muchas menos las dispuestas a financiar el amor. Y después del odio, el mayor enemigo de las organizaciones independientes que luchan por un sistema justo y de derechos, es la precariedad.
Cada vez que la sociedad, mayoritaria, responde con contundencia pidiendo amor, justicia e igualdad, consigue dar unos pasos hacia delante… Pero después cae rendida y, curiosamente, se olvida de lo que consiguió. Ya ha pasado más de una década desde las movilizaciones de los 2010 y ahora nos vuelve a tocar. Como ya hicimos antes, triunfaremos, porque la otra opción es perder la democracia o ir a la guerra. Y hay un sentir general de que hay que movilizarse y cambiar las cosas. Las miles de manifestaciones que están teniendo lugar diariamente en todo el mundo no dejan lugar a dudas: la mayoría de las personas queremos cambiar el sistema. Estamos cansadas de la impunidad. Por el momento, todo está empezando, la toma de las calles es solo el principio, una forma pacífica de comenzar a activar otros espacios de reflexión y de trabajo. Desde respuestas legales a propuestas de cambio sistémico, somos muchas personas y organizaciones trabajando para proponer alternativas -en mi caso, desde porCausa, promoviendo la creación de una narrativa basada en el amor como acción política o preparando una propuesta de alternativas al modelo de gestión migratoria, por ejemplo-.
Tengo la certeza de que somos más, pero muchas más, las personas que queremos este cambio. Se vienen tiempos interesantes. Solo hay que enfrentarlos con amor y con ilusión, sin miedo y sin odio. Y lo conseguiremos, una vez más.
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