Opinión
Lo que le falta y lo que le sobra al Benidorm Fest


Por Paco Tomás
Periodista y escritor
-Actualizado a
A poco más de una semana de la final del Benidorm Fest, siento que todo lo que se ha logrado, en solo cuatro años, podría irse a la mierda si no se afronta con menos egos y más cuidados. Creo que el eurofandom tóxico y la indulgencia que tienen con él algunas personas en la organización son los principales obstáculos para que el festival logre su máximo esplendor.
Ese fandom tóxico, cada vez más común alrededor de los talent shows televisivos, son los Trump y las Milei de un encuentro televisivo que debería ser una fiesta y no un nido de crisis de ansiedad y artistas llorando en sus habitaciones de hotel. Todos tenemos nuestros gustos musicales y nuestras preferencias. No hay nada malo en verbalizarlas. Ahora, si para encumbrar tu idea necesitas infravalorar, humillar, insultar y faltar al respeto a la de tu compañero, entonces, querida, eres un fan tóxico de manual.
El estatus de la competición genera, en estos supuestos creadores de contenido del mal fandom, una especie de liderazgo de opinión y un aura de conocimiento sobre el festival -la mayoría tiene más mala baba que saber real- que alimenta la antipatía como un valor de marca. Gente que prefiere menospreciar con cierta gracia, que no todos la tienen, a los artistas del BFest que potenciar las cualidades de una buena actuación. Digamos que lo primero da más likes y se hace viral con más facilidad. Algo que deberíamos hacernos mirar. Los que lo generan y aquellos que se entretienen consumiéndolo.
Los prescriptores de la toxicidad empiezan a trabajar desde el instante en el que se anuncian los artistas de la edición. La reacción más común del fandom es subrayar a los desconocidos y la falta de artistas con trayectoria, algo que estaba en la idea inicial del festival. Juntar en un mismo escenario artistas desconocidos, emergentes y consolidados. Representación de varios estilos musicales y presencia del indie y del mainstream. Si eso ha ido perdiendo fuerza en las ediciones, la responsabilidad recae en el fandom tóxico. Cada vez es más difícil conseguir que artistas medianamente conocidos quieran participar. La mayoría de los artistas populares a los que se invitó a concurrir se negaron a hacerlo argumentando, en primer lugar, el hate que parece llevar implícita la participación.
Recordemos que en 2023, Rodrigo Cuevas explicaba en una entrevista que no pensaba presentarse al BFest porque el eurofan tóxico era “muy cruel y hunde a la gente”. Nada ha cambiado desde entonces. Recordemos que otro artista, Rayden, que forma parte del comité de selección de las canciones, contestó diciendo que el festival no era “un concurso donde competir” y que era un espacio “donde compartir relatos” tan necesarios como el de Rodrigo Cuevas. Es curiosa esa diferencia entre competir y compartir. Los artistas seleccionados, donde cada vez hay gente más joven y más inexperta, reciben de la organización esa necesidad de compartir con sus compañeros. Se busca un clima de camaradería que suele resquebrajarse al llegar a Benidorm y tener contacto directo con el fandom tóxico. Ahí son conscientes de que lo que ese fandom espera de ellos es la competición despiadada. Es ahí donde mucha de la frescura y compañerismo de esos artistas se pierde y nace en ellos una exigencia estratégica que pervierte el espíritu del festival.
Ese fandom se nutre de personas con un blog, una cuenta de TikTok o un video podcast, que se graban reaccionando a los ensayos y colgando sus caras de pereza y aburrimiento, escribiendo comentarios hirientes e incentivando las columnas purulentas en medios de tirada nacional. Porque lo que mola no es tratar el festival como un espectáculo televisivo de música sino como una pelea de barro. Luego, la organización provoca el encuentro, en alguna de las muchas fiestas y cócteles que rodean a las semifinales y final, entre el artista y la persona que ha minado su autoestima. Y si esa persona ve que el artista está ofendido o herido por sus comentarios, siente que ha hecho bien su trabajo. Grave error.
Al Benidorm Fest le faltan mesas de salud mental y le sobra ese eurofandom tóxico empeñado en exigirle al artista que cumpla sus expectativas, como si ellas fueran las Anna Wintour de la música española. Ese fandom se rebela de la misma manera que lo hace el PP cuando los resultados electorales no son los que él quiere o espera. Este año, por ejemplo, tardaron minutos en calificar la propuesta ganadora como “cateta”. Insistieron, como todos los años, en que vamos a hacer el ridículo en Basilea, en que la canción era casposa y que no había nada más vulgar que ver a Melody enfundada en ese maillot color carne, fingiendo seguir una coreografía, creyéndose Beyonce.
Partiendo de la base de que todas las victorias del BFest generan eurodrama -que ahora todas somos muy fans de Chanel pero cuando ganó, no hace falta que os recuerde la que se montó-, en este caso se destiló un clasismo que no solo pretendía ofender a la artista sino también a todas las personas que la votaron. Se manifestó esa burla hacia la niña que cantaba lo del gorila, hacia la mujer que se viste de Shein para ir a una boda, hacia todo aquello que huela a Canal Sur. Ese supremacismo intolerable que decide qué es casposo y qué no, ignorando que hay personas a las que no les gusta Bad Gyal y eso no las hace peores. Incluso diría que es bastante más moderno que te guste Bad Gyal y Melody que tener que elegir entre una de las dos. Y me atrevo a escribir que en un panorama musical donde todas quieren ser Ana Mena, al final, lo que suena diferente es Melody. Decía el periodista musical Víctor Lenore que había una escena cultural mitómana, clasista y narcisista que era incompatible con formas sociales e igualitarias de convivencia. Ahí lo dejo.
Acabo señalando que una responsabilidad importante de la epidemia tóxica que rodea al BFest la tiene la organización. Hay personas ahí adentro que solo buscan la presencia mediática, suya y del festival, y para eso necesitan una especie de falsa corte noble que genere contenido constante. A cambio de eso, obtendrían pases para las semifinales y final, acceso a ruedas de prensa y hasta un hueco en la carroza de RTVE cuando llega el Orgullo LGTBIQ+. Esa falsa aristocracia acaba siendo, como toda corte noble, un nido de víboras. Una manera de paliar ese fandom tóxico es, como sucede con la extrema derecha, dejando de ser su cómplice.
La quinta edición del BFest va a ser, con seguridad, la más compleja y determinante de las vividas hasta ahora. El festival tiene que aprender a navegar entre los que lo ven como un programa para conseguir la mejor propuesta para ganar Eurovisión y los que lo ven como un programa musical. Pero sea cual sea la evolución del BFest lo que no puede es ser un respaldo del odio que hace que tus artistas rompan a llorar en las ruedas de prensa.
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