Opinión
¿España no es racista?


Por Marta Nebot
Periodista
Cuando estudié para actriz me enseñaron que las palabras están cargadas de connotaciones particulares más allá de sus definiciones en los diccionarios. Antes de memorizar un texto conviene meditar sobre todo ese consciente e inconsciente, personal e intransferible, para desactivarlo y poder pensarlo y decirlo con el sentido escrito por el autor y no con el que uno le da, queriendo o no tanto.
¿Qué tenemos asociado a la palabra gitano?
Cierra los ojos y respíralo un poco. Di lo primero que te salga y ve tirando de ese hilo hasta llegar más allá de la palabra, hasta descubrir el paisaje propio de recuerdos e historias en el que la guardas.
Apuesto a que mucho de lo que has pensado, si has sido sincera del todo, no te ha gustado y te va a dar para pensar más.
Estamos en el año del Pueblo Gitano, aprobado en Consejo de Ministros el pasado 7 de enero de 2025, por el 600 aniversario de su presencia en la Península Ibérica desde 1425. Además, el martes que viene, 8 de abril, se celebra el Día Internacional de este pueblo, como se hace desde 1971.
Los gitanos no tienen fronteras. Viven en casi todos los países. En Europa se calcula que son entre diez y 12 millones, principalmente en Rumanía (dos millones), España (más de 1.000.000), Eslovaquia, Bulgaria, Hungría, Grecia y Francia.
Nuestros datos nacionales rezuman discriminación y antigitanismo. Es decir, racismo, nos guste o no la palabra.
En España, el 86% de los gitanos vive en riesgo de pobreza, el 46% en pobreza extrema. Su tasa de pobreza infantil es del 89%. El 63% de sus jóvenes de 16 a 29 años son ninis, ni estudian ni trabajan. Solo el 17% completa la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Las chicas menos todavía (el 15,5%). El 14% de sus mujeres y el 6% de sus hombres son analfabetos. Su tasa de abandono escolar es del 86%. Su tasa de paro del 52%, 60% para las gitanas. El 70% de sus desempleados son de larga duración; la mitad de ellos llevan más de cuatro años buscando trabajo.
A estos números, múltiplos injustificables de los que corresponden al resto de la población, hay que sumar las discriminaciones contantes y sonantes, que no son cosas del pasado, de cuando se les incluía en la lista de vagos y maleantes perseguidos por el franquismo. Según el Informe 2024 de la Fundación Secretariado Gitano, casi el 40% se ha sentido discriminado en el último año. Los cerca de 400 casos documentados lo dicen casi todo. Por citar alguno, contaré el de Jennifer López, una mujer gitana de 19 años que entró en un supermercado con su niño en brazos y un juguete en la mano. La acusaron de robarlo y, sin escuchar su testimonio, sin mirar las cámaras de seguridad, sin más testigos que los prejuicios, la condenaron. Hoy, seis años después, sigue peleando por su inocencia en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Y no es que yo supiera todo esto... Me lo contaron en una reunión con el grupo de mujeres gitanas –y no gitanas– involucradas en los temas de igualdad del colectivo con motivo de otra efeméride, la del 8 de marzo, en la sede de esta Fundación en Madrid, en Carabanchel, en Pan Bendito.
Fue un privilegio conocerlas, escucharlas, sentirlas desacomplejadas, articuladas, fuertes, peleonas, reivindicativas... El ascensor social y sus esfuerzos han conseguido para ellas muchas cosas, además de títulos universitarios, a pesar de las muchas que les faltan y no olvidan. Están cansadas de que se confunda su respeto a sus mayores, a la comunidad, a la familia, con viejas historias de patriarcas déspotas y machistas. No. Ya no hacen matrimonios concertados. Les molesta que las consideren sumisas, a ellas que atesoran historias de mujeres gitanas empoderadas desde el siglo XV, que hoy llamaríamos feministas. Sin embargo, anteponen la lucha por todo el colectivo a la lucha propia. Ni siquiera por el 8 de marzo hacen otra cosa. Sus batallas por el feminismo se dan de puertas adentro y de puertas afuera, y no las mezclan. Piden respeto por su proceso, que empezó desde un punto distinto del nuestro. No hace tanto no podían hablar de anticonceptivos y hoy son capaces de hablar de aborto. Igual que nosotras vamos consiguiendo que nuestros hombres cambien pañales o hagan papillas, ellas también avanzan en corresponsabilidad: "Nosotras también tenemos ya de esos".
Y volviendo al principio de este artículo, a mí por la palabra gitano me venían cosas distintas antes y después del encuentro descrito, aunque la palabra gitana siempre estará unida en mi cabeza a Carmen y a aquel patio de colegio de Granada lleno de niñas jugando al látigo, al baloncesto, al pilla pilla, a saltar, a correr, a bailar. A disfrutar de sentirnos tan vivas.
Carmen entró en mi clase, en el colegio de La Asunción, cuando teníamos diez años, como si fuera una marciana, una originalidad, una extraña y no tardó ni una semana en ser una más sin dejar de ser gitana.
Mi experiencia dice que contra el racismo, inclusión e integración, que no son más que convivencia. Así de sencillo. Si nos conocemos, si compartimos tiempo, cotidianeidad y experiencias, nacen el respeto y el cariño, dejamos de tenernos miedo y, simplemente, empezamos a querernos –y eso no se olvida–.
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