Opinión
De dictaduras y frivolidades: Maduro, Venezuela y un poco de purpurina
Profesor de Ciencia Política en la UCM
El Oscar a la mejor película internacional en 2024 fue para La zona de interés, una película de Jonathan Glazer sobre el Holocausto donde no aparece por ningún lado el Holocausto. Esa es precisamente su magia. Porque, aunque no lo ves, hacer como que no está ahí sería una canallada o una frivolidad, que en este caso sería lo mismo.
Narra la vida cotidiana de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz-Birkenau, un ario convencido de que los judíos y los enemigos del Reich no eran seres humanos con derechos. La película no cuenta las tareas del CEO del konzentrationslager, un centro de exterminio que apenas es una intuición inquietante a lo lejos. La película transcurre en el chalet adosado del campo, donde Höss vivía junto a su familia, en una vivienda idílica con música, flores, sirvientes, armonía e incluso libros. Allí, Hedwig, su esposa, se dedica a cuidar el jardín y atender a los niños. Cuando el honrado padre de familia regresaba del duro trabajo, salía a pasear con sus rubios hijos, los llevaba a pescar y a nadar en el río, mientras los educaba en las verdades nazis de la vida.
Parte de la cotidianeidad de la familia consistía en repartirse los bienes robados a los prisioneros. No sale en la película, pero Hermann Josef Abs, quien fungiera como portavoz internacional de los derechos de propiedad en los años cincuenta del siglo pasado, presidente de la Sociedad Alemana y jefe de Deutsche Bank, fue bajo el régimen nazi el supervisor de la expropiación de los bienes de los judíos. Para qué desperdiciar esa experiencia.
Al otro lado del muro se oyen a veces disparos, algún que otro grito ahogado, ruido de trenes, puertas de metal que se cierran. Nada que perturbe la idílica tranquilidad del hogar. Es verdad que también se ve el humo a lo lejos, más allá del muro. De hecho, la madre de Hedwig, de visita, se horroriza y antes de marcharse le deja una carta a su hija. Pero la mujer del comandante del campo prefiere prenderle fuego a la carta. Ojos que no ven, corazón que no siente.
En los campos de concentración no cabía la posmodernidad. Era todo muy estructuralista. ¿Cómo frivolizar en un campo de concentración? ¿Cómo no ver la contundencia de lo material en una dictadura? La posmodernidad vive en el escepticismo hacia la objetividad, piensa que la verdad es algo fragmentado y que lo relativo y lo plural son cosas esenciales. Nada que objetar cuando se estaba discutiendo con los manuales de marxismo-leninismo soviéticos. Pero el énfasis en la relatividad y la fragmentación terminan desactivando los proyectos emancipatorios colectivos. Al final se diluyen los marcos para entender las opresiones globales y para imaginar transformaciones sociales profundas. La purpurina es divertida, pero nadie se suicida con sombrero. Mucha gente del mundo LGTBIQ ha olvidado las luchas de quienes ganaron sus derechos y hoy vota a la derecha y a la extrema derecha. Coinciden también en condenar lo que el discurso neoliberal dice que son dictaduras.
Hay una izquierda que toca de oído (es decir, que construye su ideología con lo que escucha en los medios de comunicación). El riesgo de que terminen sirviendo en la casa de al lado del campo de concentración es muy alto. Aunque dejen algunos alimentos en el bosque para que algún prisionero los encuentre.
Este día 10, una banda paramilitar entró en un campamento del Movimiento Sin Tierra de Brasil, matando a dos personas e hiriendo a otras seis. En el mundo hay muchos campos de concentración, aunque no los veas. Millones de seres humanos están en alguna suerte de campo de concentración, condenados a la miseria, a una menor esperanza de vida, a la enfermedad, a la marginación, a la violencia. Sufren todo tipo de agresiones. De clase, de género, de raza, de religión. Quien frivolice con esto es un imbécil. Los multimillonarios del mundo no lo serían si no existieran tantos pobres.
En las casas de al lado de los campos de concentración, como si no pasara nada, viven diferentes personajes. Ahí están los altos mandos nazis y sus familias, que, obviamente, se benefician de los prisioneros. Los ignoran como personas, pero se quedan con sus bienes y tienen ese buen puesto para gestionar su exterminio y su esclavitud. También están los empleados de los nazis, que son los que se encargan de que todo esté en orden. Hay alguna gente valiente. Como decía, en La zona de interés, dentro de la casa, hay una mujer que esconde en el bosque alimentos para que los prisioneros puedan encontrarlos y alimentarse. Se juega la vida. Aunque no cambia las cosas. Algo es algo.
En América Latina, en África, en Asia y también en Europa, hay líderes que viven en la casa de al lado del campo de concentración. No se les ve siempre, pero también viven de los respectivos campos de concentración. Son personas respetables que no se manchan las manos, van bien vestidas, son elegantes, han estudiado en colegios y universidades elegantes, comen elegantemente, hablan elegantemente, se divorcian elegantemente y toman decisiones elegantemente a través de elegantes y caros bufetes de abogados. Sin los campos de concentración financiándoles la elegancia, no serían tan elegantes.
Están, por lo común, al servicio de los EEUU y de su propio statu quo. El entramado es complejo. Zuckerberg acaba de arrodillarse ante Donald Trump y le ha prometido que se va a notar menos el campo de concentración que esconden Facebook e Instagram. Que no va a ser menos que Elon Musk. José Raúl Mulino, el presidente de Panamá, dice que va a ayudar todo lo que pueda a Trump para eliminar a cualquier rebelde, aunque EEUU le quite la soberanía a su país. Y Trudeau, antes de marcharse, dice que los EEUU son amigos, aunque Trump quiera anexionarlos como la provincia 51. ¿Han dicho algo los que criticaban el anexionismo ruso? Son los que condenan a Venezuela al tiempo que te dicen que el integrista del ISIS que hace unos meses cortaba cabezas a machetazos, ahora, con traje y barba recortada, es un hombre de bien.
Fuera del campo de concentración y de la casa adosada, están los que quieren asaltar el campo de concentración y liberar a los presos. No se les ve en la película. Polonia ha celebrado el aniversario de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau y no ha invitado a los rusos, que fueron quienes lo liberaron. Los que cuestionan el discurso oficial son catalogados de enemigos de la democracia y de la libertad por los jerarcas nazis, por el comandante del campo y su familia e, incluso, por alguno de los sirvientes de la casa.
El mundo enfrenta grandes retos: los conflictos por los bienes comunes y la creciente desigualdad; el colapso medioambiental y la transición energética; los cambios geopolíticos, las guerras consecuentes y el impacto del narco-colonialismo; el vaciamiento de las democracias representativas; la deuda financiera, que tiene la última palabra cuando las cárceles del lawfare –la guerra jurídica–, y el control de los medios de comunicación no son suficientes.
Hay una solución de derecha a estos retos, pero lleva al campo de concentración. Hay otra, que lleva a la emancipación. Las trincheras solo tienen dos lados. Aunque la táctica sea más flexible y necesitemos ser también reformistas, además de revolucionarios y rebeldes. Si no sabes a dónde vas, te pierdes.
¿Es realmente tan importante lo que pasa en Venezuela? ¿Los que dicen estupideces sobre Venezuela saben, por ejemplo, lo que está haciendo con la democracia Noboa en Ecuador? Venezuela molesta porque se ha convertido en un símbolo que hace que se vea lo que han levantado los elegantes con mucho palo y alguna zanahoria: los campos de concentración neoliberales, el humo, los hornos y los trenes del modelo capitalista, especialmente en su fase extrema, la que representan los Trump, los Netanyahu, los Ayuso, los Milei, los Bolsonaro, los Kast, los Abascal, Meloni, Orban, Noboa y todos esos soldados de los campos de concentración. Además, le cuenta al mundo que hay que asaltar el campo, acabar con los nazis y liberar a los prisioneros.
Hay países resignados que aceptan que no pueden hacer nada o muy poco, dirigidos por líderes que prefieren vivir en el adosado al campo de concentración. Algunos, incluso, se juegan la vida dejando un trozo de pan o unas frutas escondidas para que las encuentren los prisioneros. Pero eso no cambia mucho las cosas.
Con el horizonte del 10 de enero, en Venezuela, los EEUU, de la mano de Biden, el que ha financiado todas las bombas que han caído sobre Palestina, junto con Trump y Elon Musk –que sueñan con prenderle fuego a todos los desobedientes y huir luego a Marte–, junto a los líderes que comandan sus respectivos campos de concentración, junto a los que prefieren vivir junto al campo sin problemas, junto a los que tocan de oído para que los medios de comunicación no se metan con ellos y ellas, han cavado una trinchera. Son los mismos que antes de las elecciones en Venezuela dijeron que no aceptaban el resultado del Consejo Nacional Electoral, los que hackearon el sistema de transmisión de datos del CNE, y, cuando el presidente Maduro presentó un contencioso electoral ante el Tribunal Supremo, se negaron a presentar las actas que obran en su poder (tenían testigos en las 30.000 mesas). Si las 30.000 actas que tienen María Corina Machado y Edmundo González les dieran como ganadores, hace tiempo que las hubieran publicado el Washington Post, El País, Clarín, Mercurio, Semana y la CNN. No las hemos visto porque no han ganado. Y el CNE da por terminado el proceso porque ante su descalificación, dejó al Tribunal Supremo que hablara. Como en cualquier otro país. Los golpistas venezolanos son los que dicen que Venezuela es una dictadura. Es de frívolos, ignorantes o cobardes repetir esa mentira.
En ese lado de la trinchera, aunque no lo veas, están los que levantan campos de concentración, los que pagan sicarios para asesinar gente o desestabilizar países, los que negocian con los narcos, los que organizan guerras para venderles armas, los que invaden países para robarles sus riquezas o usar su territorio. Los mismos que pierden elecciones y recurren al golpe de Estado.
El presidente legítimo de Venezuela es Nicolás Maduro, más legítimo de lo que lo es Donald Trump (delincuente condenado), elegido porque un milmillonario compró Twitter y lo puso al servicio del que le ha devuelto el favor multiplicando su riqueza. Es igualmente estúpido decir que Maduro se ha "autoproclamado", cuando quien lo ha nombrado, como dice la Constitución, es la Asamblea Legislativa. En Venezuela quien se autonombró fue Guaidó, reconocido en su momento por los que hoy hablan de dictadura. Frívolos y frívolas que se olvidan de la dictadura de Franco, de Hitler, de Pinochet o de la Junta Militar argentina.
La tarea de los demócratas, te gusten más o menos los líderes, es respetar la autodeterminación de los pueblos, ayudar a acabar con las trincheras y con los campos de concentración de los que se creen dueños del mundo. Aunque eso enfade a los jerarcas y a los que viven sirviendo en la casa adosada. Le pongan más o menos purpurina o cobardía a sus renuncias.
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