Opinión
Visitando al Papa
Por David Torres
Escritor
Actualizado a
Valle-Inclán dijo, por boca de Max Estrella, que España era una deformación grotesca de la civilización occidental, una pose folklórica que adoptamos hace siglos y en la que seguimos embarcados a viento y marea. En pleno siglo XXI, la Comunidad de Madrid financia una escuela de Tauromaquia, con mayúsculas, para que los niños aprendan los valores propios del arte de Cúchares, mientras científicos e investigadores emulan los esfuerzos de Ramón y Cajal, quien tuvo que pagarse un laboratorio de su propio bolsillo. Fue Ortega y Gasset quien comentó que el Premio Nobel de Medicina concedido a Ramón y Cajal era, más que un orgullo, una vergüenza nacional, porque demostraba el abandono secular de las ciencias en España. En una tertulia de la época, un torero célebre, el Guerra, preguntó a qué se dedicaba Ortega y cuando le explicaron que era filósofo, respondió: "Tie que haber gente pa tó".
La frase explica a la perfección la esencia misma de la españolidad, un país donde un matarife con bombillas es una eminencia mientras un filósofo de fama mundial debe explicar qué coño pinta en una tertulia si no sabe ni clavar unas banderillas. En esta coyuntura se explica mucho mejor la visita de Ayuso y Almeida al Vaticano, en una audiencia donde le regalaron al Sumo Pontífice una botella de agua de San Isidro, unos facsímiles con la vida del santo patrón madrileño y unas camisetas de los equipos de fútbol de la capital firmadas por todos sus jugadores. Se entiende que no iban a llevarle las obras completas de Ortega y Gasset o una edición anotada del Quijote.
No obstante, la audiencia se descarriló un poco cuando el Papa Francisco, al estrechar la mano de Almeida, comentó en voz alta: "El heredero de la gran Manuela", recordando el cariño que sentía por la anterior alcaldesa, una mujer que elogió el respaldo del pontífice a la hora de proclamar Madrid como centro de acogida para los refugiados. El encontronazo me recordó aquel otro, muchos años atrás, en una tertulia televisiva donde Mercedes Milá todavía era capaz de sentar a un gran escritor, Camilo José Cela, junto a dos filólogos de renombre, José Manuel Blecua y Francisco Rico; y Cela comentaba la monumental edición de la poesía completa de Quevedo que había editado Blecua. "Tú no", corrigió enseguida: "Tu padre".
La audiencia terminó de descarrilar cuando el Papa les rogó a Ayuso y Almeida que pensaran en el pueblo por encima de las ideologías, que se volcaran con los más vulnerables, una petición que choca de frente con las políticas de desmantelamiento de la sanidad pública madrileña y con las becas para hijos de millonarios que Ayuso acaba de poner en marcha en la capital. Probablemente el Papa no estaba enterado de la última ayusada de la presidenta, cuando se hizo público el mensaje que habían recibido 65 parlamentarios del PP: "La izquierda está acabada. Matadlos". Para ser estrictamente católico en el mensaje faltaba la coletilla de la cruzada albigense: "Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos".
Al preguntarle si ese tipo de mensajes no incitaba a la violencia, Ayuso respondió que no, que no se trataba de una declaración pública sino de un comentario privado, un imperativo del verbo matar que empleamos todos los días en la intimidad. En las declaraciones públicas es conveniente emplear el eufemismo, como hizo la Comunidad de Madrid con el protocolo que impedía el traslado de ancianos desde las residencias a los centros sanitarios, una medida de eutanasia masiva que se saldó con más de 7.000 muertos. Valle-Inclán también dijo, por boca de Max Estrella: "En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. Se premia todo lo malo". Más de un siglo después, seguimos en las mismas. Pero no sólo se premia, don Ramón: se vota.
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