Opinión
Dónde vas con esos pelos, Muniesa
Por David Torres
Escritor
Mariano Muniesa fue a prometer el cargo de consejero de RTVE con su uniforme de gala heavy metal, o sea, vaqueros, chupa de cuero, camiseta negra de MariskalRock y melena navideña. Pese a que se trata de la vestimenta oficial heavy, como corresponde a un heavy de barrio certificado, a mucha gente de bien le ha molestado que Muniesa no vistiese algo más presentable, más acorde con la solemnidad del Congreso de los Diputados, o sea, traje, camisa, corbata, o por lo menos un jersey de cuello alto. Pretendían que Muniesa se mimetizara, que ocultara su pasado de periodista roquero y agitador cultural bajo la tranquila pátina del funcionario de altos vuelos o del subsecretario de etiqueta, sin comprender que ese hipérbaton textil era imposible por razones ideológicas y estéticas. Que, embutido en una chaqueta y colgado de una corbata, Muniesa acabaría pareciendo un pingüino.
Más aun, no sólo querían que Muniesa se disfrazara de notario o de consejero de RTVE, sino que encima pretendían que pasara por la peluquería. Para alguna gente -por lo general hijos de papá criados entre algodones-, una melena flotante y pletórica de canas debe circunscribirse al ámbito del garito, de la taberna o como mucho de esos barrios periféricos que sólo aparecen en los periódicos con la noticia de un desahucio o un derrumbe -si es que aparecen. Son la clase de peña que divide a la gente en clases y que cree no tanto en la lucha de clases como en la ducha de clases: ven una honrada melena heavy cabalgando sobre una chupa de cuero e inmediatamente piensan que ese tipo debe de ser un chorizo y que ahí faltan champú y tijeras. Sobre todo, tijeras.
Lo cierto es que prácticamente todos los chorizos que han desfilado jurando solemnemente el cargo de ministros en el Congreso de los Diputados iban disfrazados de pingüino: Rodrigo Rato, Jaume Matas, Eduardo Zaplana, vamos, la alineación completa del Atlético Gürtel y del Deportivo Aznar Club de Fútbol. Por algo en mi barrio, como bien sabe mi hermano Dani, a los chorizos chungos de verdad, los que te sacaban la navaja y te pedían la hora con reloj incluido, los llamábamos “ministros”. Al parecer, robar millones sin mancharse las manos es signo de alta cultura. Pocas cosas más repugnantes que ese clasismo de mierda que aún destilan tantos señores y señoras de alto copete capaces de despreciar a alguien por su manera de vestir o por haber trabajado de cajera en un supermercado. Gente que juzga a un consejero por la corbata, a un vino por la botella y a un libro por la encuadernación.
Sospecho que, clasismo aparte, muchos de los próceres que criticaban a Muniesa por las pintas, lo que de verdad le tenían era envidia por ese pelazo festoneado de canas. Yo, desde luego, siempre quise dejarme el pelo largo, hasta los hombros por lo menos, aunque desistí del empeño porque acababa con una escarola capilar intratable, a medio camino entre Shaft y Estrellita Castro. No me extraña nada que, en la película de 2019, sustituyeran a Richard Roundtree por Samuel L. Jackson calvo como un huevo. Ya me gustaría lucir una melena la mitad de lustrosa que la de Mariano Muniesa, pero a estas alturas, entre la tonsura y la alopecia, soy más de gel que de champú.
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