Columnas
Trump quiere un nuevo Yalta
Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.
Comenzamos el año con unas estruendosas declaraciones de Trump, un despliegue sin precedentes y sin control de Elon Musk de apoyo a todas las derechas ultras europeas, con la guerra en Ucrania más activa que nunca (no se habla mucho, pero estos días ha tenido lugar uno de los peores ataques contra Zaporyia) e Israel en su ofensiva genocida en Gaza y también en Cisjordania, un panorama bastante desalentador sobre lo que nos viene en este año 2025 que ahora comienza.
Quizás lo más novedoso de todo ello sea la manera en la que ha hecho su aparición Trump en la escena internacional tras su reciente elección y a pocas semanas de tomar posesión de su cargo. Como si de un elefante en una cacharrería se tratara, Trump ha comenzado a lanzar globos sonda sobre cuestiones que han pillado desprevenidos a propios y extraños. Y además lo ha ido aderezando de manera complementaria con las acciones de Musk. Uno en el plano de la desestabilización diplomática-política y otro en el plano de la comunicación están generando un desconcierto sin precedentes. Si lo comparamos con el nivel de desestabilización provocado por Rusia lo cierto es que nuestros líderes “con eso ya contaban” porque Moscú y Putin “no eran de fiar”, y precisamente por eso, lo de EEUU está siendo aún peor. La invasión a gran escala de Ucrania hizo reaccionar rápidamente la UE, sus Estados miembros se pusieron de acuerdo para mostrarse firmes ante Moscú y su vulneración flagrante del derecho internacional. Se contaba con que la llegada de Trump haría más complicada la situación en el Este, pero con lo que no contaban era con la OPA a Groenlandia que está lanzando Washington. La cara de Trudeau también era un poema cuando al tiempo que presentaba su dimisión escuchaba que igual a Canadá le interesaba ser el 51 estado de EEUU.
Cuando se habla del fin del orden multilateral, casi siempre la mirada se centra en Rusia, menos en China, y, desde luego, no en EEUU potencia sobre la que se sostenía esa estructura liberal surgida de la II Guerra Mundial y, por tanto, en teoría, uno de los defensores de ese orden internacional y el derecho emanado del mismo. Y sin embargo, pareciera que todo ha sido una ilusión. A pesar de que se lleva tiempo observando como ese derecho internacional se utiliza en función de los intereses de las potencias occidentales, mientras fuera contra el Sur global o contra rivales sistémicos, no importaba su quiebra. Lo que Trump acaba de poner sobre la mesa es ni más ni menos que una nueva reconfiguración de las áreas de influencia del mundo, una nueva Yalta, justo contra lo que muchos han peleado tras el Fin de la Guerra Fría. Con estas, de momento, insinuaciones, se suma a las ansias expansionistas de otros como Putin y Xi, cada uno a su estilo. Putin por la fuerza de los tanques, Xi a través de la influencia comercial, Trump con un estilo más de agente inmobiliario que lo compra y lo consigue todo a base de dólares.
Las aspiraciones estadounidenses sobre Groenlandia no son nada nuevo. Ya antes que Trump, que, por cierto, ya lo insinuó durante su primer mandato, otros presidentes como Truman ya pujaron por el control de esta gigantesca isla ofreciendo entonces 100M$, emulando la compra de Alaska al Imperio ruso de 1867, una ganga por la que pagaron apenas 7,2 M$. El valor estratégico de este territorio es indudable: materiales raros, petróleo, gas natural y, muy importante, como consecuencia del deshielo mejor accesibilidad a esos recursos y la apertura de nuevas rutas marítimas por el Ártico. Las explosivas declaraciones de Trump sobre esta cuestión han generado, de entrada, malestar a los daneses e incomodidad al resto de socios europeos que parece que no saben muy bien cómo responder. De hecho, la nueva Alta Representante para la UE, Kara Kallas, ni tan siquiera ha hecho referencia a esta cuestión.
Pero como una ocurrencia nunca va sola, Trump ha continuado construyendo su propio mapa mental y, ha dejado caer que Canadá estaría bien que formara parte de EEUU y que por qué no también volver a recuperar el control total sobre el Canal de Panamá, que en 1977 cedió el recién fallecido Jimmy Carter a los panameños. Controlar rutas marítimas estratégicamente relevantes como las situadas en el Ártico y sus pasos vía Canadá, tener acceso a materiales raros que permitan no ser tan dependientes del rival sistémico que es China, o intentar controlar la presencia China en América Latina son sólo piezas de un puzzle que unidas cobran aún más sentido. Cuando Trump abandonó la Casa Blanca la guerra por el 5G estaba servida y los grandes oligarcas de Syllicon Valley crecían sin frenos. Biden no revirtió ninguna de las tendencias de su antecesor y no lo hizo sencillamente porque los objetivos estratégicos son los mismos, lo único que cambia es el tono, la asertividad y los tiempos de implementación.
Estados Unidos es un hegemón en decadencia que no está dispuesto a que le muevan la silla. Y, es precisamente esta decadencia la que hace que aparezcan liderazgos, como el de Trump, mucho más agresivos e histriónicos. EEUU se sabe poderoso, sin duda es la primera potencia militar, económica y política del mundo, y va a dar la batalla para continuar siéndolo y no dar por concluida una pax americana construida para mayor gloria de Washington. La cuestión es si la preservación de ese poder se hará a cualquier precio y de qué manera y, desde luego la salida en tromba de Musk no es una buena señal.
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