Opinión
Sola no puedes, con amigas sí
Por Leonor Cervantes
Estudiante de Filosofía y Ciencias Políticas. Cofundadora de Filosofía en Los Bares
-Actualizado a
La vida se abre camino. Ajena a nuestros deseos, impone siempre sus propios acontecimientos. A mí, por ejemplo, me coloca cada cierto tiempo en un mismo escenario: en un sofá, mojada en lágrimas y rodeada de amigas. La muerte o la enfermedad suceden, cometo un error igual al que cometí el mes pasado, quien parecía el amor de mi vida resulta no serlo… y ahí vuelvo: al sofá y a las amigas. Montamos un comité de sabias. Acuden rápido con ofrendas a nuestro particular portal de Belén. “Menos mal que sois mis amigas” es mi epifanía más recurrente. La vida se abre camino, no sin recordarme periódicamente que tengo amigas y que es ese, -junto a que no soy rica-, el principio explicativo de mi cotidianidad.
Las amigas no son el antídoto contra el mundo injusto en el que vivimos; tampoco un paraíso desprovisto de dolor. Sobra decir que tener un grupo de amigas no es un acto revolucionario. Nuestras amigas son mujeres parecidas a nosotras: misma clase social, gustos semejantes, nivel educativo análogo; incluso físicos similares e igual país de origen. Los grupos de amigas, generalmente, no dejan de reproducir cierta segregación social. Pero además, las redes de cuidados que se tejen entre las amigas son insuficientes si no van más allá de grupos personales realizados en base a intereses individuales.
Por otro lado, no todas las amigas son buenas. Existen amigas que anulan, amigas que chantajean, amigas que dañan. La amistad es un vinculo que, como cualquier otro, es susceptible de engendrar violencia. Finalmente, tener o no amigas no es algo libre de estigma. No somos pocas las que hemos sentido presión y culpa por “no tener un grupo”. Además, en la amistad también campan los clichés: idealizamos el hecho de mantener las amigas de la infancia o asumimos que la verdadera amistad es aquella incondicional. Sin embargo, y a pesar de que todo esto sea cierto, las amigas también nos colorean y apaciguan la vida con otros muchos detalles hermosos. Este es un artículo sobre todo lo bello que puede brotar de las amigas.
Íbamos mis amigas y yo de viaje en coche cuando nuestra colega Rebeca dijo que acerca de los sentimientos no había aprendido leyendo; sino observándolos y viviéndolos. Seguimos conduciendo y Rebe rellenó los kilómetros hablándonos sobre la relación a distancia que tenía su amiga Julia. Yo no conozco a Julia y tampoco tengo una relación a distancia; pero pude imaginar cómo se sentía ella y cómo se ama desde ciudades diferentes. Mis amigas y yo acostumbramos a narrarnos las vidas -la propia y la de las demás- con todo lujo de detalles. Esto nos ha servido de escuela emocional. Lo que para unos es frívolo y denostado cotilleo, para nosotras han sido clases de buceo interpersonal. Nos hemos vuelto submarinistas en los conflictos, en los enamoramientos, en las inseguridades. En definitiva, en los sentimientos.
Hemos hecho una cata paladeándolos al relatar anécdotas. Mis amigas y yo nos ayudamos a redactar whatsapps, hacemos escuchas conjuntas de audios y realizamos comentarios de texto a los mensajes que nos llegan. A mis amigas les estoy eternamente agradecida por su generosidad: me han hecho partícipe de los detalles y con ello me han convertido en maestra en la sutileza. También me han preparado para futuros escenarios. Casi ningún suceso me resulta del todo desconocido: cuando algo nuevo me ocurre tengo las pistas y orientaciones de las amigas que vivieron una situación parecida antes. Sé hacer algo tan valioso como ponerle nombre a las cosas: las charlas con mis chicas me han instruido para diseccionar lo profundo.
Mis amigas no sólo han educado mi sensibilidad; sino que también han cincelado mis estándares. Ver cómo ellas me cuidan me ha hecho consciente de las cantidades de amor de las que soy merecedora. Ellas son mi gran vara de medir. Me han descubierto cuánta felicidad, estabilidad y admiración puedo sentir al relacionarme con los otros. Mis amigas me han brindado el mayor mecanismo de protección que puede tener una ante la negligencia y el daño: gracias a ellas me saltan las alarmas cuando alguien me trata mal, porque eso No Es a lo que estoy acostumbrada.
Junto a esto, también me han regalado uno de los mejores datos sobre mí misma. Estar junto a mí significa poder tener una puertecita que lleva a la sociedad secreta más interesante, honrada y divertida que se haya descubierto jamás: una sobremesa con mi grupo de amigas. Esto es, sin duda, de lo más valioso que ofrezco a los otros. Ni mi físico, ni mi inteligencia, ni mi dinero, ni mi rendimiento laboral, ni mi sexualidad… mi entorno es mi gran atractivo. Mi capacidad de ser amiga, mi mayor virtud. Las mujeres que me han escogido, mi verdadero correlato. A veces cuando estoy perdida miro a mis amigas vivir y me digo: “Si soy amiga de estas mujeres increíbles debe ser porque yo también soy una tía maravillosa”. Entonces sonrío y continúo el día más sosegada. Saberse cerca de alguien extraordinario abre la puerta a considerar que una misma también lo sea.
No obstante, el agradecimiento más fuerte es para aquellas amigas que discuten conmigo. Ninguna amiga me ama de forma más comprometida e involucrada que aquella que me pone frente a un espejo. Hay mucho cuidado en decirle a alguien que se está equivocando. No hablo de citar a la otra para espetarle un reproche personal, el asunto no es que a una le hayan hecho algo. Se trata de querer a alguien tanto como para poner tu incomodidad encima de una mesa, comprar todas las papeletas para resultar irritante y decir a la otra algo que ni siquiera a ti te toca, solo porque crees que debe escucharlo. Explicarle a una amiga que sientes que se está columpiando con cómo está tratando a su ex, que ha descuidado la relación con sus otras colegas o que crees que lleva un tiempo autoboicoteándose.
No hay nada más doloroso y desconcertante que despertarse una mañana y ver cómo una se ha metido un castañazo que a nadie le ha pillado por sorpresa. “¿Dónde estuvieron mis amigas todo este tiempo?”, se pregunta. “Nadie me advirtió nunca”, murmura mientras anda en muletas. Hay mucho amor detrás de un “te lo dije”, porque no todo el mundo puede decir que se lo advirtieron. A veces una dice una idea absurda y encuentra un auditorio con ganas de rebatirle. En otras ocasiones el entorno solo arquea una ceja y continua como si nada, como si a nadie le fuera la vida en tener tus mismas fotografías del mundo. El gesto más potente de mis amigas por no dejarme sola ha sido su incapacidad para escucharme como quien oye llover. Su rechazo a decir “ya está Leo con sus cosas”, mientras que esas cosas se volvían cada vez más y más mías porque nadie venía a cuestionármelas, tampoco a remodelarlas junto a mí.
Sin embargo, aunque adoro la vida con amigas, resulta cada vez más difícil. Crecer supone transformar los encuentros con amigas en un micrófono abierto de monólogos donde cada una reproduce lo que le ha ido sucediendo en anteriores capítulos de su vida. Episodios que la otra se ha tenido que perder. Ha faltado porque es imposible cuadrar las agendas. También porque hace tiempo que nuestra prioridad dejó de ser vivirnos mutuamente y pasamos a contentarnos con actualizaros acerca de cómo existimos. Un chequeo rutinario de Nuestras Propia Vidas Independientes.
Aún recuerdo cuando mis amigas y yo fantaseábamos con que nos tocara la lotería para comprar un edificio donde vivir todas juntas. Sé que es un sueño compartido en los grupos de amigas. Aunque no hayamos hablado entre nosotras, nuestros deseos tiernos y dulces se solapan como cuando miles de niños piden el mismo juguete en la carta a los Reyes. El sistema en el que vivimos irrumpe con una bola demoledora ante ese bloque de pisos de la amistad. El sistema capitalista, patriarcal y monógamo empuja a vivir la amistad como si fuéramos la Cenicienta: el viernes por la noche podemos coincidir, pero a las doce desaparecerá la carroza y cada una deberá volver a Su Vida. El desafío de la amistad madura es negarse a que las amigas se conviertan en un complemento negociable de la vida. La dificultad de ser amiga adulta reside en mantener la amistad como la piedra angular entorno a la cual organizar los horarios, los ahorros, las mudanzas, los trabajos, las familias… los sueños.
¿Quién sabe qué es la intimidad? Es algo tan apasionante como misterioso. Quizás sea lo que sobrevuela el ambiente cuando la pantalla de mi móvil se ilumina y leo: “¿A quién le presté mi libro de Gente normal? Que no le encuentro y sé que fue a alguna del grupo”. O puede que consista en la seguridad de poseer un faro; en saber que una cuenta con el criterio de otras mujeres a las que admira y del que puede echar mano cuando no sabe qué piensa sobre el mundo. La intimidad también debe ser aquello que aparece cuando le estoy contando algo a una amiga y ella me interrumpe para pedirme que la acompañe porque tiene que hacer pipí.
Entonces la sigo y continúo hablando mientras observo cómo se baja las bragas y se sienta en la taza del wáter. Puede que la intimidad sea aquello que ha anidado entre nosotras y que permite que cuando alguna habla de El Basuras todas pensemos en el mismo rostro. La intimidad tiene que vivir también en las fotos que tenemos juntas y que sin consultaros sé que no os gustan, porque ya conozco qué muecas de vuestra cara son vuestras favoritas y cuáles, si son inmortalizadas, me pedís que borre al instante. La intimidad debe de ser algo muy parecido a tener amigas. Os amo chicas.
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