Opinión
Revuelta en 'El hormiguero'
Por Pablo Batalla
Periodista
Un laureado surfista ciego o Victoria de Marichalar. La disyuntiva televisiva de la noche del lunes parece de broma, pero esas fueron las dos entrevistas que ofrecían los dos programas que competían por el puesto más alto del podio del share. Ganó, pero por poco, la asombrosa historia de superación de Aitor Francesena, en La revuelta de Broncano, a las andanzas de nini de la nieta preferida del Emérito de las manos largas, invitada a divertirse en El hormiguero y a parar las rotativas con su revelación de que le gusta la fideuá. Pablo Motos no le preguntó por la fundación tocomochera que ha montado Juan Carlos en el país satrápico en que reside con el fin de agrupar su fortuna y poder legársela a sus hijas, las infantas, y a los hijos de estas. No se trataba, nunca se ha tratado en El hormiguero del agitador requenense, como para Bertín en su casa o Ana Rosa en su tertulia —esa de la que se expulsó a Antonio Maestre por criticar a Isabel Díaz Ayuso—, de hacer periodismo, sino proselitismo.
Se libra en estos momentos una guerra formidable por conquistar nuestras almas, y uno de sus campos es la televisión. El «bardo moderno» que John Fiske y John Hartley decían que es el televisor, sigue teniendo la voz tonante, por más que sus mejores días quedaran atrás cuando nació YouTube. Sigue siendo también la caja tonta el «electrodoméstico ideológico» que Margarita Rivière le asignara como definición. Lo era cuando el Gobierno de Felipe González —otro invitado de El hormiguero— cancelaba La bola de cristal y a sus electroduendes marxistas para cambiarlo, en la tele pública, por un programa de entretenimiento infantil que librara a los niños españoles de la funesta manía de pensar; y lo es ahora que el dinero de todos se gasta en embolsarle catorce millones de euros a Broncano para que plante batalla a la satiriasis facha de Trancas y Barrancas. No se la plantará, desde luego, llamando «mal» al capital; y algo habría que decir sobre el enésimo campo de nabos que es la conducción de los late nights, el duelo de sables que es también la competición entre esta clase de programas: el hombre Broncano, el hombre Motos y el hombre Carlos Latre, triste tercero en discordia: el imitador sí que ha dejado muy atrás sus mejores días. No hay muchos late nights conducidos por una mujer: el arquetipo del presentador nocturno es, por lo que sea, tan eminentemente masculino como eminentemente femenino el de la reina de las mañanas. En España, si a este columnista no le falla la memoria, solo ha habido un late con señora al frente: la Noche Hache de Eva Hache, en los primeros años de Cuatro.
La revuelta de Broncano no lo será en realidad —revuelta, revolución—, sino todo lo más una inocua emanación del PSOE state of mind. Pero sí quieren hacer estallar una Motos y sus hormigas: una revolución involucionista, la del Noviembre Nacional, la de Santiago Abascal, que fue literalmente a divertirse cuando fue a El hormiguero, porque su entrevistador no mostró la menor intención de ponerlo en ningún aprieto, como sí a sus invitados de izquierda. Revuelta froilanista, victoriafederiquista, frente a la demonizada progresía, en cuyo cajón de sastre ya meten los muchachos del «menos policía, más Inquisición» y el «Torquemada era camarada» hasta a Felpudo VI. Convertir en un icono a Victoria, aristócrata castiza, taurina y ostentosa, forma parte de la estrategia. Y frente a ella, bendito ha de ser el humor sanchista de Broncano, que, por ejemplo, cuando Najwa Nimri le dice «es que ya no se puede decir nada», le responde que «poderse se puede, porque lo estás diciendo»: sencillo y pedagógico desacreditamiento de la inmensa paparrucha que son los lloros reaccionarios contra la dictadura de lo políticamente correcto, machaconamente emitidos donde Motos y un pilar crucial del pensamiento y el éxito de la nueva derecha, importantísimo de tumbar por tanto.
El gasto es grande, pero siempre lo ha sido el coste de la televisión de todos, y en los últimos años ha sido tristemente frecuente que esos dineros pagaran programas de concepto averiado y/o fracaso rápido, del infame MasterChef al deleznable El mejor de la historia, pasando por el abyecto Los Iglesias. Manos a la obra. Es bastante más presentable La revuelta, que parece que servirá, además, para reconectar con las generaciones más jóvenes. Quien esto escribe es, en todo caso, uno de los espectadores que han hecho habitual que, en esa franja, Asturias sea la única provincia del país en la que el programa líder no sea El hormiguero, sino el concurso El Picu, de la televisión autonómica. Hace un año lo ganaron Los Belarminos, dos chavales muy majos, profesor de secundaria el uno, columnista del diario Público el otro.
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