Opinión
Remigración y blanquitud


Por Miguel Urbán
A finales de septiembre, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) consiguió una victoria histórica, por primera vez la ultraderecha ganaba unas elecciones legislativas desde la Segunda Guerra Mundial. Una victoria muy simbólica, no podemos olvidar que su primer presidente fue Anton Reinthaller (antiguo miembro de las SS) y su candidato, Herbert Kickl, se ha autodenominó en campaña como el “canciller del pueblo”, expresión con la que popularmente se designaba a Hitler. La victoria del FPÖ expresa un descontento social creciente en importantes capas de la población austríaca por una economía en recesión, el aumento de la inflación y el coste de la vida, una importante desafección con la política y el sistema de representación, así como el crecimiento exponencial de las teorías de la conspiración desde la pandemia de la COVID. Malestares y miedos que el FPÖ bajo la batuta de Kickl ha sabido capitalizar electoralmente utilizando como propuesta estrella de su campaña electoral, la “remigración”.
“Remigración”, una palabra que hasta ahora era casi tabú en una Alemania marcada por su pasado nazi, se ha convertido rápidamente en uno de los elementos claves del programa electoral de Alternativa por Alemania (AfD), segunda fuerza en las encuestas y creciendo. Una medida que persigue asegurar la homogeneidad racial y cultural mediante la expulsión del país no solo de las personas migrantes sino también de ciudadanos con pasaporte austriaco y origen migrante. Un concepto hasta hace poco marginal pero que se está imponiendo en una ultraderecha que cada vez radicaliza más su discurso antiinmigración.
En enero de este año, la red periodística Correctiv desveló un encuentro secreto de ultraderechistas en la ciudad de Potsdam para aplicar la “remigracion” en Alemania y expulsar a millones de personas del país. En la reunión participaron desde políticos del partido ultraderechista Alternativa por Alemania a empresarios o miembros de grupúsculos ultras como Movimiento identitario , como el ideólogo de la nueva acepción de la “remigracion”, el austriaco Martin Sellner.
A pesar de que las informaciones sobre el encuentro de Potsdam causaron indignación entre representantes de los partidos de todo el espectro político, desde la Izquierda hasta la conservadora Unión Demócrata Cristiana (CDU), dando lugar a movilizaciones multitudinarias de la sociedad civil alemana como repulsa. La realidad muestra cómo el gobierno alemán, formado por socialdemócratas y verdes, cada vez endurece más sus políticas migratorias llegando a reactivar los controles fronterizos en territorio Schengen. El propio canciller Olaf Scholz, unos meses antes de la reunión de Potsdam, en una entrevista al semanario Der Spiegel afirmó: "Tenemos que expulsar por fin a lo grande a quienes no tienen derecho a permanecer en Alemania". De hecho, según encuestas recientes, cerca de la mitad de los alemanes estaría a favor de una medida que supusiera expulsar a millones de personas del país.

¿Qué es lo que está pasando para que la mitad de los ciudadanos alemanes apoyen las deportaciones masivas o para que la extrema derecha austriaca gane unas elecciones legislativas por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial ?
Es indudable que la construcción de la fobia a la alteridad sobre la que se asientan las políticas y discursos antimigración es consecuencia directa del orden asentado sobre las políticas neoliberales, las cuales, más allá de recortes y privatizaciones, constituyen la "imposición" para la mayoría de la población de un férreo imaginario de la escasez. Ese "no hay suficiente para todos" generalizado fomenta mecanismos de exclusión que canalizan el malestar social y la polarización política en su eslabón más débil: el migrante, el extranjero –o simplemente el "otro"–, favoreciendo lo que Habermas llamo chauvinismo del bienestar. Un sentimiento de escasez que está en el tuétano de la xenofobia sobre el que se construye el chovinismo del bienestar, pensamiento en extensión que se enlaza con el auge del autoritarismo neoliberal del "sálvese quien pueda" de la guerra entre los últimos y los penúltimos.
Pero tampoco podemos olvidar que la creación de la identidad europea moderna está estrechamente ligada al concepto de la "blanquitud", vinculado con el desarrollo de la colonización y la mal llamada "misión civilizatoria" europea. Con el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la construcción de la Unión Europea, se intentó generar una identidad cívica europea vinculada a la libertad de mercado y a un pretendido Estado del bienestar. Pero, como afirma Hans Kundnani, esta supuesta identidad cívica nunca consiguió suplantar los aspectos más raciales: “Los elementos étnicos y culturales de la identidad europea tampoco desaparecieron tras la pérdida de las últimas colonias belgas y francesas en África. Los europeos siguieron imaginando el proyecto europeo en términos de civilización y se inspiraron en antiguas ideas de una Europa cristiana o blanca.”
La crisis económica de 2008, su derivada europea con las turbulencias en el sistema euro de 2010, la llegada de miles de refugiados en 2015 y los procesos de recolonización del mundo, ha acelerado la desarticulación de esta supuesta idea cívica de Europa y el regreso de elementos étnico-culturales condensados en el concepto de "blanquitud". En donde la inmigración, especialmente musulmana, aparece como una amenaza para la cultura y el modo de vida europeo.
Esta situación ha favorecido que se conforme una propuesta política autoritaria de exclusión y carácter diferencialista que apela explícitamente a la discriminación de sectores sociales según su origen o pertenencia cultural, y que va penetrando de tal forma en la raíz de la sociedad que contribuye a justificar la expulsión, de manera más o menos explícita, de los sectores que consideran ajenos a su idea de comunidad. Aquí es donde el concepto de “remigración”, como un mecanismo de expulsión de los considerados como cuerpos “ajenos” étnica y culturalmente para lograr una supuesta homogeneidad, gana cada vez más fuerza en los discursos y propuestas de una extrema derecha europea cada vez más condicionada por la neurosis identitaria.
El día después de las elecciones austríacas, un grupúsculo ultraderechista, Hacer Nación, vinculado al Movimiento Identitario, desplegaba una pancarta en el madrileño barrio de Lavapiés defendiendo la “remigración” con la cara impresa del exdiputado de Podemos y dirigente del Sindicato de Manteros Serigne Mbaye. El próximo fin de semana, este mismo grupúsculo, organiza una conferencia en la Sala Gris de Lavapiés, en la que participara el ideólogo de la reinterpretación del concepto de “remigración”, el neofascista austriaco Martin Sellner. Es cuestión de tiempo que más allá de hípsters neofascistas como Hacer Nación, la extrema derecha patria haga suyo el concepto de “remigración” para atacar no sólo migrantes sino a toda persona racializada que no encaje en su blanquitud.
La pregunta es, si esta vez, la izquierda conseguirá salir de los marcos del debate que construye la extrema derecha. Entender que estamos ante una crisis de derechos y no ante una crisis migratoria, que al defender los derechos de las personas migrantes estamos defendiendo nuestros propios derechos. La movilidad humana como un derecho fundamental que para los ricos se llama turismo y para los pobres se llama migración y es criminalizada. Migrantes que son y deben de ser tratados como sujetos políticos autónomos y no como objetos o mercancías. De otra manera, lo único que conseguiremos es perpetuar un marco con las cartas marcadas en donde siempre gana la extrema derecha.
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