Opinión
El pueblo saharaui: un grito en el desierto
Por Gloria Santiago
Jurista especializada en Derechos Humanos
Marruecos invadió el Sáhara Occidental con la Marcha Verde en 1975, ayudado por EEUU y Francia. Al año siguiente, España, estado colonizador hasta entonces, decide abandonar el Sáhara y desentenderse. Para forzar la redención, Marruecos asesina, viola, encarcela, tortura y envenena los suministros de agua, por lo que miles de personas huyen para sobrevivir. Comienza el éxodo del pueblo saharaui por el desierto en un pasaje casi bíblico, hasta asentarse en medio de la nada y permanecer en situación de espera. El regreso a casa es su “Tierra Prometida”, pero la gente más mayor baja la mirada entre lágrimas cuando reconoce que no vivirán ese momento.
Pude presenciar el 16 Congreso del Frente Polisario, y en un descanso me acerqué a Bazu, un chico joven vestido de militar para preguntarle con qué soñaban los niños y las niñas pequeñas. No se lo pensó: “Todos soñamos con la libertad. Desde que naces sabes por qué estás aquí”. Al rato, otro chico me advirtió: “Cuando llegues a España, di que aquí solo hay dos opciones: o ganamos esta guerra o el Sáhara Occidental se convertirá en un cementerio”. Estaba expresando, aunque con otras palabras, el lema del Frente Polisario: toda la patria o el martirio.
Desde 1975 hasta 2021, las Naciones Unidas han emitido constantes y claras disposiciones donde admiten el derecho a la libre autodeterminación del pueblo saharaui. Se completan con las resoluciones del Tribunal Superior de Justicia Internacional, que consideran que España sigue siendo Estado colonizador y Marruecos un invasor. A todo esto, el tiempo pasa lentamente en los campamentos sin que reciban, de ninguna potencia internacional, el apoyo suficiente con el que conseguir, de nuevo, su libertad.
Allí también conocí a Farrah, una joven farmacéutica que tras pasar muchos años en España había vuelto al Sáhara por su compromiso con la causa. En una ocasión le pregunté si hay gente que abandona los campamentos para volver a territorio ocupado con tal de escapar de la miseria. Hizo memoria. “No. No conozco a nadie y nunca me han contado que algo de eso haya sucedido”. De ahí que al visitar los campamentos me sobrecoja la resistencia incontestable del pueblo saharaui ante una realidad tan precaria y deshumanizadora a la que se está condenando a 170.000 personas.
En el viaje, confirmé que vivir con tantas cosas y tantos privilegios como nosotros, es vergonzante; pero que aún queda humanidad en la Tierra porque allí comparten lo que no tienen. He conocido a un pueblo herido por la injusticia que no tiene espacio para el rencor, sino dignidad para pedir ayuda. No cabe el odio entre el pueblo saharaui, solo hay lugar para el instinto de defensa y el amor definitivo a la libertad.
He visto la fortaleza de las mujeres en esa mirada tan sólida que parece que pesa. Ellas cada vez están más presentes en el Frente Polisario con sus reivindicaciones estratégicas en defensa y organización. También la juventud lucha, resiste y pide espacios decisivos en el Frente. El cariño con el que protegen y cuidan de su familia y la fraternidad entre todos no la he visto jamás en esta parte del mundo.
Las relaciones internacionales son complejas pero para que el pueblo saharaui consiga la independencia, España puede y debe dar un paso importante. Hacerse cargo de sus responsabilidades históricas con el Sáhara es un buen comienzo aunque, por ahora, la decisión unilateral de Pedro Sánchez de alianza con Marruecos sonroja política y humanamente.
Tras unos días en Dajla y con el saludo de Brahim Gali, reelegido presidente del Frente Polisario, la comitiva española regresó a casa. Atrás quedaron Farrah, con su perspicacia y su alegría; la esperanza y el coraje en la mirada de Bazu, y todo un pueblo honrado que lucha contra gigantes. Mientras nos alejábamos, entre dunas y un cielo rojo encarnizado, el Siroco acercaba la súplica del pueblo saharaui que parecía gritar en el desierto: No nos olvidéis.
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