Opinión
Proetarras del PP
Por Anibal Malvar
Periodista
El aquelarre de propaganda proetarra del Partido Popular esta semana en el Congreso tiene que haber encantado a los viejos gudaris que aun consideran el tiro en la nuca un buen método de hacer política. Porque el mensaje que lanza el partido del moderado Alberto Núñez Feijóo es que ETA ha vencido. No ha conseguido la independencia de Euskadi, pero ha logrado algo aun mejor: es España la que ha cedido su soberanía al Movimiento Vasco de Liberación, como lo bautizó José María Aznar. La muerte de políticos, policías, periodistas y militares ha sido en vano. Eso corean los representantes electos de once millones de españoles que votaron PP y Vox.
Cuando empezó la algarada proetarra en la sede de la soberanía popular, apunté un topicazo en el cuaderno: un día más en la oficina para el PP. Suponía que PP y Vox iban a montar un poco de contradiós después de haber votado una disposición que permitirá la rebaja de condena o excarcelación de numerosos presos etarras.
Intuía también que mi segundo apunte no iba a sobrevivir en originalidad: “Mucho que te vote Txapote, pero a Txapote lo habéis votado vosotros, peperos y voxeros”. Txapote (aunque hay dudas jurídicas) puede ser uno de los beneficiarios de la inepcia o vagancia de nuestra derecha votando a favor de una norma que no habían leído o no habían entendido. Con lo de Txapote se me adelantó el cabronazo (en el sentido zapatista) de Gabriel Rufián. Y ya no pude titular bien esta columna.
Perdonad si os hago un intimissimi impropio de un periodista que intenta ser objetivo, pudoroso e invisible, por supuesto sin conseguirlo jamás. Pero es que, a medida que se desarrollaba y crecía en vocerío esta sesión parlamentaria, sentí que estaba sufriendo alucinaciones. Los rostros de los parlamentarios del PP se me aparecían deformes como personajes de El Bosco, o como terroríficas gárgolas de la catedral de Notre Dame, o como si la niña de El Exorcista nos hubiera salido multípara y hubiera derramado sus genes malditos sobre los 137 diputados del PP. Eran el rostro del terror y del odio. Y yo mismo, que nunca he odiado a nadie, sentí odio. Odié a Cuca Gamarra, a Feijóo y, sobre todo, a Miguel Tellado, esa terrorífica gárgola colorada que siempre parece haber bebido tres litros de aguarrás antes de abrir la boca.
Esto de no saber odiar y que te enseñen de mayor es cosa muy dolorosa, y por eso, renunciando a mis principios deontológicos, os cuento esta traumática historia personal. ETA mató de un tiro en la nuca, en un bar de Andoain, a mi compañero de periódico y amigo consejero José Luis López de Lacalle; Al Qaeda mató en los trenes de Atocha a nuestra Lola, ojos lorquianos y alegría incesante, cuando su Alonso (que yo creo, Gerva, que os ha salido un poco poeta) aun era un bebé.
De mis trabajos periodísticos sobre ETA en Euskadi, tengo millardos de amigos y amigas a los que conocí cuando la banda les acababa de matar a un ser querido. Y nunca sentí ni percibí odio. El odio nace cuando tienes más afán de venganza que de justicia. Supongo, porque ya os he confesado que no soy muy experto en materia odiadora.
Con los días, el odio se me ha ido pasando y casi vuelvo a ser el mismo tonto de siempre que cree en la bondad humana. Pero sigo dándole vueltas a una pregunta: ¿por qué unos parlamentarios han conseguido despertar en mí más odio que una bala o una bomba en la carne de un amigo? A lo peor no es personal y son solo negocios. No hay que olvidar que el PP se financió ilegalmente con la Fundación Miguel Ángel Blanco. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, que decían los antiguos.
Miguel Tellado, ilustre portavoz del PP, ha borrado de redes sociales las fotos y vídeos de su vergonzante actuación en el Congreso. Quizá es que se arrepiente. Quisiera pensar bien, pues ya os digo que he desaprendido a odiar y vuelvo a ser el tonto buenista de antes. Pero lo que está claro es que el PP ha decidido convertirse en el mayor propagandista de ETA. En el gran cantor de su victoria. Eso sí que es ganar batallas después de muerto, cual etarra Mio Cid.
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