Opinión
Pikachu y las ruinas de la democracia


Por Miquel Ramos
Periodista
-Actualizado a
La detención el pasado 23 de marzo del alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, el principal rival del presidente Recep Tayyip Erdogan, ha desatado una nueva oleada de protestas en varias ciudades de Turquía. La justicia acusa a Imamoglu de corrupción, manipulación de licitaciones y de colaboración con el terrorismo. Erdogan, que lleva 22 años en el poder, lo señala como un agente desestabilizador y polarizador de la sociedad turca. La pretendida candidatura del ahora detenido era la principal amenaza para un nuevo mandato del presidente, que ya perdió el gobierno de Estambul frente a la opción socialdemócrata que representa Imamoglu.
Las pruebas que esgrime la Fiscalía se basan en testimonios de personas cuya identidad no ha trascendido, así como en los acuerdos con el Partido Democrático de los Pueblos (DEM), afín al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Nada de esto convence a cientos de miles de personas que han desafiado una vez más el relato oficial y la mano de hierro que gobierna el país saliendo a las calles a mostrar su indignación. No se vivían protestas de tal envergadura en Turquía desde los sucesos del parque Gezi hace doce años, cuando una parte de la sociedad se alzó contra el giro cada vez más autoritario de Erdogan. Desde entonces, nadie conseguía hacer sombra al presidente hasta que este alcalde ha empezado a ganar popularidad y amenaza con disputar la presidencia en las próximas elecciones de 2028.
Y entre la niebla de los gases lacrimógenos, las barricadas y las masas enfrentándose a la policía, aparece una figura amarilla, sonriente, que corre tan ágil como torpe sorteando los porrazos: un manifestante disfrazado de Pikachu se ha convertido en el icono de las protestas.
A la luz de los acontecimientos, ante la curiosidad por la política turca y por cómo se ha llegado a esta situación, vale la pena rescatar estos días el libro Cómo perder un país, de la periodista turca Ece Temelkuran, en el que se explican las claves del declive de las democracias liberales y el auge del autoritarismo. Escrito en 2019, con ya algunos avisos en el horizonte de lo que estaba por venir (primer mandato de Trump, Brexit, auge de la extrema derecha global), la autora relataba cómo surgió y creció el partido de Erdogan, cómo se forjó su liderazgo y cómo se instaló su reinado. Y lanzaba un aviso: este proceso se estaba repitiendo en demasiados escenarios, y no había una barrera democrática capaz de pararlo, al menos en los marcos y las complicidades del neoliberalismo.
Los pasos descritos por Temelkuran para instalar un nuevo consenso reaccionario y un mandato autoritario se están acelerando en todo el mundo, y se están siguiendo a rajatabla, también en España, aunque aquí la derecha radical populista no gobierne todavía a nivel nacional. Lo podemos ver reflejado en los diferentes ejemplos que la autora va describiendo sobre otros países, con una serie de pautas que ya van aplicando incluso sin gobernar.
Lo primero de todo es crear un movimiento con el que se identifique una gran parte de la población hastiada con los partidos y líderes anteriores. Esta es la base de toda batalla cultural por la hegemonía, por una nueva identidad política (y a menudo nacional) que supere lo habido hasta entonces. Esto ya sucedió en otras ocasiones en sentido contrario, esto es, hacia el progresismo, como fue el caso del 15M y de los indignados en varios países ante la crisis económica de 2008. Pero ¿qué pasó para que, de las ruinas de aquella ilusión anticapitalista o simplemente reformista surgiese un nuevo fascismo como el que hoy asoma las orejas?
Temelkuran continúa desarrollando los pasos hacia el abismo, y apunta algo que está a la orden del día en la agenda de la extrema derecha: trastocar la lógica y atentar contra el lenguaje, hacer que el malismo y la falta de escrúpulos sea algo cool, y la posverdad y la conspiranoia tan válidas como cualquier hecho objetivo. Hoy parece que estas malas artes, este constante embarramiento del debate, esta maldad exhibida como identidad transgresora y este cuestionamiento constante de la ciencia impregnan la política y el entretenimiento, y no hay manera de salir de estas trampas diseñadas para ello.
La autora advierte de lo que sigue una vez se toma el poder: desmantelar los mecanismos políticos y judiciales, tejer una red clientelar súbdita y acrítica, y finalmente, diseñar un país a tu medida y un modelo de ciudadano que deje fuera a todo desafecto al régimen. En los pocos meses que lleva Trump gobernando, echando un ojo a la Argentina de Milei, a la permanencia de Putin o a la distopia de Bukele en El Salvador, ya se puede adivinar hacia donde se dirige esta nueva era de grandes liderazgos autoritarios, más descarados y menos escrupulosos que nunca, pues una buena parte de la ciudadanía viene ya educada para ello desde hace tiempo, habiendo recorrido gran parte del camino diseñado para aceptar esto y más.
El camino hacia una sociedad cada vez menos democrática se ha recorrido en numerosas ocasiones, y hay ingente cantidad de literatura escrita sobre ello. Aun así, el ser humano sigue empeñado en transitarlo cada vez que no encuentra respuestas a sus anhelos, o creyendo que, a pesar de no comulgar en todo, lo que venga nunca será peor ni para tanto. Aunque es importante analizar el contexto y las causas en las que emerge esta pulsión reaccionaria y autoritaria, no podemos aceptar la simplicidad de un marco que sitúa a los populistas de derechas como un elemento extraño al sistema, como una amenaza al mismo o como fruto de la ignorancia que exime de responsabilidad a quien ejerce la maldad.
Decía la autora en un reciente artículo sobre las protestas de estos días en Turquía que “los partidos políticos convencionales -los demócratas en EEUU y los socialdemócratas en Europa- no han logrado convertirse en el ‘hogar político’ para la indignación política y moral de las masas, una indignación que líderes como Erdogan o Trump han sabido canalizar”. Nuestra experiencia, primero con los partidos socialdemócratas de siempre, y luego con el 15M y sus articulaciones políticas e institucionales que le siguieron así lo confirman, viendo que la indignación hoy la capitaliza en gran medida la extrema derecha y que las propuestas surgidas de aquellas ilusiones luchan no para ganar sino para no morir.
Las protestas en España durante la crisis que alumbró estos movimientos críticos con el capitalismo y la democracia que lo gestiona fueron en primer lugar durante un gobierno socialdemócrata, el de Zapatero, por su rendición ante los grandes poderes económicos en contra de la clase trabajadora, que fue quien pagó las facturas de la orgía neoliberal. “Al alinearse con la hegemonía liberal, han cortado los lazos orgánicos con los sectores progresistas de la sociedad y perdido todo lo que los mantenía con vida”, decía Temelkuran sobre los partidos progresistas que hoy apoyan y pretenden capitalizar las protestas contra el autoritarismo y los reaccionarios.
El elemento generacional es hoy un factor importante, que podría decantar la balanza en un futuro, a pesar de los malos presagios que nos brindan estos tiempos de imparable auge neofascista. Y en Turquía, gran parte de quienes han salido a las calles, como también en Argentina o de nuevo en los EEUU, son jóvenes, militantes y simpatizantes de movimientos sociales que estiran en dirección contraria al poderoso e hiperfinanciado movimiento reaccionario y las instituciones que han tomado.
Quizás estemos todavía en la fase de la incredulidad, pensando que aquí no llegará, o como decía Temelkuran, que "no se atreverán" a llevar a cabo todo lo que dicen y amenazan. Quizás queden todavía años para que una nueva generación tome el relevo de la protesta y sepa transmitir de nuevo una ilusión democrática, una vez los autoritarios se sientan tan impunes e intocables que su arrogancia provoque la chispa que prenda la mecha. O quizás esa generación ya está aquí, ya lo está haciendo, y simplemente el ruido que hacen los neofascistas no nos deja oír su martilleo revolucionario golpeando poco a poco, a pequeña escala, en barrios, pueblos y ciudades. Quizás alguien tendrá que disfrazarse de Pikachu para llamar nuestra atención y que así explique quién es y qué quiere, quitando por fin el foco a cada golpe en la mesa de los viejos y nuevos fascistas.
Como bien dijo Antonio Gramsci y bien entienden hoy los neofascistas, antes de cualquier conquista de las instituciones debe haber un movimiento popular que recoja la indignación y la transforme en alternativa, en dirección contraria al autoritarismo y al habitual salvavidas que siempre encuentra el neoliberalismo en el pusilánime reformismo. No sabemos la edad de quien viste de Pikachu, ni tampoco su ideología ni a qué organización pertenece, si es que se encuadra en alguna. El humor, a pesar de la gravedad de la situación, nunca falta, ni en Turquía ni en ninguna parte. Así somos también los seres humanos. Porque quizás sea este individuo con su disfraz quien haya conseguido que más de uno se interese por lo que allí está sucediendo. Y que sus compatriotas mantengan el ánimo y pierdan cada vez más el miedo. Eso ya es una pequeña victoria contra el autoritarismo.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.