Opinión
¿Qué pasa con las amas de casa?
Por Gloria Santiago
Jurista especializada en Derechos Humanos
Silvia Federicci, investigadora experta en la explotación económica de las mujeres, fecha en el siglo XVI la llegada del capitalismo o, como ella dice, “la transformación del hombre en una máquina de trabajo”. El nuevo régimen ponía la producción de dinero en el centro de todas las relaciones humanas, por lo que todo el trabajo que no producía beneficio monetario dejó de tener valor.
El trabajo de las mujeres se acotó, así, al realizado dentro de casa. Un trabajo invisible y devaluado, pero necesario para garantizar el sostenimiento del sistema.
La diferencia de sueldo es un dato importante porque, en España, las mujeres cobran un 20% menos que los hombres. Tras la jubilación, la brecha de género asciende al 30%. Eso ocurre porque, con independencia de su ocupación y categoría profesional, las mujeres trabajan menos horas anuales y hacen más interrupciones durante su vida laboral (para cuidar de hijos, familiares dependientes o enfermos…). La pérdida de acceso a los complementos de antigüedad o las reducciones de jornada, hace que el sueldo sea inferior al de los hombres por asumir una carga de trabajo en el hogar que se considera invisible en un mercado capitalista.
Para las mujeres que han cotizado al menos 15 años, existe un complemento de brecha de género que aumenta el importe percibido en las mujeres, dado que las razones por las que cobran menos atienden a razones estructurales e históricamente culturales ligadas al género.
Pero hay otro caso que, hasta ahora, no había aparecido en la agenda pública. ¿Qué pasa con las mujeres que han trabajado exclusivamente en los cuidados de su propio hogar? Curiosamente, las mujeres no cobran sueldo si trabajan en su propia casa, pero sí lo reciben si lo hacen para otras casas. Son las denominadas empleadas del hogar. ¿Qué pasa entonces con las amas de casa?
En España son casi tres millones de mujeres las que dedican su tiempo al trabajo de su propio hogar y, de todas ellas, ninguna recibe sueldo ni recibe una pensión digna a toda una vida dedicada a los cuidados de su familia, al mantenimiento, administración y organización de su casa. Esta es la verdadera cara de la división sexual del trabajo y, no afecta solo a los derechos de las mujeres, sino también a la concepción de lo que consideramos trabajo.
Por poner un ejemplo, mi madre trabajó en casa hasta que tuve 16 años. Durante muchos años pensé, dije y sentí que mi madre no trabajaba. Contesté así en muchas conversaciones e, incluso, lo escribí en algún cuestionario escolar “Trabajo materno: no trabaja”. La escuché muy preocupada decir que si no cumplía 15 años de afiliación en la seguridad social, le quedaría una pensión de menos de 400 euros. Está pasando.
Para las 3 millones de mujeres que trabajan en casa, el sueldo del marido es el único que sostiene la economía del hogar y también las aleja de su independencia económica y de su propia realización humana. Es la recompensa envenenada por haber renunciado a un sueldo y a una vida laboral regulada para cuidar del hogar y de la familia.
Esas pensiones son las llamadas no contributivas, y un 77% de las receptoras son mujeres. Amas de casa. Madres y abuelas de las mujeres y hombres de mi generación que, inexplicablemente, no tienen acceso al complemento de brecha de género justo donde tendría más sentido aplicarlo. No hay ningún reconocimiento ni recompensa al trabajo de sostenimiento del hogar y la familia. El Estado está con ello mandando un mensaje equivocado: esas mujeres no han trabajado.
Hoy, España es un país que avanza y se fortalece ensanchando derechos y que no puede permitirse quedarse estancada en concepciones propias de otras épocas. Por ello, hemos instado al Gobierno que el complemento de brecha de género también aplique en las pensiones no contributivas. Para que estas mujeres cobren más y para que el mensaje cambie, se valore el trabajo de sostenimiento de la vida y por su importancia para el funcionamiento del mundo.
Con las mejoras en la legislación laboral y el cambio cultural que se asoma de la mano de millones de jóvenes, parece necesario que asumamos una resignificación del trabajo. Esto pasa por asumir como válido el trabajo que hacen y han hecho millones de mujeres en el hogar. Hay que hacerlo con medidas económicas que mitiguen la brecha de género y consoliden un cambio de paradigma.
Según la RAE, trabajo es todo aquello que es resultado de la actividad humana. Así pues, es más que justo para todas esas mujeres, que la división pervertida del trabajo capitalista se vaya dejando atrás para visibilizar, también, aquél realizado dentro de cuatro paredes.
Entiendo que estar al lado de las mujeres significa ajustar políticas públicas más justas para ellas y que dejen de sentir que sostienen todo el peso de la vida de manera gratuita.
Para que mujeres como mi madre no se sientan angustiadas por su pensión. Para que hijas como yo nunca más vuelvan a pensar que su madre no trabaja.
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