Opinión
El origen del discurso de odio
Por Lucila Rodríguez-Alarcón
-Actualizado a
El 16 de junio de 2016 un ultraderechista arengado por la campaña a favor del Brexit mata a tiros y puñaladas a la parlamentaria británica Jo Cox. Jo venía de Oxfam y llevaba apenas un año en el Parlamento británico. Como parlamentaria se caracterizó por defender el apoyo del gobierno a la población siria, protegiendo el envío de ayuda humanitaria y el cumplimiento de las legislaciones internacionales de refugio y el mantenimiento de Reino Unido en la alianza de la Unión Europea. El tipo la mató a gritos de "Gran Bretaña primero". Pocos días después, demostrando que el discurso de odio es inexorable y, como la peste, no tiene límites en su capacidad de destrucción, salía el "sí" al Brexit.
La muerte de Jo fue una especie de aviso. Por un lado evidenciaba hasta qué punto la contaminación del debate público con mensajes de odio era el preludio de acciones de odio que podían llegar hasta el asesinato. Por otro lado, dejaba claro que sobrepasados los límites éticos en la retórica, ni el magnicidio de una persona como Jo Cox impactaba a la sociedad como para movilizar a las personas bienpensantes o hacer reconsiderar posturas xenófobas y deshumanizadas al resto. Mataron a una mujer maravillosa por defender democráticamente lo correcto y lo humanamente adecuado, y no pasó nada.
Desde ese momento que murió Jo, la Fundación porCausa ha estado trabajando para entender cómo se construye y se hace fuerte el discurso de odio para poder frenarlo. En el año 2016 estábamos todavía perdidas, aunque los indicios eran claros y en gran parte de Europa ya había llegado el discurso de odio para quedarse. Pero todavía pensábamos que la verdad triunfaría sobre la mentira. La desinformación estaba asomando la patita y la campaña del Brexit fue el primer gran despliegue público de las herramientas y tácticas de lo que un par de años más tarde denominamos "la franquicia antimigración". El viudo de Jo, Brendan Cox, ya trabajando para la organización More in Common, una de nuestras grandes aliadas, viajó por los países de la frontera este de Europa con el fin de entender lo que estaba pasando. Su trabajo nos dio las primeras claves: la ultraderecha está mejor organizada, escucha a la gente y atiende sus necesidades; entiende que lo que las personas sienten no está vinculado a realidades si no a percepciones, responde de forma eficaz a las inseguridades de la mayoría de las poblaciones y todo esto en un entorno en el que los gobiernos no tienen políticas públicas estratégicas y trabajan con políticas cortoplacistas. Todo esto no sólo sigue vigente sino que parece el perfecto resumen de lo que ha sucedido en nuestro país en las elecciones de hace una semana.
Dicho todo esto, las aritméticas del voto nos permiten asegurar que existe margen de maniobra. España sigue teniendo casi las mismas votantes de izquierdas que de derechas. Nada nuevo, la verdad. Pero la votante progresista está desesperada por la falta de propuestas. Propuestas que deberían tener en cuenta, siguiendo con el análisis de Brendan Cox, cómo se encuentra la gente. La clave del éxito del discurso de odio está en que responde a las necesidades no atendidas de muchas personas. La primera y más importante, la necesidad de una comunidad acogedora que comparta miedos y soluciones. El odio es principalmente una herramienta de unión: te juntas con otras personas a través de un sentimiento común de rechazo a una tercera. El reto de las opciones progresistas tiene que ser ofrecer esa unión de una forma constructiva e inspiradora, casi épica.
El odio se hackea desde el amor. El amor entendido como un acto político consciente. El amor reivindicado desde el procomún. El amor como parte de la construcción de una sociedad que puede ser aquella de los derechos y la paz que dejamos atrás, y la utopía de un mundo con un bienestar colectivo que queremos construir. Pero la épica del relato no puede fallar, tiene que ser contundente e inquebrantable, el bien común tiene que estar por encima del ego individual. Sí, en efecto, los progresistas no vamos del todo bien con este tema.
Siete años más tarde sigue inexorable la muerte del socialismo europeo y la desintegración de las opciones progresistas, mientras se mantiene, contundente, el fortalecimiento de los partidos basados en el discurso de odio. Se dedican muchos medios a analizar los discursos hegemónicos y apenas recursos a crear alternativas. Se sigue sin escuchar a las personas, sin trabajar en entender sus miedos y sus sentimientos, utilizando técnicas narrativas anacrónicas porque el ego del bien es infinito. Queda un espacio para la esperanza, ya que somos cada vez somos más voces las que proponemos recursos para cambiar esta situación. Lo único que hace falta es que quienes tienen la audacia de querer representarnos nos escuchen. Amén.
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