Opinión
Negarnos el pasado como si no fuera suficiente con tratar de negarnos el futuro
Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
No siempre es así, pero pasa a menudo: en las universidades se generan nuevos imaginarios y se reconstruyen viejas ideas. Miles de personas, cada día, trabajan en condiciones muchas veces precarias para sacar adelante sus trabajos. Investigan, estudian, leen, enseñan. A nada que tengas un poquito de sensibilidad por el pensamiento crítico y, a pesar de las críticas obvias a la institución, las universidades deberían de ser motivo de orgullo para todes.
Pero, lo que debería ser baluarte es, en muchos casos, una frágil diana para quienes se empeñan en destruir los pilares de la democracia. Mirad, por ejemplo, lo que está haciendo el Gobierno de Ayuso asfixiando económicamente a la universidad pública. Para alcanzar los objetivos de financiación que marca la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) habría que incrementar la inversión en casi un 40% y, por supuesto, no parece estar por la labor. Mientras, algunas siguen rompiéndose la cara por proteger la universidad. El proyecto Memory Novels Lab: Laboratorio de Literatura de la Memoria, del Departamento de Filología Española de la Universitat de València, por ejemplo.
El Congreso Internacional Memorias Disidentes: género y sexualidad frente al franquismo estaba previsto que se celebrase a finales de octubre. Las terribles consecuencias de la DANA y la pésima gestión política de la catástrofe obligaron a retrasar la cita que, finalmente, se celebró online entre el 16 y el 19 de diciembre. El cartel del evento, del diseñador Miguel Monkc (La Habana, 1991), actualiza la caricatura satírica de Franco que publicó la revista valenciana La Traca en 1937. Es una delicia.
El evento buscaba “ampliar la mirada sobre el pasado a partir de memorias silenciadas” a través de la presentación de distintos trabajos que permiten conocer en detalle “obras, autores y autoras, conflictos, personajes o acontecimientos” para “complejizar nuestra mirada sobre el pasado”. En el Congreso, entre otras cosas, se ha hablado de escritoras exiliadas, de teatro, de cárceles franquistas, del Patronato de Protección a la Mujer, de Tomasa Cuevas, de Pilar de Zubiaurre, de Pilar Duaygües o de Conxita Simarro. A quién se le ocurre, claro.
El comité organizador del Congreso ha publicado estos días un comunicado en el que denuncia un hecho que consideran de “suma gravedad”: el intento de boicot sistemático sufrido en distintas sesiones del congreso. El boicot se llevó a cabo a través de “la infiltración de usuarios anónimos en mesas en abierto, la suplantación de identidad de algunas participantes e incluso la intrusión en los ordenadores particulares de quienes presentaban sus trabajos científicos”. Todo esto, aseguran, supone “un intento de intoxicación y degradación de la conversación pública, y de alteración de la normalidad académica que interpela a toda la comunidad universitaria”. Estos ataques no son “simples intrusiones arbitrarias, sino que se trata de un hostigamiento inequívocamente ideológico, como así lo manifiestan la pintada de esvásticas o la escritura de proclamas nazis o franquistas realizadas durante algunas presentaciones”.
El Congreso, que buscaba explorar cuestiones relacionadas con la “memoria histórica y la represión de género y de sexualidades disidentes” y reivindicar “el feminismo y el orgullo de identidades LGTBIQ+” como “movimientos liberadores, emancipadores e igualitarios”, se ha encontrado con la resistencia de quienes pretenden devolvernos a un pasado en un blanco y negro. Un pasado que también nos pertenece, como demuestran muchas de las intervenciones de este Congreso. Un pasado que pretenden también negarnos: como si no fuera suficiente con tratar de negarnos el futuro.
La organización trató de “identificar y bloquear la entrada a dichos elementos” y, a pesar de las dificultades, el evento pudo celebrarse. Han querido, sin embargo, “alertar a la comunidad científica de estas formas de coacción e intimidación por parte de la extrema derecha”; “condenar las formas de hostilidad y de violencia que se dirigen hacia personas que se dedican al estudio y la recuperación de la memoria en relación con los derechos humanos y los reclamos de verdad, justicia y reparación”; y manifestar su “compromiso con la memoria y con la labor universitaria”.
Las muestras de afecto que están recibiendo seguro que, de alguna manera, calman el mal rato, pero no es suficiente: tenemos que esforzarnos por defender la universidad tanto de los ingenuos como de los canallas. Defenderla como propone defender la alegría Benedetti.
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