Opinión
Musk de chocolate


Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Hace unos meses, un periódico español de cuyo nombre no quiero acordarme homenajeaba a Elon Musk en la portada con la leyenda: “El Julio César del siglo XXI”. Aparte del hecho de tener boca y orinar de pie, no es fácil enumerar muchas más similitudes entre el general romano y el magnate sudafricano, ni en la infancia, ni en la juventud, ni mucho menos en la edad adulta. César provenía de una familia patricia de pocos recursos, mientras que el padre de Musk, propietario de una mina de esmeraldas, confesó que tenían tanto dinero que a veces ni siquiera podían cerrar la caja fuerte. A medida que iban creciendo, uno en Roma y otro en Sudáfrica, las divergencias entre ambos fueron aumentando, más o menos al estilo de las trayectorias entre un cohete de la NASA y un petardo de feria de Starship.
Sin embargo, más allá del éxito mundano, hay un rasgo común más profundo que comparten Cayo Julio César y Elon Musk: ambos son maestros de la autoficción. Dos milenios antes de Truman Capote, el futuro dictador fue uno de los primeros en practicar el género en un libro (Apostillas sobre la guerra de las Galias) donde narra en tercera persona los siete años de campañas militares que concluyeron con la derrota de las tribus galas en la sangrienta batalla de Alesia. La prosa de Julio César es un modelo de claridad y precisión, una de las cumbres del latín clásico, mientras que la de Elon Musk, de momento, consiste en una serie de pedorretas, fanfarronadas, chistes malos y exabruptos limitados por el formato de Twitter -la red social que compró a precio de oro- y más limitados aun por sí mismo.
Mientras termina de amaestrar a Grok o a cualquier otro de sus módulos de Inteligencia Artificial para que le escriban su hagiografía definitiva (Chascarrillos a la guerra de las galaxias sería un gran título), Musk se dedica a tunear sus memorias de modo que su cociente intelectual vaya superando los ceros de su cuenta corriente. Le gusta presumir de que la fortuna paterna no tuvo mucho que ver en su meteórico ascenso empresarial, del mismo modo que los actores hijos de grandes estrellas de Hollywood se quejan de que el fulgor del apellido siempre fue un lastre a la hora de conseguir papeles. La verdad es que ha sufrido un montón de encontronazos familiares, el último de los cuales tuvo lugar en febrero pasado, cuando su padre, un maltratador nato, declaró que Elon también ha sido una mierda de padre: “El primer bebé pasaba demasiado tiempo con niñeras y murió al cuidado de una”. Al divorciarse de Justine Wilson, en 2008, seis niñeras se quedaron a un lado de la barricada y otras seis al otro lado. La empresa familiar marcha viento en popa, como se ve.
A veces Musk parece una versión del rey Midas, sólo que todo lo que toca se convierte en chocolate. Entre los rifirrafes con su padre, los cohetes que explotan al poco de despegar, las trifulcas con su hija trans, los saludos nazis y las pérdidas millonarias de Tesla, Elon Musk sigue disfrutando de una impredecible escalada en barrena en la que cualquier día de éstos puede despertarse como el pobre hombre más rico del mundo. Ya es desde hace tiempo el multimillonario número uno, aunque esa marca está muy lejos de su ambición: está a punto de que Donald Trump lo despida de su cargo de consejero presidencial, no sabemos si por inútil, por su semejanza con Julio César o porque le está haciendo la competencia en la difícil tarea de hundir el país. A los supervillanos, igual que a los multimillonarios, no se les da muy bien eso de colaborar.
Siempre le quedará el consuelo de refugiarse en sus millones y de consultar a Grok, quien le ha salido tan respondón como el espejo de la madrastra de Blancanieves al cuestionar su apoyo a un juez conservador en las elecciones judiciales de Wisconsin. Cuando Musk se pregunta cómo es que hay gente capaz de descojonarse ante la caída en picado de las acciones de Tesla, sin tener en cuenta su sufrimiento, se olvida de que hace tres años él mismo decía que la empatía era una debilidad y un lastre para occidente. Bastante suerte tuvo de que Putin no aceptara pelear con él en el combate cuerpo a cuerpo con el que lo desafió por la suerte de Ucrania. A lo mejor también creía en serio que al airear el sobaco no estaba haciendo el saludo nazi sino un homenaje a Julio César, a quien se parece únicamente en la bipedestación. Dios no lo quiera, pero si algún día hacen el biopic de Elon Musk, debería interpretarlo Mads Mikkelsen colgado cabeza abajo en la plaza Loreto de Milán.
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