Opinión
Montoro y sus muñecos


Por David Torres
Escritor
Parece mentira, pero todavía hay gente en este país que no entiende que los jueces están hasta arriba de trabajo. Deben ponerse a investigar conspiraciones atroces, como que Pablo Iglesias ha perdido un teléfono o si Irene Montero habrá contratado ilegalmente una niñera, misterios insondables que tienen al país en vilo durante meses y que se llevan cientos de miles de euros en tiempo, recursos y talento. Con semejantes embrollos entre las manos, la justicia española no puede perder el tiempo en minucias como quién diablos andaba detrás del “M. Rajoy” en los papeles de Bárcenas o quiénes movían los hilos en la Operación Catalunya. Total, si eso ya lo sabe todo el mundo.
Para cubrir ese vacío legal y, ante todo, para que la gente se divierta, se han inventado las comisiones de investigación, que no es que investiguen mucho, la verdad, pero que son algo así como la parodia de un juicio de verdad, con sus fiscales de ficción, sus testigos de ficción, sus acusados de mentira y sus interrogatorios de chichinabo. Hace poco, en uno de esos canales de televisión perdidos en el maremágnum digital, tropecé con una especie de reality judicial al estilo de un culebrón venezolano, bastante divertido y completamente desquiciado, aunque una auténtica birria al lado de las superproducciones que se montan en el Congreso y en el Senado. Aquí actúan diputados, ex presidentes, ex ministros y todos se lo pasan pipa.
La primera temporada de la comisión de investigación sobre la Operación Catalunya, con guion del comisario Villarejo, tuvo lugar en 2017 y resultó bastante decepcionante, ya que no acudieron a declarar ninguna de las grandes estrellas políticas del momento -Mariano Rajoy, Fernández Díaz, Soraya de Sáenz de Santamaría- por diversos compromisos en diferido y en forma de simulación. Sin embargo, esta segunda temporada ha contado con intervenciones gloriosas de los dos primeros y con una revelación asombrosa de María Dolores de Cospedal, quien aseguró que la brigada política de la Operación Catalunya no existía y que además dudaba de que hubiese existido alguna vez. Si alguien sabe de cosas que no existen, ese alguien es Cospedal. La comisión dejó de interrogarla más o menos ahí, porque una pregunta más y habrían tenido que plantearse su propia existencia, la de la comisión, la de Cospedal, la de Catalunya y la del universo en general.
Sin embargo, aun más increíble ha sido la actuación de Cristóbal Montoro, quien empezó sembrando dudas sobre la ubicación de Andorra o su desempeño como ministro de Hacienda y acabó cuestionando su propia identidad mediante un ejercicio de ventriloquia en el que casi hubo que llamar a un exorcista. Los interrogadores sabían que tenían que medirse contra un adversario duro de roer, otro experto en metafísica mariana que, allá por 2013, anunció que una amnistía fiscal sirve para regularizar capital, pero que la regularización no borra ni limpia delitos, ni siquiera la ocultación de datos fiscales. Ponte tú a discutir de lo que sea con un recaudador de impuestos que promovió una amnistía que no amnistiaba a nadie ni a nada. Hemos tenido a Heidegger, a Sartre y a la Escuela de Frankfurt al completo al frente del gobierno y ni nos hemos enterado.
A medida que la comisión se alargaba, Montoro empezó a sobreactuar, unas veces repitiendo en falsete las preguntas más incómodas y otras preguntando a su vez a sus interlocutores, a ver si lo dejaban en paz. Lo inquietante eran las voces que, entre aspavientos y cucamonas, iban brotando de su interior, un alucinante festival de psicofonías entre las que podían adivinarse los tonos de José Luis López Vázquez, Laly Soldevila, Manuel Alexandre y Gracita Morales. O Montoro estaba haciendo un homenaje involuntario a los grandes de la comedia española o lo había poseído un Nosferatu con siete litros de cafeína en vena. Una vez más, la comisión de investigación no sacó en claro prácticamente nada, excepto que a Mari Carmen y a José Luis Moreno les sobraban todos los muñecos y que un ex ministro de Hacienda puede hacer al unísono de Monchito, de Doña Rogelia, del León Rodolfo, de Macario, del Pato Nícol y de Rockefeller. Sobre todo, de Rockefeller. Toma Montoro.
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