Opinión
Machos alfa agraviados


Por Octavio Salazar
Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional
La tercera temporada de la exitosa Machos alfa no ha hecho sino aumentar los vicios que ya estaban presentes en la primera pero sobre todo en su segunda temporada. Hay que reconocer a sus creadores y creadoras la capacidad para recoger las cuestiones que están hoy en el debate público, desde el consentimiento en las relaciones sexuales a la identidad de género pasando por la manosfera, y para realizar un producto entretenido, divertido a ratos, y que tiene por tanto todos los ingredientes para conectar con una audiencia mayoritaria. A ello ayudan unas actrices y unos actores nacidos para la comedia y que se ajustan como un guante a sus personajes. Hasta aquí nada que objetar. Machos alfa cumple a la perfección con lo que se espera de un producto Netflix pensado para ser consumido masivamente, lo mismo en Córdoba que en Budapest. Sin embargo, una mirada más crítica pone al descubierto todas y cada una de las carencias y fallas de una serie que, si bien con su primera temporada tuvo la virtud de hacer más populares y asequibles cuestiones que podíamos pensar que solo preocupaban a una minoría, ha ido derivando en una estructura narrativa más propia de las películas que vemos cada sábado en Cine de barrio y que, por tanto, entronca con una larga tradición de comedia española, entre casposa y machista, defensora del orden y la tradición pese a su apariencia de modernidad. Unas películas que siempre sostuvieron unos actores y unas actrices que daban credibilidad a unos guiones más cargados de humor grueso que de fina ironía.
Al igual que ya ocurría en sus anteriores temporadas, la serie de los hermanos Caballero prescinde de una mirada plural sobre las masculinidades del siglo XXI y se centra en un grupo que responde a los cánones normativos de quienes han sido los machos dominantes. Lo de la perspectiva de clase o la incorporación de minorías disidentes, mejor dejarlo para el catálogo de otras plataformas. Aunque los guionistas son muy listos para insertar en los diálogos permanentes referencias a temas que el feminismo ha situado en el debate público, la ausencia de perspectiva de género es clamorosa, porque en ningún caso se aborda por qué y cómo el estatus desigual de mujeres y hombres obedece a causas estructurales, en las que se mezclan lo económico, lo cultural y lo social. Lo cual no quiere decir que una serie de este tipo tenga que convertirse en una suerte de tesis doctoral sobre el machismo reactivo o la cuarta ola feminista, pero es necesario evidenciar su oportunismo más que su compromiso con el momento presente. Una opción legítima, sin duda, pero que no debería llevarnos a confusión.
En todo caso, lo más preocupante de productos como Machos alfa, a los que podríamos sumar recientes éxitos editoriales o personajes convertidos en referentes en las redes sociales, es que banalizan la realidad de la desigualdad de género y, muy especialmente, de las violencias que genera. De esta manera, no hace sino alimentar, aunque pueda parecernos paradójico, las posiciones reactivas de quienes ven una amenaza en el feminismo o de quienes se amparan en la ideología de género para poner freno a una transformación imparable. No tengo ninguna duda de que muchos de los influencers que presumen de virilidad o de los líderes políticos que hoy se agarran a la melancolía del orden de género más tradicional encontrarán en Machos alfa una reafirmación de sus postulados. Y ello porque la serie, y muy especialmente en estos últimos capítulos, insiste en mostrarnos a los hombres como unas pobrecitas víctimas de unas mujeres empoderadas. Unos tipos que se sienten agraviados por su pérdida progresiva de estatus y que, aun en sus comportamientos y reacciones tan machirulas, nos generan simpatía y ternura. Esta es la mayor trampa de unos guiones que, en paralelo, insiste en mostrarnos a las mujeres como seres egoístas, desequilibrados, con frecuencia enfadadas y ariscas. Como una suerte de arpías, todo un clásico de la misoginia, que en este proceso de empoderamiento femenino les ha llevado a convertirse en una especie de justicieras frente a las que nosotros, ay, víctimas del feminismo, andamos perdidos y desubicados. Entre las promesas de la deconstrucción y la brújula no superada del machismo que mamamos. Incapaces de asumir nuestra parte de responsabilidad y acojonados, nunca mejor dicho, ante la voz poderosa que ahora empiezan a tener las mujeres. Algunas mujeres. Unos argumentos más que poderosos para que aumente la parroquia de los incels al tiempo que, en una especie de reconstrucción mitopoética, no deje de convocarse a los varones para recuperar el orgullo perdido y una virilidad que se nutre de la fratría. Esa que en Machos alfa nos recuerda cuánta razón sigue teniendo el Tancredi imaginado por Lampedusa.
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