Opinión
Jure y cállese, Leonor
Por Joaquín Urias
Profesor de Derecho Constitucional y exletrado del Tribunal constitucional
Actualizado a
Estamos metidos de lleno en los fastos organizados con motivo de la jura de la Constitución por la princesa Leonor. El evento se ha organizado como una puesta de largo de la princesa de Asturias ante todo el país, a la antigua. El alcalde de la capital, los directores de los periódicos madrileños y todos los aspirantes a cortesanos nos llaman a ejercer de buenos súbditos y salir a la calle a aclamar a la princesa, como si fuera Sissi emperatriz paseando en su carroza rosa.
Sin embargo, técnicamente no debería ser así. Constitucionalmente, la jura de la Constitución es un acto de sumisión del poder tradicional al poder popular democrático. Frente al imperio absoluto de la monarquía histórica, hoy la princesa acude al Parlamento a hincar la rodilla ante a los representantes del pueblo y jurar lealtad a un texto que le quita toda capacidad de decisión pública. No se trata de humillar a nadie, pero sí de que la futura reina de España renuncie públicamente a ejercer ningún poder público y se comprometa a obedecer a las autoridades democráticamente elegidas.
El Gobierno ha permitido, sin embargo, que lo que debe ser un acto de supremacía parlamentaria se celebre como una pequeña coronación, invirtiendo el sentido institucional del evento. El protocolo aprobado incluye paseo en coche escoltado por la guardia real, un desfile militar en homenaje a la princesa y un banquete en el Palacio Real desde donde dirigirá un discurso a los presentes y, se supone, que a la Nación. El Ayuntamiento de Madrid, en manos nacionalistas, ha corrido a llenar la ciudad de banderolas con su efigie. En las tiendas de souvenirs venden tazones con su rostro como si de una boda real se tratara. Y señoras de medio pelo corren a gritar que vivan las cadenas.
Todo ello tiene sentido para reforzar una institución en franca crisis reputacional. El acercamiento del actual monarca a las fuerzas políticas más derechistas, acentuado tras el desgraciado discurso del 3 de octubre de 2017, está intensificando su rechazo por gran parte de la sociedad. Quizás sea pronto para recordar las consecuencias de la connivencia entre su bisabuelo y la dictadura de Primo de Rivera, pero no hay dudas de que la corona pasa por horas bajas. Cada vez le es más difícil cumplir con su papel como símbolo de todo el país y es comprensible que reaccione utilizando cualquier ocasión para sacar pecho. Lavar la imagen es necesario. Pero hacerlo minusvalorando a la soberanía nacional es un grave error.
No hay dudas de que la corona pasa por horas bajas
No es ya que la imagen que nos intentan vender de una reina militarista, ostentosa y vendida a los halagos de los cortesanos más babosos solo servirá para ahondar en la imagen de una monarquía de VOX. Es que, además, ese deseo de los nuevos borbones de despreciar a las Cortes no ayuda nada a su consolidación como poder neutro y democrático.
El protagonista de la jura debe ser el Parlamento que, en nombre del pueblo, le toma juramento a una princesa que renuncia así, en público, a sus privilegios y poderes tradicionales. En ese momento ella, por supuesto, no tiene nada que decir, aparte de que se somete a la Constitución democrática española. Tras eso, el único discurso posible sería el de la Presidenta de las Cortes aceptándole el juramento y destacando una vez más el triunfo de la democracia sobre el antiguo absolutismo.
Del acto van a ausentarse los representantes de la mayoría de partidos de izquierda, vascos y catalanes y los medios conservadores están presentando esta ausencia como una traición a la corona. Sin embargo, lo cierto es que ante el acto de exaltación y devoción a la corona que se ha montado tenían difícil hacer otra cosa. No tengo la menor duda de que muchos de ellos estarían presentes en una celebración fiel al sentido constitucional de lo que realmente se celebra. Si en vez de ser una ceremonia pastiche para el lucimiento de la heredera en las páginas de los medios (convertidos todos por un día en amable prensa rosa) fuera un gesto humilde de reafirmación democrática de la Corona, sería más fácil atraer a quienes no somos fanes irreductibles del Antiguo Régimen.
Los dos grandes retos actuales de la monarquía española son alejarse de la corrupción y de la derecha política. Si Juan Carlos era feliz rodeado de jeques, empresarios y puteros, parece que su hijo ha decidido refugiarse entre casposos militantes de ultraderecha. Leonor, que ya es legalmente adulta, tendrá que decidir qué tipo de reina quiere ser. Si opta, como su padre, por anclarse en la melancolía de ese pasado épico en el que los reyes mandaban algo auguro que nunca terminará su reinado, si es que logra empezarlo. En cambio, si quiere durar, más le vale que abrace de una vez la Constitución y se resigne al papel simbólico y neutral que ésta le otorga. En democracia lo que le corresponde al Rey o la Reina es callar y obedecer a quienes tienen mandato popular. El día de su jura está perdiendo una preciosa oportunidad de practicar lo de someterse al poder democrático, y callar.
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