Opinión
Una intuición pesimista sobre la ley de amnistía
Por Noelia Adánez
Coordinadora de Opinión.
-Actualizado a
Escribo estas líneas a pocos metros de la sede del PSOE en la Calle Ferraz en el madrileño barrio de Argüelles. Desde que comenzaron las concentraciones las he padecido y visto pasar. Ha habido diversidad de eslóganes y una cierta heterogeneidad social pero los concentrados cada día comparten un relato común que vendría a ser el siguiente: el enemigo número uno de España, Pedro Sánchez, pretende amnistiar al enemigo número dos, Carles Puigdemont y a sus secuaces; España se rompe. En la plaza de una capital cualquiera una señora anciana envuelta en la bandera española prorrumpe en un alarido sordo, un aullido de rabia temblorosa del estilo de los que ejecuta Angélica Liddell en sus performances teatrales. Es decir, visceral, alarmante, real, sincero. No es histeria, es ira, es cólera y a mí, que soy muy impresionable, la señora en cuestión me da miedo.
Son muchos los ciudadanos y ciudadanas que, a día de hoy, están profundamente convencidos de que la ley de amnistía es el acelerador de partículas en un proceso de fusión nuclear que amenaza con la destrucción de la nación española, con fulminar la patria y sus libertades. Desde este punto de vista es lógico que las protestas y consignas se dirijan no solo hacia una ley necesariamente controvertible sino directamente hacia sus hacedores, hacia quienes la proponen y se beneficiarán de ella. Independentistas catalanes de un lado y Pedro Sánchez del otro, bilduetarras y Yolanda Díaz buscan perpetuarse en el poder y para hacerlo van a destruir España. Nuestra preciosa Constitución y nuestra ejemplar democracia están siendo minadas, amenazadas por la acción corruptora de los malos socialistas, afirman dolidos los concentrados en Ferraz mientras rinden tributo a los tercios carlistas, celebran la dictadura de Franco, insultan a miembros del gobierno y a Felipe VI, amedrentan e impiden hacer su trabajo a los periodistas y dejan muy claro que ser español es radicalmente incompatible con ser moro o maricón, por si acaso alguien pudiera llevarse a engaño.
No nos llevemos a engaño. La cólera contra el Gobierno en funciones que preside Pedro Sánchez y el que previsiblemente surja de la investidura que está a punto de celebrarse viene de atrás. La ley de amnistía completa el relato que las derechas han sostenido durante la legislatura que termina, apalanca su estrategia de acoso y derribo, de deslegitimación del gobierno de coalición. Las derechas no han aceptado el resultado de las elecciones del 23 J, no han aceptado que Feijóo haya perdido la votación de investidura y no están dispuestas a aceptar que Sánchez lleve a cabo un acuerdo de gobierno con el apoyo de formaciones independentistas que comprometieron la integridad territorial de la España a la que aman y por la que nos dicen que están dispuestos a derramar su sangre. Rezos, llantos, amenazas, tensión y más amenazas. Ayuso dice que devolverán el golpe. Feijóo, como acostumbra, le va a la zaga.
Y entre tanto muchas ciudadanas de izquierdas observamos lo que ocurre entre el escepticismo y el espanto. El escepticismo porque nos cuesta creer que esta ley de amnistía, que precede la formación de un gobierno (lo que no es una cuestión menor), tal vez no sirva para que se consiga lo que promete, a saber, desjudicializar el conflicto catalán. A juzgar por los movimientos que venimos observando por parte de asociaciones, tribunales y miembros de la judicatura antes incluso de que se conociera el texto de la ley, no parece que vaya a desactivarse la vía judicial. La Ley de Amnistía llegará al Tribunal Constitucional y al de Justicia de la Unión Europea y el conflicto catalán seguirá judicializado porque el problema no fue la judicialización de ese conflicto en particular, que también, sino la existencia de un partido judicial en España, afín a las derechas que lo promocionan e instrumentalizan, al que la Ley de Amnistía proporciona una nueva causa, una razón más.
Espanto porque las movilizaciones contra la amnistía están siendo y serán, pues la legislatura que empieza pinta turbulenta, el caldo en el que las derechas cocerán un guiso de agravios, oprobios, violencias, exclusiones y radicalidad. La ley de amnistía, planteada del modo en que se ha hecho, puede contribuir a la fabricación de un neoespañolismo ultraderechista como la aplicación del 155 en Cataluña abonó un independentismo reactivo que esta ley un tanto ingenuamente busca ahora desactivar. Hay que creer para ver y, de momento, lo que hemos visto es unas derechas echadas al monte y un PSOE que no logra explicar las virtudes y los beneficios de una amnistía que solo garantiza la formación de un gobierno, ni siquiera la gobernabilidad. La verdad es que a mí también me dan ganas de gritar.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.