Opinión
He perdido 100.000 euros en la bolsa


Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
Soñaba que huía en un Aventador amarillo con De la Rose de copiloto —sueño cosas rarísimas cada vez que pillo un gripazo— cuando la voz de mazapán de Josep Cuní, presentador de Las Mañanas de RNE, estalló en el radiodespertador JVC de 29,99 con un mensaje que me hizo abrir los ojos cual camionero hipertenso: las bolsas de valores de medio mundo se estaban derrumbando, oficiosamente podíamos llamar Lunes Negro a aquella jornada. Preocupadísimo, me desenredé el nórdico de las piernas, me puse un chándal beige y salí corriendo de la habitación no sin antes, "¡ay!", chocarme con el marco de la puerta. Corrí por el pasillo rumbo al baño y me duché preocupado, corrí de nuevo hacia la cocina para observar con los ojos encrespados el reguero de café como de eyaculador anciano que iba saliendo del pitorrito de la cafetera italiana: "¿Estaría yo también en la ruina? ¿Habría perdido todos mis ahorros por culpa del subdirector cocainómano de un fondo de capital riesgo aficionado a apostar en corto? ¿Sería mi fin como yonki de las apuestas bursátiles que coquetea con la espada de Damocles gracias un broker digital con sede en las Islas Vírgenes?" Tenía muchas, muchas preguntas que ni el primer café de la mañana ni la voz de mazapán de Cuní —contrátame, va, que te escucho a diario— podían responderme.
Abrí en el ordenador Bloomberg, que es algo así como el libro sagrado de los que se lían los porros con papelitos color salmón. Tuve que agarrarme al escritorio de contrachapado para que el reflejo de los numeritos en rojo no me tirara de la silla ergonómica, que no económica —ja, ja, ja; qué gracioso soy— : la maldita guerra comercial de Trump estaba destrozando en riguroso directo desde las cotizaciones de los grandes bancos españoles hasta los valores seguros, llamados así por los economistas aunque no sepa muy bien cuáles son, mientras yo, pequeña molécula postadolescente en la gran economía mundial, sorbía el café de una tacita joseada en una gran superficie y asentía sin entender nada de nada. Bueno, sí entendía una cosa: que aquellos números mágicos presagiaban un futuro inmediato de comer mucho, mucho arroz blanco con pimentón —del picante, que llena más—.
Así de repente, casi como quien tiene una epifanía de media mañana, me acordé de que no tengo ni inversiones en valores seguros ni cuentas en brokers digitales en las Islas Vírgenes —tampoco conozco a De la Rose, qué más quisiera—, sin embargo, el miedo a perder mi dinero, pero sobre todo mi comida, no se evaporó. Por algún motivo extraño —quizá memoria, vete tú a saber—, creía y creo que ese dinero que yo no he jugado ni perdido se va a reponer de mi bolsillo. Y del tuyo también, claro que sí. Los de los numeritos mágicos nunca pierden, qué va, no hace falta leer Bloomberg para saberlo. Aquí siempre palmamos los mismos, los que madrugamos y corremos y nos tropezamos. Como mínimo, tremenda inventada de cifra voy a soltaros, ayer perdí 100.000 euros que ni tengo, ojalá, ni tendré. Y tú también, ¿eh? Todavía no sabemos cómo los tendremos que pagar, pero fijo que nos enteramos en breve. No faltarán las ideas.
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