Opinión
El futuro es un país extraño

Por Pedro González de Molina Soler
Profesor de GeH. Militante de CCOO
El futuro es un país extraño, fue el título de una de las últimas obras del insigne historiador marxista Josep Fontana. En él realiza un recorrido por la situación del mundo tras el estallido de la crisis de 2008 y las respuestas políticas y económicas que se le estaban dando en aquel momento. Es una especie de continuación de un ensayo sobre el siglo XX e inicios del siglo XXI titulado Por el bien del Imperio, que tuvo mucho impacto cuando se publicó. En dicha reflexión Fontana afirmaba que estábamos entrando en una fase diferente a la del siglo XX “corto”, en palabras de Hobsbawm. El orden internacional estaba mutando desde los atentados de 2001 sobre las Torres Gemelas y la Pax Americana comenzaba a resquebrajarse.
Mucho ha pasado desde entonces. La crisis de 2008 en la UE se extendió durante casi una década, saliendo los Estados del bienestar más debilitados y las sociedades menos cohesionadas. Hemos tenido dos fases durante la crisis a nivel político. Una crisis generalizada de los partidos sistémicos y de los sistemas de partidos salidos de la II Guerra Mundial, con el acenso, en primer lugar, de fuerzas “radicales de izquierdas”. Luego, una segunda fase en la que estamos viviendo en la actualidad, que arranca con el fracaso de la anterior, caracterizada por el ascenso de la(s) extrema(s) derecha(s) global(es), que serán presumiblemente estimuladas con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de los EEUU.
El fracaso de la izquierda radical, principalmente en Grecia, es un tema del que creo que se han desenfocado mucho los análisis, pero simbólicamente la claudicación de Syriza ante un dilema de imposible solución, forzado por una Troika imparable e insensible al drama social, abonó el ascenso de la extrema derecha con la imposibilidad de una salida mínimamente socialdemócrata de la crisis de 2008.
Además, este “momentum” que vive la extrema derecha está también vinculado a varios factores que han ayudado a este proceso: 1. La normalización de las fuerzas políticas de extrema derecha a través de redes sociales, medios tradicionales, y el acercamiento de los conservadores y liberales a la retórica de extrema derecha, especialmente en inmigración. 2. Que los medios tradicionales han ido claudicando en su labor de defensa de la democracia, en parte, debido a los cambios en la estructura de propiedad de los propios medios. 3. El enfado de sectores masculinos de la sociedad, aunque no sólo, que culpan al feminismo, la inmigración o las políticas climáticas, entre otras, de su pérdida de sentido, prestigio, o espacio social. 4. El lanzamiento de una batalla cultural contra las ideas “progresistas”, que ha encontrado mecanismos bastante eficaces de penetrar en una parte de la población desplazando la ventana de Overton.
Estas explicaciones son parciales y justifican que una parte del electorado de clase baja vote por programas que claramente van en contra de sus intereses. Recordemos que las elecciones suelen ser más un “estado de ánimo” que un debate ilustrado sobre la base del raciocinio y la comparación programática. Por ello funcionan los mensajes simples ante problemas complejos; las apelaciones a las comunidades imaginadas (naciones) frente a los enemigos interiores o exteriores (reales o imaginarios), la movilización emocional contra las feministas que ponen en peligro los privilegios de los hombres blancos heterosexuales , o la apelación a las tradiciones o religiones como símbolos de una “nación eterna y valores eternos”.
Evidentemente, estos cambios no se producen únicamente en lo superficial (la política), sino en los cambios estructurales en el capitalismo que se han acelerado con la covid-19. Podemos señalar alguno cómo los cambios en patrones de consumo y en los procesos de producción (irrupción de la Inteligencia Artificial, robotización, etc.), con el consecuente miedo al impacto en el empleo. La guerra de Ucrania generalizó una sensación de inseguridad en suelo europeo, ante el avance militar de Rusia, a la que se añaden las inseguridades vitales derivadas del empleo, las consecuencias derivadas del cambio climático, o la inseguridad y el miedo generado en una sociedad cada día más hiperindividualista, que busca algún tipo de protección.
En ese contexto, el futuro es un país extraño (y peligroso). Las buenas noticias llegan a cuenta gotas, el miedo abona el camino de la reacción, al igual que las llamadas a la nostalgia, ya sea imperial, de un país imaginario o cultural. “Make America Great Again”, los llamamientos a la “Europa Cristiana”, los llamamientos al BREXIT, etc., van en esa dirección. El neoliberalismo no puede ofrecer, tras su fracaso en políticas económicas y el giro socialdemócrata en la covid-19, un horizonte de consenso político en torno a sus ideas. Ahora lo puede ofrecer la extrema derecha ultraliberal. Una mezcla entre “el cirujano de hierro”, mano dura del sheriff de frontera, intoxicaciones a través de las fake news, el asalto y asedio a las instituciones democráticas desde las propias instituciones y desde el gobierno. Ante el desorden global, “mano dura”, hombres fuertes que hablan “sin tapujos”, sin “filtro” de lo políticamente correcto, apelación a la irracionalidad, el individualismo extremo, el nacionalismo agresivo o contra la ciencia, para ofrecer “seguridad”.
Estamos viviendo una época con aroma a los años treinta, de crisis civilizatoria y de crisis en los sistemas políticos democráticos liberales. Pura lucha de clases. Vuelve el imperialismo y la geografía a escena. Vuelve el hard power al más puro estilo EEUU de fines del siglo XIX. Tras la crisis de 2008 se asaltó el Estado del Bienestar, que ha quedado muy debilitado, rompiendo los consensos sociales que quedaban en pie de la post-II Guerra Mundial. Después del bache de la covid-19 y del paréntesis de las políticas de intervención keynesiana, el asalto directo va contra la democracia liberal.
En EEUU directamente hemos visto mutar una democracia, en muchos aspectos con rasgos oligárquicos, en una plutocracia, con la compra directa de cargos en la Administración Trump por parte de los donantes multimillonarios de las empresas tecnológicas. Estos multimillonarios consideran que la democracia les sobra, al igual que los impuestos sobre los que se basa la solidaridad. El sueño del neoliberalismo más radical puede que se vea cumplido con el apoyo de una parte de sus potenciales víctimas.
La UE, asediada en su interior por partidos de extrema derecha, y con los conservadores y liberales basculando hacia sus posiciones, tendrá que reinventarse para evitar caer en la plutocracia con ropajes democráticos (EEUU), en la oligarquía con ropajes pseudodemocráticos (Rusia), o en la Dictadura de Partido único defendiendo un programa ultraliberal (China).
La izquierda debe reaccionar contra esto. Esto va de defensa de la democracia liberal y del Estado del Bienestar como proyecto civilizatorio. Esto va de entender cómo se mueven los enemigos de la democracia y aprender a combatirlos. Las brújulas del siglo XX para entender la geopolítica están averiadas, tenemos que volver a estudiar. Ser más audaces, abandonar la política de bajo vuelo, el narcisismo de las pequeñas diferencias, y los líderes de mesas en vez de masas. Hay que entender que la izquierda, para que tenga futuro, tiene que tener un proyecto para los grandes desafíos del siglo XXI, ser diversa y manejar democráticamente esa diversidad, o no tendrá espacio para poder lograr combatir y evitar esta ola reaccionaria. Nos jugamos la democracia, la libertad, el ideal Ilustrado y un planeta habitable con unas dosis moderadas de desigualdad.
El futuro es un país extraño, y depende de nosotros que no sea aterrador.
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