Opinión
Fedeguico siempre puede caer más bajo


Por David Torres
Escritor
No cabe la menor duda de que Jiménez Losantos es un gigante de la radio española, lo que da una idea de cómo anda la radio española y de la gente que escucha a Jiménez Losantos. Reconozco que el éxito de ciertos ejemplares periodísticos me llena de estupor, cuando no de espanto, pero también es verdad que vivimos en una época donde triunfan el reguetón, las películas para ciegos, las novelas con prosa de guion cinematográfico, los poemas de puerta de retrete, las teorías científicas del siglo XIII, Pablo Motos y Netanyahu. En este sentido, puede decirse que Jiménez Losantos es un signo de los tiempos. Un asterisco para ser exactos.
No entendí realmente el cometido que cumple este personaje en el ecosistema de las ondas hertzianas hasta aquel día, muchos años atrás, en que tomé un taxi a las seis de la mañana para ir al aeropuerto de Barajas. Si mi economía lo permitiera, viajaría siempre en taxi, no sólo por comodidad sino también por la oportunidad de charlar un rato con el taxista (lo que suele ofrecerme perspectivas inéditas sobre cualquier cosa) y de escuchar la radio. En casa siempre oigo jazz, rock progresivo o música sinfónica; últimamente estoy repasando las cantatas de Bach, una música que, como decía Sviatoslav Richter, te limpia el alma. Una noche tuve la suerte de tropezar con un taxista que llevaba puesto Deep Purple y nos tiramos diez minutos hablando de Ritchie Blackmore y de la rubia folklórica por la que había vendido el alma.
Aquella mañana de invierno, en cambio, me tocó un taxista gordo, calvo, apático, de ojeras insondables, que gruñía en cada semáforo al estilo de Apá, el patriarca de los Osos Montañeses mascando su pipa. Conducía medio dormido, igual que Apá en su bicicleta de cuatro plazas, y al salir de la capital pensé que en cualquier momento íbamos a estamparnos contra una valla de la M-30. Entonces encendió la radio y del aparato brotó incontenible el alarido de Jiménez Losantos, sin freno y con frenillo, despotricando contra la izquierda en general y contra Zapatero en particular. El conductor se despertó de golpe, abrió los ojos como faros, se manoteó la cara, la barriga, los muslos, subió el volumen a tope y aulló al unísono con su guía espiritual: “¡DALES CAÑA, FEDEGUICO!”
Además de despertar a los taxistas y mantener su testosterona y su tensión en niveles peligrosamente altos, la principal función de Jiménez Losantos es dar asco. También mentir a saco, tergiversar y manipular, pero su especialidad, el plato estrella de la casa, es dar asco. Él lo sabe de sobra y por eso cada día intenta superarse un poco más, algo verdaderamente difícil si tenemos en cuenta su trayectoria de matón de bolsillo radiofónico. Que en una cadena nacional le permitan burlarse del cáncer de un ministro no es algo que sorprenda a nadie a estas alturas de Jiménez Losantos. “El cáncer lo tiene en la moral, porque esto del cáncer es dar penita” dijo entre otras barbaridades. Me pregunto si cuando se lanza a soltar esas burradas por el micrófono las piensa primero o las expele a bote pronto, según se le van ocurriendo. Me pregunto también cómo se podrá mirar luego en el espejo; aunque lo complicado debe de ser mirarse dentro. Para eso haría falta un espeleólogo.
En el capítulo de las bolas certificadas, cuesta decidirse por cuál habrá soltado más gorda, aunque quizá ninguna más inmoral ni más recalcitrante que su persistencia en sostener que sólo hubo un condenado por lo atentados del 11-M y que ni siquiera era yihadista. También dijo hace unos años que menos mal que no llevaba una lupara encima, porque cualquier día veía a Pablo Iglesias o a otro líder de Podemos y lo reventaba de un tiro, otra opinión liberal que todavía está esperando un magistrado que no se haga el sordo o que lleve lupa en vez de lupara. Sin embargo, hay que agradecerle que no deje de echar leña al fuego de la discordia entre derecha y ultraderecha, sobre todo al definir a Vox como “escoria”, “ratas”, “virus de la bacteria de la rata”, “nazis de misa” y “nazis en paro”. Se lo mire por donde se lo mire, es un poeta de los pies a la cabeza. Entre el 11-M, la lupara y el cáncer del ministro, la pregunta es si Jiménez Losantos habrá llegado al límite y cada mañana descubrimos que siempre puede caer más bajo.
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