Opinión
La dimensión y la dimisión de Oltra
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
Actualizado a
Mónica Oltra representa en la Comunitat Valenciana la lucha sin tregua por la democracia, contra la corrupción estructural del Partido Popular y de todas las instituciones que ocuparon en la época de Eduardo Zaplana, Francisco Camps o Rita Barberá; la época de la Gürtel, el Bigotes, Correa, Ricardo Costa, Vicente Rambla, Carlos Fabra, Rodrigo Rato, la boda regia de la hija de Aznar con Alejandro Agag en El Escorial con Berlusconi, Toni Blair o Flavio Briatore, entonces uno de los popes de la Fórmula 1.
Quiero que visualicen bien el cóctel de aquella época: la era de la corrupción. el derroche y la impunidad más absoluta para quienes en el PP valenciano, además, gustaban de alardear de su afición hortera por el lujo recibiendo regalos de marca de la organización criminal y declarándose amor eterno por teléfono ("Te quiero un huevo, amiguito del alma") Algunos dirán que Camps se pagó los trajes, que Sonia Castedo, exalcaldesa de Alicante, fue absuelta del caso Brugal; que Rita Barberá murió condenada -por su propio partido primero- sin estarlo, bla, bla, bla... Pero la hemeroteca no engaña: las grabaciones de las conversaciones de la organización criminal de Francisco Correa (testigo de la boda de Ana Aznar, no un invitado cualquiera, y pagador de la misma), los documentos y regalos a manos llenas que probaron la estrecha relación de esta mafia con los políticos del PP que gobernaban la Comunitat, entre otros muchos, no resisten un examen de decencia y ética política, ni humana siquiera.0
Mónica Oltra fue la política que sacó de las fronteras de la zona del Levante los casos de la corrupción valenciana del PP -que eran un inmenso estercolero con muchos afluentes- y la llevó a los medios nacionales en medio de las risotadas de quienes se burlaban de sus camisetas (hoy emblema) y de su activismo democrático, pero que dejaron de hacerlo cuando fueron las y los españoles los que empezaron a ponerse colorados con las frases íntimas entre Camps y el Bigotes o del exsecretario general del PP valenciano Ricardo Costa ("Como dice el presidente, la fiesta en el Partido Popular no se acaba nunca"). Pero la fiesta se acabó, gracias a Oltra y a su equipo, entre otros, muy pocos siempre, que hicieron caer uno de los puntales más y mejor aferrados del poder de la (ultra)derecha en España, de los que el PP solo es la punta del iceberg. Hoy estoy segura de que está pagando por ello.
Este martes, la exvicepresidenta de la Generalitat Valenciana decidió asumir una dimisión que en ningún caso debe considerarse un paso atrás frente a la ultraderecha que no da tregua en su táctica de criminalización política a través de unos juzgados que, en general, le son favorables cuanto más arriba escalan en el poder judicial. Que los fascismos utilizan las herramientas democráticas para llamarse "demócratas" y dinamitar la democracia desde sus instituciones, además de redundante, es un hecho demostrado en la Historia. Por eso, la importancia de echar a los fascismos cuanto antes; por eso, la inevitabilidad de alegrarse por que en Andalucía no entren en el Gobierno, aunque sea gracias al PP con el pacta en tantos otros sitios. Sí, la coherencia del antifascismo es esto, lo cual no significa que no aspire a más que a restar poder y presencia al fascismo. Que aspire también, por ejemplo, a derrotar a quienes utilizan al fascismo para impulsarse ellos sin ningún tipo de escrúpulo. Otra vez la decencia o, en el caso del PP que usa a Vox para tocar poder, la indecencia.
Me resulta inabarcable, como mujer, pareja y madre, el sufrimiento humano de Oltra y admiro su capacidad de mantenerse en pie. Pero a su sufrimiento político sí le digo que ha hecho bien en abandonar las instituciones, como hace años hizo Victoria Rosell para defenderse de otro ataque dirigido contra ella, magistrada y diputada del primer Podemos, por un exministro del Partido Popular, José Manuel Soria, persona de la máxima confianza del presidente Rajoy, y un juez corrupto, Salvador Alba.
Después de una lucha titánica con estos dos seres sin escrúpulos y poderosos, y contra los medios de comunicación que dieron credibilidad a una conspiración de libro, sin cuestionárselo siquiera, porque Rosell era de Podemos, la hoy delegada del Gobierno contra la Violencia de Género representa la serenidad de un referente progresista, sobre todo feminista, para toda la política española. A ver quién tose hoy a esta mujer que encarna la victoria -valga la redundancia- de la honestidad, la sabiduría, la paciencia y la coherencia frente a la corrupción, al lawfare y al poder más nauseabundo de un Estado.
Toca profundizar en dimisiones de protección general, en cultura del lawfare (recomiendo La guerra de los jueces, de José Antonio Martín Pallín, editorial Catarata) y en procesos en red que garanticen la reparación de tantas víctimas de procesos judiciales injustos por el mero hecho de poner en jaque las deficiencias de nuestro sistema. O por el mero hecho de ser de izquierdas. O feministas. O periodistas. O activistas. O republicanas. O pobres. O madres. O negros. O musulmanes. O ateas. O... Tantos y tantas.
La dimisión de Oltra era necesaria. Ahora puede defenderse sin lastres institucionales que solo podrían perjudicarle a ella, a su partido, al Botànic y a proyectos futuros donde ella sigue llamada a jugar un papel muy importante en la lucha por la democracia y el progreso. Es la hora de explicar a la gente, sin el peso del cargo y la responsabilidad de un liderazgo incuestionable, qué pasó con los informes de la Conselleria sobre su exmarido y la menor de la que abusó, por qué la fiscal Teresa Gisbert -de trayectoria feminista, progresista y democrática incuestionable- avaló su imputación; señalar las confusiones, elusiones, falsedades o manipulaciones que hubiera, como dice Oltra...
La coherencia nos dice que los ejercicios de fe en política son contraproducentes para la democracia, porque ahondan en la sospecha sobre los propios políticos y eso solo lo aprovechan el fascismo o la monarquía, que no quieren más que reclutas de su causa. Con la dimisión de Oltra no gana la ultraderecha, sino que puede empezar a perder. Y en eso estamos todas, muchas más de las que parece.
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