Opinión
A la derecha tradicional se le hace bola la democracia
Por Sato Díaz
Coordinador de Política.
El miércoles 4 de diciembre, pasadas las 19 horas, la temperatura bajaba de los ocho grados en París. La noche era ya oscura y cerrada y la humedad, a orillas del Sena, le daba morbo a la escena. La Asamblea Nacional se pavoneaba, como tantas veces en la historia, era una noche importante. La extrema derecha de Marine Le Pen se sumaba a la moción de censura presentada por la izquierda y Michel Barnier, de la familia de la derecha tradicional de Los Republicanos, se convertía en el primer ministro más efímero desde 1958. El ya exjefe del Ejecutivo galo llegaba al Hôtel de Matignon por un acuerdo forjado por el presidente de la República, Emmanuel Macron, con el fin de aislar a la izquierda. El Frente Popular había ganado las legislativas del pasado verano. Au Revoir, Michel.
El canciller alemán socialdemócrata Olaf Scholf es ya el extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Se acelera el calendario y las elecciones al Bundestag están a la vuelta de la esquina, el 23 de febrero. Scholf muestra solidaridad con Ucrania para parecer duro ante Vladimir Putin de cara a su electorado, pero maniobra al mismo tiempo para que la guerra con Rusia no escale, que la OTAN se mantenga al margen y se repose el conflicto. Un endurecimiento del mismo afectaría directamente a la economía de Alemania. El frío invierno centroeuropeo ya está aquí y la soberanía energética germana es cada vez menos soberana.
En realidad, según las encuestas, los socialdemócratas alemanes tienen pocas opciones de ganar los comicios de febrero, pero sí de sumarse a una nueva gran coalición con la CDU/CSU, la derecha tradicional del Estado y su variante bávara, que se bate el cobre en las encuestas con la AFD, la ultraderecha alemana con tintes neonazis. La partida en la principal economía de la zona Euro está ahí: derecha tradicional vs derecha ultra. Una partida que se está disputando en otras muchas latitudes del panorama global.
Sin ir más lejos, Valladolid. Mientras este miércoles en la Asamblea Nacional Francesa, en París, se debatía la moción de censura al primer ministro galo, en las Cortes de Castilla y León se admitía a trámite una proposición de ley antibulos, presentada por Unidas Podemos, coalición que solo tiene un procurador en el parlamento autonómico. Votaron a favor PSOE, Unión del Pueblo Leonés, Soria Ya y, evidentemente, Unidas Podemos. El PP de Alfonso Fernández Mañueco lo hizo en contra. Se admitió a trámite (aquí está la enjundia) gracias a la abstención de Vox. Una vez más, en otro parámetro territorial completamente distinto, se vislumbra el enfrentamiento entre la derecha tradicional y la ultraderecha. Hay quien dice que la votación de esta semana anticipa el desacuerdo para que la Junta del PP pueda sacar adelante los Presupuestos del 2025. Se podría estar dibujando un adelanto electoral en Castilla y León, según algunas voces autorizadas.
La disputa entre PP y Vox en el Estado español no solo es una constante, sino que marca en gran medida el foco del debate político español. Las derechas españolas y su “competición virtuosa” mantiene a sus huestes en tensión y eso tiene un claro reflejo en las encuestas, marcan el tablero de juego y el ritmo del debate. Las izquierdas, que gobiernan, están en este sentido, a la zaga.
En relación con esto, el último golpe de efecto lo marcaba Vox (para variar) esta semana con el anuncio de que no apoyará los Presupuestos autonómicos de las comunidades autónomas en las que el PP les necesitan para sacar las cuentas adelante. El PP sudará la gota gorda en las próximas semanas si quiere demostrar que tiene capacidad de gobierno no solo en Castilla y León, sino también en Extremadura, Aragón, País Valencià, Murcia e Illes Balears. La crisis a la que se puede enfrentar el partido de Alberto Núñez Feijóo en unas semanas es de una gran envergadura.
La derecha tradicional se enfrenta, en definitiva, a un debate paradigmático en todo el mundo. Las familias políticas de conservadores, democratacristianos y, también, liberales reciben un órdago que les hace tambalearse en la última década y que amenaza con acabar con forma de ser. La derecha tradicional se debate entre sustentar el modelo democrático occidental surgido en la segunda mitad del siglo XX o dejarse seducir por los delirios reaccionarios del arranque del XXI. De momento, la balanza parece equilibrarse hacia la segunda opción.
Tras la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos del pasado mes de noviembre, este debate está que arde. Los comicios alemanes de febrero adquieren un papel protagonista en este sentido. El amor-odio de PP y Vox en España tiene múltiples lecturas. Santiago Abascal estuvo esta semana en Argentina como invitado de honor en una cumbre ultra con Javier Milei de anfitrión. Feijóo pide la palabra… y no se atreve a llegar a acuerdo con el Gobierno para recolocar a niños amontonados en Canarias por el resto del Estado. A la derecha tradicional se le hace bola la democracia.
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