Opinión
La compasión de Mariann E. Budde

Por María Márquez Guerrero
Profesora en la Universidad de Sevilla
A Elon Musk, el hombre más rico del mundo, llamado a dirigir el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) del nuevo gobierno de EEUU -con la función de un asesor transversal con poder ejecutivo en todos los ministerios- le pareció que la Obispa Mariann Edgar Budde “había enfermado gravemente del virus woke” cuando, mirando fijamente a Donald Trump, recién nombrado Presidente, le suplicó “que tuviera piedad de la gente que tiene miedo ahora”; y, dirigiéndose personalmente a él, les puso nombre y rostro a quienes a esas horas temblaban, tras la firma de 100 órdenes ejecutivas, por la incertidumbre de su futuro: “niños y niñas gays y lesbianas, de familias demócratas, republicanas o independientes que ahora temen por sus vidas”; trabajadores migrantes indocumentados, cuyos hijos, norteamericanos de nacimiento, anticipan horrorizados que sus padres pueden ser deportados; refugiados que huyen de zonas de guerra, y el resto de colectivos vulnerables que están entre los objetivos de la nueva Administración.
En nombre de ese Dios amoroso, cuya mano providencial Trump reconoció que le salvó de la muerte, Budde le suplicaba piedad, porque esos amigos o vecinos quizás “no tengan la documentación apropiada, pero no son criminales”, y al fin, “todos aquí hemos sido extranjeros”.
En estos tiempos en los que la mentira campa a sus anchas, las palabras de Marianne sonaban precisas y claras, “simples como un anillo”. Quizás por eso su fuerza, concentrada y directa, acalló en un solo movimiento todo el ruido delirante del espectáculo en el que el nuevo emperador escenificaba su fantasía de poder absoluto: la teatralidad del escritorio en el escenario, la firma desmesurada, el gesto determinado y amenazante, la negación de preceptos constitucionales sin ningún debate en el Congreso y el Senado…En el Capitolio se representó el sueño delirante de omnipotencia de EEUU, la entronización del nuevo emperador del mundo, que promete el fin del multilateralismo, del diálogo y la colaboración, porque, señala, EEUU no necesita a nadie.
Su poder absoluto lo capacita para poner nombre a las cosas – Golfo de América- , redibujar mapas, destruir y reconstruir países, a la Gaza destrozada y sembrada de cadáveres tras el genocidio, por ejemplo, que Trump describe como una maravillosazona cercana a la playa, idónea para construir aunque de otra manera… En fin, un dios que se cree capaz también de darle la espalda a la naturaleza, porque a los ricos siempre les quedará Marte.
Frente a todo este espectáculo de omnipotencia narcisista y falta de límites, la compasión supone la capacidad de conectar con el dolor del otro, hacerse cargo de la propia vulnerabilidad, de la necesidad que nos hace dependientes del cuidado y la protección de los demás. Presupone la humildad de reconocerse parte de un todo interconectado y diverso. La aceptación y el respeto por los demás y por las reglas que nos permiten avanzar juntos; en definitiva, el reconocimiento de nuestra íntima fragilidad y la urgencia de entendernos y organizarnos para construir juntos. Nada más lejos de todo esto que el programa de voracidad y fuerza, de desregulación y desprotección a la vida que los ultraconservadores venden como libertad con la pretensión de hacer América más grande.
A los nuevos gestores multimillonarios, Budde les parece una hater radical de izquierdas; la solidaridad, la empatía, la ternura y la humanidad, que nos permiten construir redes sociales, son para ellos manifestación de la enfermedad “woke”. Todo esto se entiende porque la naturalización de la extrema derecha, plasmada en el desgarrado saludo fascista de Musk, ha desplazado el eje ideológico hasta conseguir que la defensa de los derechos humanos o de los principios de la ética humanista parezcan de extrema izquierda.
En esta inversión extrema de posiciones, la falta de empatía, la deshumanización y la sociopatía se ven como valores, condiciones del éxito; y, como contrapartida, la solidaridad, la compasión y el deseo de justicia se viven como lastres de los que hay que liberarse. Por eso no es extraño que Budde haya recibido críticas, recriminaciones, amenazas… El congresista republicano Mike Collins ha sugerido que la obispa “debería ser añadida a la lista de deportaciones”. Trump, que la ha degradado a “pseudo obispa”, la califica como una “hater radical de izquierda que odia a Trump” y le ha exigido que pida disculpas por su “tono desagradable, no convincente ni inteligente”.
Son indicios que nos hablan de tiempos oscuros. Pero también es verdad, y no menos importante, que en Washington cientos de personas buscaron las señas de la religiosa para mandarle flores. Pues bien, los interesados pueden remitirlas a la sede de la Diócesis Episcopaliana de Washington D.C., en el número 3101 de la Avenida Wisconsin, dirección de la Catedral Nacional.
P. D.: Mariann Budde es licenciada en Historia por la Universidad de Rochester con grado magna cum laude. Doctora en el Seminario Teológico de Virginia. Sus sermones han sido publicados en varios libros y revistas. Es autora de tres libros, el más reciente se titula Cómo aprendemos a ser valientes: momentos momentos decisivos en la vida y en la fe (2023).
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