Opinión
Cincuenta años sin Franco y con el franquismo revoloteando
Por Enrique del Olmo
Sociólogo
Las actividades convocadas por el Gobierno para recordar que llevamos cincuenta años sin el dictador Franco, como era seguro que sucedería, han provocado diversos revuelos, valoraciones y análisis.
De todas ellas la más significativa es la de la corona. Que Felipe VI no haya participado en la inauguración de "50 años de España en libertad" es extraordinariamente significativo por mucho que se le intente quitar importancia y se recurra al tan manido “problemas de agenda”, pero por si había dudas reparen en el borrado de cualquier referencia a la dictadura o el eufemismo “tiempos oscuros” en la Pascua Militar. La casa real no quiere tensionar sus relaciones con el PP y VOX, y posiblemente tampoco quiere cuestionar el origen de la monarquía investida por el dedo del dictador. Ha preferido seguir mirando hacia otro lado por convicción o conveniencia; eso da absolutamente lo mismo.
La derecha clásica y la ultraderecha con la que comparte mucho de las añoranzas del régimen anterior, han optado por el “no reabrir heridas” o “nos preocupamos de los problemas de hoy, de los dictadores vivos (los que les interesan) y no del pasado”, para seguir con el ataque continuado a Pedro Sánchez. Pero el problema no es ese; el problema de fondo es que la derecha española no ha roto sus vínculos (sean familiares, emocionales, de valores) y su relación con el franquismo, y se muestra absolutamente incapaz de posicionarse contra un régimen abyecto. Debemos asumir que el blanqueamiento de la dictadura que permanentemente hacen las derechas es una carcoma para la convivencia.
Más allá de la valoración de la iniciativa "50 años de España en libertad" del Gobierno y de sus actividades, diremos que nunca es suficiente, como muestra la facilidad con la que resurgen los gestos y los discursos herederos del franquismo y del nacionalcatolicismo. En relación a ciertos debates abiertos, es necesario puntualizar que no estamos en la discusión sobre las condiciones de los pactos de la transición, o sobre si esos pactos eran adecuados e inevitables o no. Estamos hablando de un hecho incontestable: durante más de 40 años no ha existido una actividad consecuente, sistemática y eficaz por parte del Estado para situar al franquismo como una excrecencia de nuestra historia.
El retraso en la asunción pública del significado del franquismo es inmenso. Hasta 2007, con la primera Ley de Memoria del Gobierno de Zapatero, corta en su alcance y resultados. Sólo con la Ley 20/22, de 19 de octubre de Memoria Democrática, se llegan a satisfacer algunas reparaciones que se debían a los republicanos y a las víctimas de la dictadura -durante cuarenta y cinco años- desde las primeras elecciones democráticas. Centenares de miles de personas han sido olvidadas, miles de familias se han visto desasistidas en su dolor y en su mínima reivindicación de verdad, justicia y reparación. Como señala en su sobrecogedora obra gráfica El abismo del olvido el Premio Nacional del Comic, Paco Roca: “Pensad en lo anormal que es que en un país democrático haya lugares con centenares de enterrados sin identificar”. Y todavía hay un conjunto de corifeos del negacionismo (Esperanza Aguirre, Félix de Azúa, Jiménez Losantos, Fernández-Savater, Cebrián, Joaquín Leguina, Álvarez de Toledo, etc.) que, en su furor antisanchista, se atrevan a afirmar con un cinismo sin rubor “ las víctimas son de todos”; efectivamente, iguales son en su reconocimiento los de los panteones que los de las cunetas.
La memoria y el rechazo a la dictadura han sido abandonadas durante más de cuarenta y cinco años y ello ha afectado a nuestra cultura democrática profundamente. ¿Qué papel ha tenido en estos cuarenta y cinco años el estudio de la guerra civil y del franquismo en la educación? Todos podemos hablar de cómo nuestros hijos y conocidos nos decían que ese era un tema al que nunca se llegaba y, cuando se llegaba, o se pasaba rapidito o dependía de la implicación del profesor en una explicación más profunda. Esto sin hablar de cuál es el contenido que se imparte en la concertada en relación con estos temas, sin ningún control serio por parte de las autoridades educativas. A esto lógicamente la derecha le llamará adoctrinamiento. Y hay que contestarle sin pudor que sí, que es imprescindible que la ciudadanía se forme en el respeto a las libertades, la democracia y los derechos humanos y ante cualquier vulneración de los mismos se ha de ser beligerante. Como señala en una importante reflexión general más allá del caso español el politólogo Adam Przeworsky: “La izquierda abdicó de su papel educativo, de su papel de tratar de convencer a la gente sobre valores básicos".
Es importante que las acciones y actividades de la iniciativa “50 años de España en libertad” se incorporen a la cultura del conjunto del país. Esta cultura profundamente democrática opuesta a las dictaduras y al totalitarismo es a la vez la mejor de las garantías frente a la ola antidemocrática e involucionista que emerge en todo el planeta y que hace del franquismo un buen compañero de viaje.
Franco definió muy bien sus objetivos fundamentales en el desarrollo de la guerra civil. Primero, la destrucción física del oponente y, segundo, la destrucción de lo que tan brillantemente ha definido José Luis Villacañas Berlanga como la “materia republicana”. Respecto a lo primera es clara la voluntad de Franco de prolongar la guerra hasta la destrucción física de los no afectos al nuevo régimen, en abril del 37 en conversaciones con Roberto Cantalupo señaló: “Llegaré a la capital ni una hora antes de lo necesario, primero debo tener la certidumbre de poder fundar allí un régimen y asentar definitivamente la capital de la nueva España”. En reiteradas ocasiones señaló que había que limpiar pueblo a pueblo, tierra a tierra, ciudad a ciudad, de cualquier opositor e incluso de cualquier tibio o indiferente. Resultado: 363.000 presos, 100.000 fusilados o víctimas de la represión, 200.000 exiliados estables y además, las consecuencias económicas, 400.000 fallecidos por hambre, caída demográfica, 500.000 infantes no nacidos. El país se convirtió en un erial que no recuperó el PIB de 1936 hasta 1951.
Pero hasta la desaparición física era insuficiente, había que destruir la materia republicana, era preciso ir más allá de la República y remontarse al liberalismo decimonónico. El mismo Franco dijo: “No es un capricho el sufrimiento de una nación en un punto de su historia; es el castigo espiritual, castigo que Dios impone a una vida torcida, a una historia no limpia”. Esto, el psiquiatra de cabecera del régimen, Vallejo Nájera, lo elevó a la categoría de perseguir el gen rojo: “hay que impedir que todos estos tipos humanos inferiores puedan reproducirse libremente”. La materia republicana era el conjunto de valores, elementos culturales, librepensadores que se habían ido gestando desde décadas y que configuraban la clave de un país libre, democrático y en desarrollo. Es esa materia republicana la que dio lugar a las intervenciones sociales más avanzadas en los ámbitos educativo, de igualdad de sexos, de transmisión de educación y de ciencia y de producciones culmen en la edad de plata de la cultura española. Había que eliminar de cuajo toda institución que tuviera alguna relación con la libertad y no sólo instituciones sino los mismos seres humanos portadores de dichos valores.
Ya he señalado el abandono del tema de la memoria en estos cincuenta años, e incluso como se enorgullecían de ello algunos dirigentes como Rajoy: “no derogo la ley pero no pongo un solo euro en los presupuestos”; o la indiferencia de muchos dirigentes del PSOE durante sus años de Gobierno. Sin embargo, un permanente río de luchas individuales o de pequeños colectivos lleva durante décadas luchando por la búsqueda de sus seres queridos, el restablecimiento de la verdad y de la justicia. Permitidme que os relate una anécdota personal del verano del 2023. Estando por tierras de Ribagorza, una amiga historiadora, Anabel Bonson, nos invita a una emisión de una película sobre memoria en un pueblo de doce habitantes llamado Ejep, con una población un poco mas crecida por los efectos del verano. Se proyectó contra una pared una magnífica película (no documental) Luz de septiembre que ya se había pasado en otros treinta y siete pueblos. Esto es un bello acontecimiento, pero no pasaría de ahí si no fuese porque tres días después en nuestro periplo viajero llegamos a Tuixent, en el Pirineo catalán con ciento dos habitantes, y en el Museo de las Trementinaires (otro ejercicio de memoria popular) vemos anunciado el pase de otra película La última batalla, también de recuperación de memoria. En los dos lugares los vecinos rompieron su silencio tantas veces sellado para hablar libremente de recuerdos, familias y vida en común. Esto es expresión de un proceso mucho más profundo que no ha contado más que hasta hace poco tiempo (en unas CCAA más que en otras) con el apoyo de las instituciones. Son cientos de libros, historias pueblo a pueblo, familia a familia e investigaciones y monumentos que se han ido generando con pequeñas historias de familiares y amigos que han reconstruido poco a poco lo sucedido y han hecho aflorar el dolor oculto de un país. Esto queda ahora más reflejado en las convocatorias de subvenciones, donde este año se han aprobado ciento dos proyectos de memoria por parte de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática. Estas pequeñas iniciativas (dispendio económico para la derecha) y organizaciones (chiringuitos para VOX y el PP) han mantenido viva una historia que solo el olvido puede sepultar.
Como señala el preámbulo de la Ley de Memoria: “La memoria de las víctimas del golpe de Estado, la Guerra de España y la dictadura franquista, su reconocimiento, reparación y dignificación, representan, por tanto, un inexcusable deber moral en la vida política y es signo de la calidad de la democracia. La historia no puede construirse desde el olvido y el silenciamiento de los vencidos. (…). La memoria se convierte en un elemento decisivo para fomentar formas de ciudadanía abiertas, inclusivas y plurales, plenamente conscientes de su propia historia, capaces de detectar y desactivar las derivas totalitarias o antidemocráticas que crecen en su seno.”
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