Opinión
Los chistes de mariquitas


Por Andrea Momoitio
Periodista y escritora
Tengo un dato guardado desde hace tiempo. Ahí está, sepultado entre notas del móvil: “Comprar pasta de dientes”; “Enviar la factura a Público”; “El 86% de las personas LGTBQIA+ ha escuchado alguna vez ch istes o comentarios homófobos o tránsfobos”. Es un dato, de hace unos años, que apareció publicado en el informe La diversidad LGBT en el contexto laboral en España. Me impresionó, claro. En lo laboral, he tenido la suerte de crecer en una burbuja y, por suerte, no he escuchado nunca nada, pero solo en mi entorno laboral. Luego, “el mundo grande”, como dice Viruta, es otra cosa.
Decían en el mismo informe “mientras que el 50% de los/ las jóvenes LGBT se encuentran completamente fuera del armario en su vida privada, aproximadamente la mitad de ellos vuelve al armario en sus trabajos”. Es un dato doloroso, pero nada sorprendente. La precariedad a la que estamos abocados y abocadas no nos permite asumir ningún riesgo. Manifestar nuestro afecto, deseo, prácticas eróticas o amorosas, nuestra identidad o la manera en la que expresamos nuestro género es un riesgo. También hoy. También aquí.
Los datos que aporta Amnistía Internacional son también tremendos: entre enero de 2008 y 30 septiembre de 2023, al menos, 4.276 personas trans fueron asesinadas en todo el mundo. Alrededor de 70 países castigan con penas de cárcel o castigos físicos las relaciones entre personas del mismo sexo aunque no todos la aplican; y, entre otras aberraciones, más de 60 es estados miembros de la ONU tipifican como ilegales las relaciones consentidas entre personas del mismo sexo. La mayoría las castigan con la cárcel aunque algunos también con flagelaciones públicas.
Los tintes que está tomando el mundo no son alentadores, ni muchísimo menos. Pero, volvamos a los chistes. A esos chistes del inicio. Los chistes o comentarios homófobos que el 86% de las personas LGTBQIA+ ha escuchado alguna vez. Yo digo auténticas barbaridades en privado. En mi casa o con mis amigas en el Okapi porque el ámbito privado no es un espacio de creación de discurso con el mismo calado que este texto. El canal, el contexto y las personas emisoras son elementos imprescindibles para analizar cualquier mensaje. El mismo chiste, dicho en el salón de tu casa o en una columna de opinión, no hace la misma gracia ni tiene el mismo impacto. La situación de privilegio y poder en el que se encuentra la persona que hace ese chiste es también algo a tener en cuenta.
Esto lo explicó mucho mejor Brigitte Vasallo en Pikara Magazine. Hablaba de la sátira como “una práctica de resistencia desde los márgenes, desde la disidencia y es una respuesta, a través de la risa y la burla [que sirve para hacer frente] a las violencias ejercidas de manera estructural. Para ser sátira debe apuntar hacia arriba o hacia dentro. Reírse del sistema y del poder, burlarse de la hegemonía, vengarse de la invisibilización, de los oprobios y las miserias cotidianas a las que la se nos nos condenan”. Las personas negras riéndose de las blancas, por ejemplo. Por otro lado, sigue Vasallo, están “los chistes sobre opresiones ajenas [que] alimentan la idea de que las situaciones de desigualdad son divertidas o intrascendentes”. Las blancas riéndonos de las negras es racismo. Yo pensaba que esto estaba clarísimo, pero resulta que hay gente que se echa las manos a la cabeza en nombre de la igualdad. Gente que dice que el orden de los factores no altera el producto, que la justicia es dar a todo el mundo lo mismo y no a cada uno lo que le corresponde. Una sarta de sandeces que ahora proliferan para seguir machacando a las de siempre.
Lucía Martínez Odriozola, por qué algunos chistes son “inconvenientes”: “Primero, porque generan mal rollo, aunque en muchas ocasiones, y dependiendo del grado de insidia, hagamos como que no hemos oído. En contextos profesionales, deben evitarse estas gracietas porque los grupos raramente son homogéneos, no disfrutan de familiaridad y, normalmente, están muy jerarquizados. Precisamente, es esa pirámide de decisión o de poder dentro de la empresa la que imposibilita a quienes ocupan los puestos de mayor debilidad en la jerarquía para manifestarse con libertad; para no reírse e incluso para quejarse. Probablemente, si tienen alguna reserva o protesta contra la broma, ni se atrevan a formularla”.
No hablo de los chistes de mariquitas de Arévalo. Hablo de las sutilezas. Piensa en cuántas veces has ejercido algún tipo de violencia contra las personas LGTBIQA+. Es importante que todas, todos y todes seamos conscientes de cómo participamos del engranaje de la violencia. Hemos aprendido a detectar, que no a frenar, el sexismo en el lenguaje, en el humor, en los discursos políticos, en la música y en todas las expresiones artísticas, pero la homofobia, la lesbofobia y la transfobia siguen campando a sus anchas. Eso sí, ¿cada vez más sutiles? ¿Cada vez más discretas? Ni el matrimonio igualitario ni la presencia en televisión, en horarios de máxima audiencia, de hombres abiertamente homosexuales son de momento suficientes para contrarrestar años y años de chistes sobre mariquitas.
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