Opinión
A la calle
Directora corporativa y de Relaciones institucionales.
A la CEOE no le han gustado nada las palabras de la vicepresidenta tercera y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, situándose en el lado de la historia correspondiente a los trabajadores, que es ni más ni menos que el de su competencia en el Gobierno de coalición. Díaz ha informado en el Congreso de que apoya las reivindicaciones de dos de los representantes de esos trabajadores, los sindicatos UGT y CC.OO., que han anunciado un otoño caliente de movilizaciones para que se suba el salario mínimo por encima del 60 % del salario medio por el contexto de "absoluta excepcionalidad política" en el que nos encuentramos.
El SMI se sitúa hoy en España en los 1.166 euros, siendo el séptimo país de la UE con el umbral más alto, y alcanzar el 60% del salario medio que han reclamado esta semana Díaz y las dos fuerzas sindicales es la recomendación hecha por Bruselas a los países miembros de la UE, también a aquellos que no tienen salario mínimo. No parece, pues, esta petición muy revolucionaria si llega bajo el aval del compromiso que Ursula von der Leyen adquirió con los socialdemócratas europeos para que apoyasen su investidura.
La virulencia de la reacción de la CEOE, tachando de "arrogante" a la ministra por boca de uno de sus vicepresidentes, Salvador Navarro, se explica, además de por lo que parece una alergia personal a los salarios dignos, por las elecciones que la patronal celebra este mes de otoño y que habrían cerrado todo tipo de acuerdo de la mesa social, de empresarios y sindicatos, en los próximos meses.
Nada justifica la negativa de la CEOE a aceptar la recomendación europea y de los principales organismos internacionales para que los y las trabajadoras puedan hacer frente a las crisis múltiples que atravesamos y que redundan, entre otras consecuencias, en unos precios salvajes en la vida diaria, en las cosas del comer, del beber o del dormir en óptimas condiciones. Por tanto, en nada se invalida la llamada de las fuerzas sindicales a tomar las calles para pedir lo que es de todas: salarios dignos.
¿Es suficiente con esto? No. También necesitamos una reforma fiscal profunda que garantice la redistribución de recursos y aportaciones y una política exterior consecuente con el mundo que tenemos, no con el que EE.UU. quiere que tengamos, que tanto repercute y aun más va a repercutir en nuestra vida diaria, la del comer, etc. etc.
Las feministas, que acabamos de obtener una victoria, rotunda aunque incompleta a falta de una educación judicial igualitaria, con la aprobación de la llamada ley del solo sí es sí, sabemos bien lo que es fajarse en las calles, aguantar insultos, amenazas, denuncias, estereotipos, marginaciones y campañas de boicot por reivindicar los derechos de todas y todos, la igualdad. Ni es fácil ni es rápido; es agotador y desolador, porque a mayores logros, más salvajismo en los ataques del machismo y en el intento de blindaje del patriarcado.
Pero avanzamos. Y confirmamos una vez más que la calle es el camino; que la que algo quiere, calle le cuesta; la que no va a la calle, no mama, y que contra la calle, la política vive mucho peor. Aunque te digan que no desde los púlpitos, los despachos y esas atalayas que se alzan al margen de los votos. Nosotras, a la calle.
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